La gran historia de la XI legislatura es la de Íñigo Errejón. Es quizás lo único literariamente rescatable de estos meses grises de simulacros y ficciones. Errejón es nuestro Rubashov, un disidente en construcción, el esbozo de una figura tan antigua como esa política que llaman nueva y que no es más que la enésima transformación estética de una vieja superstición europea.

El increíble estratega menguante volvió a la tele este sábado noche para clamar imprudente que seguimos en guerra contra Eurasia, cuando la línea oficial ya ha decretado que ese conflicto jamás ha existido. A Errejón una parte de sus camaradas lo ven ya como un “centrista”, que no es una categoría sino una condena entre quienes quieren tomar el cielo por asalto. Para él Podemos debe ser un producto netamente populista, es decir, transversal y desclasado. Es una idea con sentido de la oportunidad y que nace de la certeza de que España es un país donde la enfermedad de los ricos, que es creerse pobres, ha alcanzado cotas pandémicas. Medio millón de votantes del PP en 2011 lo fueron de Podemos en 2015, lo que confirma que el combustible electoral del populismo es la rabia y no la ideología.

Podemos ofreció un inesperado signo de madurez política el día que se desembarazó de Juan Carlos Monedero. Los pragmáticos vencieron entonces la necesaria batalla contra los ortodoxos. Fue así como remediaron los cíclicos e incómodos brotes de nostalgia del inservible imaginario izquierdista. Pablo Iglesias demostró que estaba dispuesto a traicionarse a sí mismo, que es la prueba decisiva del liderazgo. “Queremos ocupar la centralidad del tablero porque existe una mayoría que apuesta por la decencia”, dijo y todos supimos a qué se refería. Eran los días más cursis, y más dulces, de nuestro Rubashov, los días del núcleo irradiador y de la forja de una nueva identidad colectiva.

Pablo Iglesias ha vuelto a la universidad y su partido está a punto de volver a Izquierda Unida. Es la vuelta a la casilla de inicio. Una regresión completa. Esa bravata contra los periodistas fue otra muestra de autenticidad, un regreso a La Tuerka, al Pablo desencadenado de El Gato al Agua, un autohomenaje entrañable. Un paso más hacia la confortable marginalidad. Por un momento, creímos verle el piercing, otra vez en la ceja. Aquel que, según dijo, le aconsejaron quitarse, quién sabe si Errejón.