Ilustración: Tomás Serrano

Ilustración: Tomás Serrano

EL BESTIARIO

Bill Gates, famosos con Covid, Arrimadas y dos apestados del PSOE

Del divorcio del empresario a los expedientes de expulsión a dos socialistas; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.

9 mayo, 2021 02:05

Bill Gates

Este hombre pecoso y blancuzco con fama de benefactor y conspiranoico, se llama Bill Gates y es uno de los personajes más ricos del mundo. Hoy lo traigo a esta lista, que no es la Forbes, porque se ha divorciado de Melinda, la mujer a cuyo lado ha permanecido 27 años multiplicando los panes y los peces en la fundación que lleva el nombre de ambos.

Precisamente a muchos ricos del mundo como Gates la riqueza les sirve para cumplir el sueño machadiano de la filantropía.

En una reunión de trabajo, sentados el uno junto a la otra, Bill se sintió atraído por Melinda. Un día le pidió salir y la historia siguió su curso. Una historia escandalosamente normal.

Melinda y Bill se casaron en secreto en Hawái, en 1994. Ella tenía 23 años y él, 32. Después del amor vino una cibermansión en Seattle y tres hijos sucesivos: Jennifer, que estudia medicina; Rory John, el mediano, fanático de los puzles, el béisbol y la poesía, y Phoebe, la hija menor, con inclinaciones artísticas, en especial el ballet y la historia del arte, disciplinas de las que recibe regularmente clases.

Como padres clásicos que son, los hijos de los Gates siempre han cobrado una paga semanal para satisfacer sus pequeños caprichos. A cambio, ellos han colaborado en las habituales tareas domésticas, como ordenar el cuarto y hacer la cama.

La familia se enfrenta ahora a un duro cambio como consecuencia del divorcio. Tendrán más dinero y más patrimonio del que hayan podido soñar jamás, pero ya no crecerán como pareja, y eso cambiará el ritmo de la convivencia. Por suerte, siempre les quedará la filantropía.

Francino, Calvo, Arteta...

Carles Francino.

Carles Francino.

El recuerdo de los primeros brotes de Covid, coincidió con los idus de marzo. Murieron familiares, amigos, conocidos, y el miedo se apoderó de los sueños. Los enfermos se iban en soledad, rotos de tristeza y desazón, porque no tenían el consuelo de una mano amiga.

La primera ola fue espantosa. Me viene a la mente la imagen de Carmen Calvo, la vice, el día que se regresó al Congreso, tiritando y envuelta en fiebre.

La segunda arremetida, en otoño de 2020, trajo malos augurios. La pandemia no solo no remitía, sino que amenazaba con quedarse entre nosotros. El año 2021 despegó tímidamente, pero las olas no tardaron en repetirse. La única diferencia entre 2020 y 2021 radicaba en el número de muertos, siendo superior el de 2020. Hasta que no llegaron las vacunas, el alivio no se hizo patente.

De vuelta a casa, los últimos enfermos de Covid intentan con todas sus fuerzas salvar un ápice de salud mientras recuerdan las horas tristes pasadas en las UCI, cuando creyeron que no vivirían para contarlo.

Por los periódicos he sabido de algunos casos escalofriantes y pavorosos. Verbigracia, el de Jordi Sánchez, actor de la serie La que se avecina, que estuvo con un pie en el otro mundo. Sánchez soportó 24 días en la UCI, viviendo entre la realidad y la ficción. Creyó que su hijo estaba muerto y se vio haciendo los papeles para enterrarlo.

Al actor lo ingresaron en la Fundación Jiménez Díaz, como a Carles Francino y a Ernesto Ekaizer, como a mi amiga Mamen Gil y tantos otros.

El caso de Francino fue de una transversalidad implacable. La Covid cruzó la familia de parte a parte, alcanzando a hijos, abuelos, padres, y también a tíos y primos. Cuando el periodista regresó a su domicilio estaba en los huesos y tenía las piernas como canillas.

También recibieron el abrazo de la Covid-19 Bárbara Rey, Ainhoa Arteta, Baltasar Garzón, Juanito Oiarzabal, etc. Jordi Sánchez (no el president de la Crida sino el actor que interpreta el papel de Antonio Recio en La que se avecina) dijo a quien quiso oírlo: "Las alucinaciones son más fuertes que los sueños". Tenía razón, pero en su caso la fuerza se la ha dado el cariño terapéutico de su público.

Inés Arrimadas

No es cuestión de cruzar apuestas, pero juraría que las desgracias se abatieron sobre Inés el día que abandonó Barcelona para lanzarse a la conquista del Estado. Es muy posible que en eso coincidiera con Albert Rivera, que mientras estaba de líder de Ciudadanos todo le iba bien, pero en cuanto se le cruzó Sánchez por el camino empezó a desbarrar y ya no dio una al derecho.

Arrimadas y Rivera llevaban vidas paralelas, pero en algún momento de sus respectivas vidas se cruzaron y emprendieron carreras distintas. Lo estudiábamos en la escuela: por mucho que se prolonguen, las líneas paralelas nunca se encuentran. Rivera y Arrimadas no habían nacido para estar juntos o hacerse los encontradizos.

En su día lamenté el batacazo de Rivera, pero él se lo buscó. Después se mordió la lengua y no encontró un minuto para pedir perdón y entonar el mea culpa. Ahora Albert trabaja en un despacho con unas puertas giratorias que le han salvado del apuro.

Si en su día lamenté el batacazo de Rivera, el martes pasado lamenté más el fracaso de Inés. El cero patatero que permaneció inamovible en el margen derecho de los resultados electorales, parecía un insulto. Sin embargo, algo me decía a mí que Arrimadas no lo tenía todo perdido. Si se lo propone, tiene trabajo para rato.

“Los partidos políticos son estados de ánimo”, dice ella en la distancia corta. A lo mejor es verdad. Seguramente Inés está dispuesta a meterle una marcha nueva a su estado (de ánimo) después de las cuatro caídas: Galicia, Euskadi, Cataluña y Madrid. Ahora, con Edmundo Bal y la vicealcaldesa Villacís acude al rescate de los ciudadanos que han quedado huérfanos de centralidad. La política tiene estas debacles espantosas, pero hay que ser prudente y dejar de mirarse el ombligo. Todo puede esperar.

Leguina

Esta es la historia de dos hombres a los que el PSOE ha querido aplicar un serio correctivo por haber juntado churras con merinas en una fundación para discapacitados.

El PSOE abre expedientes de expulsión a Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros. Y no lo hace por pedir el voto para Isabel Díaz Ayuso sino por aparentar que lo pedían en aquella foto del 22 de abril, junto a la presidenta de la Comunidad y candidata del PP en plena campaña electoral. No levantaron el brazo de Isabel como futura ganadora, pero se fotografiaron con ella en amor y compaña.

Como consecuencia de ello, Ferraz no se lo ha perdonado. Allí buscan chivos expiatorios por la frustración mal curada del morrazo socialista en las urnas del 4 de mayo.

Redondo Terreros bracea en la radio en nombre de los servicios prestados a “mi partido” (sic). En cambio Leguina ha hecho un meritorio esfuerzo de síntesis para explicar por lo castizo, cuál es su estado de ánimo después de constatar que le han abierto un expediente de expulsión: “Me la suda”.

Leguina siempre está en forma. No hay más que seguir sus alocuciones. Tiene la palabra afilada, el sentido del humor en su punto, implacable el desafío y la provocación al quite.

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