Los programas de Nochevieja de las grandes cadenas y el Concierto de Viena son las dos grandes ofertas clásicas con las que las televisiones despiden un año y saludan el inicio de otro. También constituyen un contrapunto mediático y cultural muy llamativo porque ambos espectáculos parecen genuinos de dos sensibilidades antagónicas, por no decir de dos sociedades opuestas. 

Por un lado, y los especiales retransmitidos la noche del jueves han sido ejemplos lamentables y palmarios, las grandes cadenas de televisión públicas y privadas ofrecen espectáculos que hacen de la chabacanería, la zafiedad, el mal gusto y -en el mejor de los casos- la caspa y los sketch enlatados sus signos distintivos.

Ejemplo de buen gusto y cultura 

Por el otro, cada año asistimos a la emisión de un concierto con repertorio de dos horas de música clásica en el que el bueno gusto y la delicadeza van de la mano de guiños de humor -algunos repetidos año tras año y por ello conocidos y esperados- que sirven para mejorar la interlocución entre la Filarmónica vienesa y la audiencia, y que ponen de manifiesto que la cultura y la sensibilidad no son incompatibles con el tirón popular sino todo lo contrario.

No se pueden valorar espacios tan disímiles en términos de audiencia, lógicamente. Pero comparando la estética y los valores que representan resulta sencillamente imposible mantener la tesis de que las producciones de nuestras televisiones son un reflejo de la sociedad a la que sirven y se deben.

Nada que ver con España

EL ESPAÑOL no defiende ni quiere una cultura elitista, es decir, vocacionalmente minoritaria. Pero tampoco puede admitir como normal que las grandes cadenas de televisión insistan año tras año en ofrecer, justo en unas horas en las que todas las familias españolas están frente al televisor esperando las campanadas, unos espacios básicamente infames que poco o nada tienen ya que ver con nuestro país.

No todo en los citados programas de Nochevieja fue deplorable, faltaría más. Pero hay que subrayar que España no puede verse reflejada en la fascinación por las transparencias de Cristina Pedroche, explotadas por una de las cadenas privadas, ni por las simplezas en ropa interior de Príncipe Pelayo, Cristina Rodríguez y Natalia Ferviú, que es lo que hizo su principal competidora. Sencillamente, este deslumbramiento prefabricado en las televisiones parece más propio de la España posfranquista de las mamachicho que de un país avanzado. 

Transparencias y 'bertinadas'

Del mismo modo, tampoco dice mucho a favor de su razón de ser que la televisión pública no parezca capaz de ofrecer otra cosa distinta que a un encapotado Ramón García y a su eterna partenaire Anne Igartiburu, o que no comprenda más sentido del humor que el presumible en las chanzas populacheras de Bertín Osborne o en los chistes facilones de Arévalo.

Una cosa es apostar por fórmulas exitosas y otra minusvalorar el sentido estético y moral de la sociedad. Está claro, y el mejor ejemplo es el atractivo del Concierto de Año Nuevo de Viena que las televisiones y los profesionales españoles podrían hacerlo mucho mejor. Otra cosa es que los directivos de las cadenas no pongan ningún interés en explorar nuevas fórmulas y, por confundir a la sociedad española con los memes que hacen furor en las redes, se empecinen en que el país entero se refleje en el espejo cóncavo de un esperpento recurrente.