De todos los subgéneros literarios el más complicado es, sin duda, el de la condena de la violencia. La complicación radica en su aparente facilidad. Es como un penalti, ¿quién podría fallar a 11 metros de la portería?

La condena seca y sin paliativos de una agresión es algo que parece al alcance de cualquiera. Bastaría con una oración enunciativa, con el sujeto en primera persona del singular si lo que se busca es mostrar nuestra solidaridad con la víctima o en tercera persona si lo que se quiere es poner al agresor o agresores en la picota. Una construcción sencilla, desnuda de artificios retóricos y que haga referencia al hecho concreto que se quiere condenar. La clave está en que el autor mantenga a raya las subordinadas, que es por donde suelen despeñarse tantas buenas intenciones.

Fíjense en lo bien que va esta frase de Íñigo Errejón: “Dolor y rabia por los crímenes de Orlando. Toda mi solidaridad, -y tras la coma, llega el desastre- la intolerancia no cabe en el país que está por venir”.

Es poco cortés lo de aprovechar el duelo para repartir propaganda electoral. De igual modo que uno demostraría muy poca sensibilidad si acudiera a un entierro para recordarle a los familiares del fallecido que su dolor es poco original pues cada día mueren miles como él en el mundo. Esa vieja fórmula con la que pretende diluirse una tragedia particular en el océano de la desgracia universal y que florece con renovado vigor tras cada atentado en una democracia occidental.

La adversativa siempre será la gran reventadora de condenas, un remiendo letal que cambia el sentido de la frase, de solidaridad a reproche. Hay un refugio todavía más perverso, por cobarde: “Inaceptable agresión a miembros de "Plataforma Barcelona con la Selección". Barcelona, ciudad de libertad y respeto q rechaza toda violencia”. A la alcaldesa de Barcelona se le exigía que reprobase una agresión muy particular pero ella decidió elevarse sobre los problemas y condenar, desde Caín y Abel hasta el cabezazo de Zidane a Materazzi, cualquier tipo de violencia ejercida contra un ser humano.

Es obvio que esa coda dedicada a la violencia universal nadie la utiliza cuando la tragedia le es cercana. Esa huida de lo particular a lo general sitúa al que la profiere a kilómetros del agredido. Allí donde cree que nadie será capaz de percibir su incomodidad.