Tal vez tenga razón Gregorio Morán, en su crítica subrayada, cuando escribe que las derrotas educan. Tal vez tenga razón -o no la tenga- pero todo indica que este asunto viene a ser importante para Pablo Iglesias, que lo destaca con lo primero que tiene a mano, ya sea lapicero, bolígrafo, o el luto de la uña.

La verdad es que nuestro pueblo siempre estuvo cerca de conquistar la lejanía, pero eso no cuenta ahora. Lo que ahora cuenta es señalar que, en la pérdida, siempre hay más literatura que en la ganancia. Por eso somos tan literarios; capaces de lustrar la piel de toro con el betún de nuestra propia derrota hasta negrecer las entrañas. Una costumbre histórica de cuando se gritaba: "¡Vivan las caenas!" Tiempos que vienen a ser parecidos a los de ahora. De aquellos polvos, estos condones cargados con el semen inútil de la Transición.

Todo empezó muchísimo antes; cuando un hombre ejemplar nos enseñó a llevar la derrota a la manera literaria, como una victoria. Encarcelado, manco, roto de edad y de bullate, Cervantes creó al personaje más libre del mundo. En su derrota, asumió que la realidad -al ser una mala imitación de la ficción- se hace tóxica. Para defenderse de ella, siempre temeroso de que la realidad plagiase su inventiva, fraguó peligros. Se sumergió en ellos a sabiendas de que humedecer la piel podría secarle el cerebro. Suele pasar con los excesos, por eso el hielo abrasa si acercas las yemas.

Esto viene al dedo para recordar que, conseguir el justo medio es la conquista de toda civilización y en la época de Cervantes no se contemplaba el justo medio, como tampoco los derechos de autor. No se podía saber con exactitud el número de ejemplares vendidos del Quijote. Hoy, que ya no estamos a tiro de ballesta, existen herramientas para saberlo.

Con sólo pasar el código de barras por caja, los jurdós llegarían íntegros a la cuenta del autor, de la misma manera que pasan a la cuenta del distribuidor, del editor y del librero. Así, el creador de la entraña de cada libro, dejaría de ser el último en cobrar y además cobraría. Sería un estímulo. Nunca estuvimos tan cerca; a una distancia tan mínima como la que marca el luto de una uña. Separado por tan ridículo espacio, contesto al tweet:

Somos perdedores, estamos orgullosos de serlo. Tanto es así que, siempre que tenemos oportunidad, fracasamos por todo lo alto.