Es una lástima que lo único sensato que se puede hacer sobre nuestras múltiples opciones de Gobierno sea algo imposible. Lo cabal, claro, sería que el PP gobernara con apoyo del PSOE y de Ciudadanos. Fundamentalmente, porque aunque se pueda argumentar en contra haciendo equilibrismos varios, fue el partido de Rajoy –a pesar suyo- quien ganó las elecciones el 20-D. Y fue el PSOE de Sánchez –también a pesar suyo- quien quedó en segundo lugar. Por estas dos razones, sí, pero también porque las alternativas resultan peores, sería bienvenida a España una gran coalición que pusiera en práctica políticas similares a las que tomaría un Ejecutivo de centro. Eso es, al menos, lo que puede intuirse que ocurriría una vez extraído el mínimo común denominador entre la socialdemocracia y la derecha moderada.

Pero, lamentablemente, los dos históricos no se entienden. Tampoco es extraño: los dos grandes partidos están dirigidos por un indecente y un miserable, que es la opinión que cada uno tiene del otro. Además, no ayuda que ambos sufran una enorme presión interna, ya que están severamente cuestionados en sus propios partidos –no es para menos después de haber perdido más de cinco millones de votos en las últimas elecciones-.

Sin embargo, si Felipe VI, tras las consultas de esta semana, propone a Rajoy formar Gobierno, y este lo consigue, esa constituiría la mejor de las noticias posibles para el país. Un país que se halla al borde de un abrupto acantilado, magullado por las circunstancias en Cataluña y zarandeado por la inestabilidad, con los mercados internacionales mirando ya si se va a caer, o no.

Pero la gran coalición no se producirá -como ya ha insinuado indiscretamente el Rey-, porque Sánchez solo puede jugar al todo o nada, así que hará todo lo que debe, y parte de lo que no debe, para eludir apoyar a su rival. Incluso pactar con independentistas; incluso comprometerse con quienes divinizan recetas populistas cuyos resultados ya se han mostrado devastadores allá donde se han aplicado.

Es cierto que Sánchez no tiene muchas soluciones felices: si, forzado por los barones acabara apoyando a los populares, buena parte del electorado socialista se arrojaría en brazos de una opción más a la izquierda en los comicios siguientes. Si buscara el apoyo de Podemos y transigiera con sus demandas, estaría él mismo lanzándose a los brazos de Iglesias, el político que más posibilidades tiene de, precisamente, engullir pronto al PSOE.

La sensatez es, tal vez, la mayor de las virtudes políticas; también, la menos frecuente en nuestros políticos. Ojalá que, al menos esta vez, los líderes prioricen las necesidades generales a la suyas propias.