Cuando la Guardia Civil irrumpe en la sede de tu partido es un buen momento para sentarse a reflexionar. Tal y como certificó María Peral en una crónica descorazonadora, la primera planta del edificio de Génova 13 era la única que quedaba, hasta ahora, fuera de sospecha.

Esperanza Aguirre fortificó allí a los suyos, convirtió el primer piso en una habitación del pánico contra el marianismo. Cuando le anunció su dimisión como presidenta del PP madrileño, Mariano Rajoy le correspondió con un mensaje de mezquina ambigüedad galaica: “Lo comprendo”.

Toda una generación de la derecha yace a los pies de Rajoy, cuya defunción política llevamos anunciando año tras año desde 2004. Esperanza Aguirre es su enemigo más duradero e incómodo. El único maverick que ha soportado en pie la letal planicie del marianismo, resumida en aquella frase inmortal pronunciada en 2008: “Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya”.

Esperanza Aguirre todavía no se ha ido, está yéndose y en el trámite de irse aún puede ser muy dañina para Rajoy. Cualquiera de los argumentos con los que explicó su decisión de dimitir como presidenta regional del PP serviría para justificar la dimisión del presidente nacional del partido. La negligencia in vigilando, la confianza depositada y hasta la vocación británica. Y esta sugerencia envenenada (y cierta): “No es el tiempo de los personalismos sino de los sacrificios y las cesiones”.

Esperanza Aguirre quiso disputar la hegemonía ideológica a la izquierda y fundar en España un liberalismo orgulloso y desafiante. Pero sus problemas como liberal tienen la misma raíz que los del izquierdismo de la gauche divine: la falta de exigencia personal. Pocos han manejado de una manera tan arbitraria los resortes del Estado como esta declarada thatcheriana que siendo concejala organizaba homenajes a Ludwig Von Mises.

Tras años de marianismo, cunde la idea de que la emergencia del populismo tiene mucho que ver con la rendición ideológica y moral del PP. En los últimos siete años Esperanza Aguirre no ha dejado de denunciar la primera. Su divisa es aquella anáfora, “No me resigno”, que opuso en 2008 a la continuidad del marianismo, que no es otra cosa que la resignación exacerbada. Con su dimisión, Aguirre ha conseguido poner bajo el foco la segunda, la rendición moral.

"Yo dejo el PP de Madrid porque asumo la responsabilidad política de todos esos años”, dijo. O, más bien, le dijo.