Hace unos días leí aquí mismo, en EL ESPAÑOL, la noticia de que un niño de siete años había sido abandonado por sus padres junto a una carretera en Japón. Al parecer el niño se estaba portando no mal sino lo siguiente. Dispuestos sus progenitores a hacer algo verdaderamente ejemplar, le bajaron del coche y le dejaron allí solo. Con la idea de volver a recogerle en unos minutos, según contaron a la policía (en segunda versión: la primera era que el niño se les había perdido recogiendo fresas, o qué sé yo). Sólo que al volver ya no había niño.

Tardaron una semana en encontrarlo unos militares que estaban de ejercicios. La criatura había sobrevivido siete días con sus siete noches en un bosque, sin comer, bebiendo agua de algún arroyo y soportando temperaturas inferiores a siete grados centígrados vestido con una somera camiseta y unos vaqueros.

Muy a la japonesa, Takayuki Tanuka, que así se llama el ¿padre? de esta historia, ha pedido públicamente perdón a su hijo y a todas las gentes que se movilizaron para buscarlo. Ha admitido que su idea de castigo era un tanto “excesiva” y ha prometido prestar más atención al pequeño en el futuro.

Algunos japoneses son conocidos por lo bestia de sus planteamientos. Pero no son los únicos. Recuerdo que hace unos años causaron sensación y horror, por lo menos en Estados Unidos, las imágenes de un niño chino, que no tendría ni seis años, corriendo por una calle cubierta de nieve en pleno invierno de Nueva York, en calzoncillos y llorando a lágrima viva. Los padres, asimismo chinos, ni siquiera pidieron perdón. Aseguraron que aquella era su idea de una sólida educación, de criar a un hijo sano y fuerte.

Luego están los padres de aquel niño en Colorado que movilizaron a todo el estado asegurando que un globo aerostático que tenían en el pajar de casa se les había ido al cielo sin querer con su vástago más pequeño dentro. Alegría enormísima de todos cuando la criatura apareció sana y salva. Estupor e indignación cuando se acabó sabiendo que era todo un montaje para publicitar los inventos tipo profesor Bacterio de su papá.

¿A qué viene traer hoy a colación todas estas historias? No estoy muy segura. Sólo sé que en todos los casos, todas las veces que leí todas estas noticias, me recorrió el espinazo un profundo escalofrío que iba más allá de lo evidente. Que trascendía lo que me contaba el papel (o la red, qué más da).

En todos y cada uno de los casos yo pensé: ¿y lo que le espera a este niño, a estos niños, cuando la policía y los periodistas se marchen y se vuelvan a quedar solos en casa con unos padres así? ¿Es posible confiar en que al bochorno público siga un sincero arrepentimiento privado? A lo mejor sí. Pero… ¿y si no?

Cortázar y Hitchcock empezarían justo donde yo lo dejo.