A vosotros os parecerá la cosa más insustancial del mundo, pero que reabra tu bar favorito es noticia. Anda el planeta para aferrarse a cualquier cosa buena que nos pase y yo me agarro a cualquier clavo ardiendo. Tengo callos.

El Comercial de la Glorieta de Bilbao en Madrid ha sido el lugar donde he escrito artículos, he corregido novelas, he realizado entrevistas y, ya en el plano que nos interesa: el lugar donde he hecho casting de pareja. Sí, allí.

–Quedamos en El comercial, decía yo con voz desafiante y borrosa para que simular que no era una cita. Pero lo era. La cita era cita.

–Espero dentro.

–Vale.

–Hasta luego.

Y allí, tras el cristal gigante y frente mi mesa de mármol negro como el futuro de algunas citas previsibles, tuve encuentros que acabaron en cine, cena y cama (por ese orden de ces). 

La belleza de los principios: la cuenta atrás ha comenzado, programas el reloj de la posibilidad e intercambias canciones favoritas como si una lista spotify fuera necesaria para quererse. Preguntas el horóscopo, evitas la política, miras sus manos, visualizas los labios, observas el mapa de su culo cuando se levanta al baño, ves su gesto cuando se sienta de nuevo y esperas que diga “vamos-a-otro-sitio-a-tomar-algo” para que empiece el vértigo. Si os suena, he aquí una prueba muy sencilla para saber que todos nos enamoramos de manera similar.

La tensión eléctrica, evidente, que puede circular en una cita entre dos personas que se gustan y que no se conocen es universal. A veces no hay necesidad de hablar, otras quieres decirlo todo y luchas por no caer en la verborrea nerviosa. En la cabeza las historias de amor evolucionan en un mundo paralelo. Más veloz. Más torpe. El mundo puede venirse abajo porque tu eres como los protagonistas de Casablanca, solo existe ese lugar, ese momento y esa cita. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.

Atravieso la memoria varias veces al saber que aquel bar, hoy cerrado, va a abrir. A uno le gustaría rebobinar y aparecer en alguna de aquellas citas en las que hubo error o aceleración. Tan obstinados en que funcione, olvidamos el momento.

–Hola, soy yo de nuevo.

–Cómo estás.

–Vengo del futuro.

–Te estaba esperando. Pienso en Pompeya cuando escribo esto, no me preguntéis porqué.

Creedme, ese bar tiene historia. Por eso me alegro de su reapertura, por eso y por los churros con chocolate en invierno y los cafés helados en verano con ralladura de limón, para qué nos vamos a engañar. En el Café Comercial fueron pasando los nombres como pasan las estaciones. Y sí, allí fui viendo pasar la vida. La mía.
Todos tenemos un lugar y ese es uno de los míos. Seguramente no era el mejor, ni el más bonito, pero los bares son la continuación de nuestras casas. Aquel tiempo de citas me pertenece y nadie podrá robármelo jamás.