Dice Sánchez que no apoyará a Iglesias para que éste sea presidente del Gobierno. Dijo Sánchez, también, que en ningún caso su partido apoyaría a Rajoy para que siguiera en la Moncloa. Y apoyar a Ciudadanos -ya lo hemos visto- tiene poco premio, o ninguno. Tampoco sentido, ya. Así que, de entre los que podrían formar Gobierno, resulta sencillo concluir que el PSOE solo se apoya a sí mismo. Por desgracia para los socialistas, semejante autocomplacencia carece de objetivo, así como de justificación: a ellos los que no les apoyan son los ciudadanos.

Si la clave para que haya Gobierno tras los comicios del 26 de junio es lo que haga el PSOE, que ejerce de bisagra menguante, igual no lo hay. Otra vez. Casi aterra la posibilidad pero, examinando las posturas de los cuatro candidatos al respecto de con quién pactarían el día 27 y posteriores, resulta necesario tenerlo en cuenta: ¿será de tal envergadura la intransigencia general en los partidos que habremos de soportar otra cita electoral?

Cierto es que habría que valorar que, si la palabra de los políticos tiene escaso valor normalmente, en campaña no vale prácticamente nada. Hasta el moderado Rivera se lo admite a Rubén Amón en El País: “Seguro que mi palabra ha perdido valor, sí”. Por supuesto. También la de los demás, y eso que no tenía mucho; quizá la diferencia entre ellos y el catalán sea que éste lo acepta y lo asume públicamente y, los otros, no.

En las elecciones del domingo, todas las encuestas de los grandes medios dan por seguro el sorpasso de Unidos Podemos al PSOE. Iglesias, envalentonado con la extrema eficacia de su campaña, ambiciona ya otra cosa: ganar al PP hundiendo -aún más- al PSOE.

Sánchez, que no para de desplomarse en una caída que parece no tener fin, no revela con quién pactaría si los extremos se lo pidieran. Esta estrategia, tal vez oportuna en tiempos pasados, ya no sirve ni para el electorado natural del PSOE ni tampoco para quienes no forman parte de él pero podrían dejarse seducir por los socialistas. Pero ni unos ni otros saben muy bien dónde se posiciona el PSOE ni, tampoco, donde reposa ahora su ideología.

Porque son demasiadas las cuestiones abiertas como para tenerlo claro: ¿Pactará Sánchez con la derecha -y eso enterrará al partido-? ¿Pactará con Podemos -e Iglesias consumará su gran proyecto, ya no tan lejano, de convertirse no solo en la fuerza hegemónica de la izquierda sino en la única-? O, sencillamente, ¿no pactará nada al agujerear su suelo electoral en exceso, incluso a sus optimistas e ingenuos ojos?

“Sonríe”, pide Pablo Echenique, “quedan seis días para el cambio”. Sonriamos, sí: se la juega España en las urnas este fin de semana y, con suerte, el voto de los ciudadanos puede desbloquear un país que lleva demasiado tiempo sin Gobierno y demasiado, también, esperando tenerlo.

En la primera parte del año, los votados el 20-D no supieron entenderse y exasperaron a los votantes. Rajoy –“España en serio”- no quiso ni intentarlo; Sánchez –“yo voy en serio”- habló de mimbres y peripecias hasta hartarnos a todos con su candidez y su inexperiencia.

Ahora, el electorado, aún irritado por todo lo acontecido, acude a intentar salvar los muebles de nuestro sistema provocando, con su voto, una aritmética que satisfaga, al menos, el hambre de alguien. Esta vez, el de Sánchez no parece ni siquiera una opción.