Si esta pesadilla por indigestión de garbanzos que hemos padecido durante los últimos días es la precampaña electoral, mejor andar lejos de España cuando llegue la campaña de verdad. Hasta en El País decían que la de Bertín Osborne es la mejor entrevista que le han hecho jamás a Pedro Sánchez. Oriana Fallaci debe de revolverse en su tumba al oír las palabras "mejor entrevista" y "Bertín Osborne" en la misma frase. Ahí andaban los dos ídolos de las suegras, en un sofá grande como un crucero de batalla, con las piernas abiertas y el cojín sobre los huevos, hablando de ligarse italianas, de lo mucho que se llora cuando se te muere el abuelo y de lo-difícil-que-me-lo-puso-mi-mujer. Esto no es campechanía: esto es una horterada.

Lo de las entrevistas relajadas destinadas a conocer el "lado humano" de los candidatos se nos ha ido definitivamente de las manos. Hemos pasado de esos debates televisivos en los que los candidatos enlazaban monólogos sucesivos y medían su tiempo de intervención con un reloj atómico a esta orgía de cuñadismo machoalfista capaz de rivalizar en patetismo con un partido de fútbol de solteros contra casados. Bienvenidos a la kakistocracia, ese gobierno para separados, ciclistas de fin de semana y brasas de cena de empresa.

La de franquismo sociológico es una expresión que hizo fortuna en España a finales de los años setenta. El franquismo sociológico era el de esos ciudadanos que, aún no declarándose abiertamente franquistas, perpetuaban los modos y las maneras políticas y sociales del franquismo. La caspa, si lo quieren en plata. Hoy en día ya no queda mucho de eso y los últimos mohicanos del franquismo sociológico se sientan en los consejos de administración de energéticas y bancos. Pero es un paripé. Alguno hasta vota a Podemos.

Muerto el franquismo sociológico, ahora andamos más bien en el transicionismo sociológico. El de esos ciudadanos a los que se les presupone una cultura democrática más o menos evolucionada pero que continúan anclados en los primeros años ochenta, cuando los españoles metían las papeletas en las urnas con un palo porque no sabían hacerlo con las manos. Al presente los españoles solemos llegar con medio siglo de retraso.

Al próximo que me diga que estos candidatos son como nosotros (es decir como yo) lo crujo. Si algún día me parezco a Pedro Sánchez, a su camisa blanca con tejano por encima del ombligo, a su "soy un ligón que ha sentado la cabeza y adora a su mujer", ya saben, un tipo sanote pero con pasadito de pitiminí, que me peguen un tiro como a un caballo cojo. Tienen mi permiso.