Con la promoción de José Manuel Soria al directorio del Banco Mundial y su sustitución de urgencia por Fernando Jiménez Latorre, el Gobierno exhibe ese "reino de la trapacería, las mentiras y las intenciones ocultas" en que se ha convertido la política, según el maestro Esplá.

De Guindos, Soria y Latorre (también Rajoy) aparecen en este asunto del Banco Mundial como cuentas del mismo rosario. Les une una estrecha amistad, una imperturbable manera de manipular y una perspicacia de hombres decididos a distribuir las bicocas del poder. Esa triple efe -fraternidad, falsedad y fraude-, esa manera suya de sentirse más listos, más capaces y más impunes que los demás, está convirtiendo al PP en un juego de matrioskas preñadas de muertos en el armario.

Resulta que el caso Soria, en el que anida el caso Guindos, alumbra ahora al caso Latorre. Pero es que todos ellos parecen subsumidos en el caso PP, molde acaso del caso España, que es como probablemente lo resumen en Washington o en Berlín.

El caso España, es decir, el caso Latorre, demuestra cómo la concepción del poder como un reparto discrecional de cargos ha empeorado con la comprobación de que la corrupción no pasa factura.

De lo único que se guarecen los poderosos y ante lo poco que reaccionan es a los sambenitos de la canalla. Por eso Soria se convirtió en una persona de mala reputación sólo cuando los viñetistas le alargaron la nariz como a Pinocho. A Rajoy no le importaban sus negocios Jersey ni su arrogancia en la inveterada constumbre de mentir, sino aguantar una semana más a un ministro cuyas comparecencias arrancaban carcajadas.

Lo malo es que a Soria había que darle salida y para resarcirle le reservaron el Banco Mundial. La historia se repitió como drama y como farsa. Rajoy y Guindos mintieron como bellacos y, presionados por la prensa y por Soraya, decidieron un recambio aparentemente ejemplar.

El problema es que la rana, tan esclava de su naturaleza como el alacrán, ha croado. Jiménez Latorre participó en la adjudicación de contratos millonarios a la empresa propietaria de la consultora con la que trabajó los siete años anteriores a su aterrizaje en el Gobierno. El Ministerio hizo que el Banco de España contratase a Oliver Wyman para auditar a la banca y el exempleado fue el encargado de supervisar la labor de sus exempleadores.

El Tribunal de Cuentas lo denunció, pero en este país en el que no importa tanto lo que hagas sino cómo salgas en los tebeos, la cosa no fue a más. El PSOE pidió explicaciones a Guindos y el ministro adujo que se trataba de un contrato sujeto a "confidencialidad" y aseguró que aquello no era cosa suya sino del regulador bancario.

Todo esto recuerda demasiado a la generosidad de Rodrigo Rato en Bankia con Lazard. Rato, otra matrioska del crepusculario popular, era tan chulo en sus respuestas como lo es Guindos. Sólo cabe esperar que, malditas las comparaciones, el ministro se explique mejor que él.