Decía Marcelo Bielsa que el fútbol es el primer deporte del mundo porque no siempre ganan los poderosos. El Leicester City, que este lunes se proclamó sorprendente campeón de la Premier League, acaba de darle la razón al excéntrico entrenador argentino y ha escrito una de las páginas más extraordinarias de la historia de este deporte a la vez que ha devuelto a nuestra memoria interior la irrepetible sentencia del serbio Vujadin Boskov que lo resume todo: “Fútbol es fútbol”.

Imagínense por un instante que el Levante hubiera ganado este pasado fin de semana la Liga española por delante de Barcelona, Atlético de Madrid y Real Madrid. Imagínense. El ejemplo es válido. Leicester City y Levante concluyeron la temporada pasada sus respectivas ligas en la decimocuarta posición, ambos ganaron prácticamente los mismos partidos, obtuvieron casi los mismo puntos y se salvaron en las últimas jornadas.

Un año después el equipo inglés ha conquistado el campeonato dejando atrás a los multimillonarios Chelsea, Manchester City, Arsenal, Manchester United, Tottenham Hotspur o Liverpool. ¡El Levante, no lo olviden! El milagro es todavía mayor porque el ya campeón de la Premier ascendió de Tercera División en 2010, llegó a la máxima categoría en 2014, está dirigido por un entrenador –Claudio Ranieri– que había sido despedido como seleccionador de Grecia tras perder contra Islas Feroe, su máximo goleador y mejor jugador de la temporada en Inglaterra –Jamie Vardy– trabajaba de albañil hasta hace apenas tres años y medio y una parte importante de la plantilla la componen jugadores descartados por otros equipos cuyos nombres no san salido jamás en historia alguna.

El Leicester City, el cuarto equipo más pobre de la Premier, ha conseguido hacer más humano y todavía más grande este deporte. Y lo ha hecho desde la fortaleza donde conviven la humildad, el orgullo y la rabia; donde habitan los desheredados; donde se alzan con voz propia los más débiles; donde un gol no es un balón que besa la red sino un grito reivindicativo de los no elegidos. Empezaron ganando con la idea de salvarse; siguieron ese camino con la intención de establecerse lejos del infierno; continuaron de victoria en victoria pensando que tenían derecho a mirar al cielo y hasta el final no han parado de ganar, de crecer y de creer en sí mismos hasta acariciar las nubes con la yema de los dedos y conquistar lo prohibido, el sueño eterno, lo que quedaba fuera de su alcance.

Su triunfo es una bofetada para aquellos que creen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida. El fútbol es la vida y como está anda sobrado de frases que van más allá del rectángulo de juego: “Decir que los aficionados pagan su dinero para ver a veintidós mercenarios dar patas a una pelota es lo mismo que decir que un violín es madera y cuerda o que Hamlet es papel y tinta”, dijo el escritor británico John Boynton Priestley. “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”, dijo el escritor francés Albert Camus.

Y ambos tenían razón. El fútbol es la vida por excelencia, la selva de los sentimientos, esa cueva de náufragos, la superación como forma de vida; también la geometría imposible al alcance de todos, la ecuación perfecta para los imperfectos, el misterio insondable, el milagro como objetivo imposible. El escritor y futbolero Eduardo Sacheri –se acuerdan del libro La pregunta de sus ojos, que luego llegó al cine y a conquistar un Oscar como El secreto de sus ojos– se refiere a estos descreídos del fútbol y la vida poniendo en duda lo que puedan saber de este deporte pero sentenciando que de lo que no tiene ni puta idea es de la vida.

El Leicester es esa vida. No es sólo fútbol, no es un balón, 22 tipos más uno de negro y 90 minutos por delante. No es únicamente ganar, golear, ser el primero. Es la sensación de ser y estar donde no se te espera. La capacidad de doblegar a quien no está acostumbrado a doblar la rodilla. El poder de cambiar la historia, de reírte de ella, de ser un revolucionario, de arrastrar a miles y miles en busca de un sueño, de cambiar el final de cualquier libro, de poner patas arriba todo lo establecido. El Leicester se ha convertido en el apoteosis de lo políticamente incorrecto. Todo esto es el fútbol y por supuesto la vida.