El último barómetro ha prendido la campaña de predicciones de cacharrería: ya corren los nuevos candidatos como gatos ensogados a hojalatas cuesta abajo hacia las urnas.

Dicen las runas sociológicas que volverá a ganar el PP, lo cual probaría que la gaviota circunfleja de Génova 13 es una langosta rocosa en su determinación hegemónica. De ser así, ni los SMS a Bárcenas, ni las postas manuscritas de Rosalía, ni las gestiones del poder entre tinieblas -para convencer a la Policía de que el tesorero no era el Cabrón que anotaban los malandros de la Gürtel- pasarían al PP la factura merecida.

Uno entendería que en un país de rumiantes hechos al solano y los embustes, el acuse de recibo por los incumplimientos y la precariedad no fuese demasiado gravoso para el presidente. Pero nunca hubiera imaginado que los indicios culposos sobre Rajoy y Soraya, tan escandalosos, pudieran acabar sofocados en la sordina de los medios sistémicos y en el tresillo de Bertín.

El problema entonces fue achuchar a Moragas para que sacara a Rajoy del plasma, crecidos sus críticos en el yerro de que un hombre tan rebujado y soso sucumbiría ante el verbo esmaltado de Sánchez, la vehemencia hugobós de Rivera y el rap quechua de Iglesias.

Si el CIS dice la verdad, si la asadura oficial no está corrompida en la cocina, Arriola y Moragas habrán demostrado que no hay portada capaz de convertir un atril vacío en un patíbulo; y que pese al ascenso meritorio de los delfines de la nueva política, los sargentos chusqueros de los viejos métodos siguen tomando el pulso a la mayoría del país.

El barómetro se perpetró antes de que Rajoy se fuera con Bertín a contar ñoñerías a una audiencia entumecida en la vulgaridad de las televisiones. Sin embargo, entre 120 y 128 escaños son suficientes para admitir que Rajoy acertó de estrategia cuando pasó de los debates y se fue a trampear al dómino por los casinos y a besar señoras en los abastos.

Tiene dicho Gustavo Bueno, que es rajoyista, que la televisión es una fábrica de idiocia. Sin contradecir al profesor, uno quiere pensar que entre los 8,7 millones de españoles que en algún momento vieron al presidente presumir de Viri, honrar al padre, y enternecerse con el recuerdo de la madre, muchos fueron quienes se asomaron en busca de la comicidad inveterada del landismo. La cosa, al parecer, es que lamentablemente las risas de unos pocos vienen siendo los votos de otros muchos. Otro asunto es que el 20-D quienes queden segundos acaben siendo primeros.