Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión Vísperas del 36

La República y la Iglesia

(20 de noviembre de 1935, miércoles)

20 noviembre, 2015 02:53

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Era la primera vez en meses que Pepe Mañas se acercaba a visitar a su tío José. Desde que se había mudado a su nueva parroquia, en el centro, apenas se veían por el cumpleaños de padre o por Navidades, cuando el tío bajaba a Carabanchel, porque Luis y Mariana rara vez cruzaban el puente de Toledo. Pero hoy quiso pasar a verle y lo encontró en su casa, una pequeña buhardilla no muy lejos de la calle de Blasco Ibáñez, la antigua Princesa. Hacía un tiempo agradable y otoñal. Rondaban los quince grados, pero el sol que lucía y el viento se anulaban mutuamente. Se estaba bien y mientras caminaban por la acera, le preguntó si seguía la evolución de la vida política.

- Por supuesto, Pepe. Dime de alguien que te diga lo contrario y te diré que miente. Ahora mismo la Iglesia está de uñas. Tú ya sabes que en un principio, cuando llegó la Niña Bonita, muchos sacerdotes nos quedamos un poco descolocados, y hasta algunos se alegraron. Es cierto que a otros le entró prevención, pero en general la mayoría andaba, como todos los españoles, hastiados de los errores de la monarquía. Y el que gente tan sensata como Ortega o Marañón o católicos, a su manera, como Bergamín, proclamasen la necesidad de la República, y que encima pusieran al frente a un católico practicante como Alcalá-Zamora, nos daba tranquilidad. Y sin embargo no pasó ni un mes que ya empezaron las quemas de conventos. Y ahí se vio que detrás de los republicanos de bien había mucho loco revolucionario. Yo mismo vi con mis propios ojos cómo ardía la iglesia del convento de la Flor. Los vándalos reventaron una ventana y, ya dentro, rociaron con gasolina la pila de sillas y bancos, mientras los guardias civiles, a caballo, esperaban tranquilamente fuera. Creo que no puede haber mayor prueba de la connivencia gubernamental. La gente, en la calle, se congregaba, con el churro o un buñuelo en la boca, mientras los vendedores ambulantes vendían retratos de Galán y García Hernández… Fue terrorífico.

Pepe Mañas tenía su propia opinión sobre el tema, aunque conociendo a su tio, prefirió no exponerla. Seguían andando por la calle y pasó a su lado un tranvía Charleroi, con su característico chirrido.

-Después el ametrallamiento de la sede del ABC, la quema de los quioscos de El Debate… Pero lo definitivo para mí fue cuando Ortega, a finales del 31, en su discurso en el cinema de la Ópera proclamó "¡no es esto, no es esto!", pidiendo la rectificación de la República, y Unamuno reconoció que la República iba mal, muy mal, y ya muchos eclesiásticos se asustaron. Obviamente con las Cortes Constituyentes nadie se hacía ilusiones. Ya se sabe, como dice el chiste, que en las Constituyentes siempre hay exaltados y locos. Por eso se contraponen a las ordinarias, que son normales. Uno conocía las veleidades jacobinas de Azaña. Pero pensábamos que la sensatez se impondría. Pero no fue el caso, y la Constitución indignó a la Iglesia casi más que las declaraciones de Azaña, con eso de que "España ha dejado de ser católica", cuando en buena lógica democrática, al ser católica la mayoría en este país, nos tenían que haber escuchado un poquito al menos. Y luego la expulsión de los jesuitas todavía pase, por vaticanistas. Lo inadmisible fue que quisieran sacarnos de las escuelas y quitarnos la educación, cuando en este país fuera de la Iglesia no hay docentes, o no los necesarios para la tarea. Podían haber guardado las formas y hacerlo progresivamente. Pero no: todo ha ido encaminado a atacarnos, azuzando de paso los ánimos de los energúmenos callejeros… A partir de ese momento fue difícil seguir creyendo, como católico, en la República. Hoy hasta los que se mostraron entusiastas en un principio no pueden sino alinearse con Herrera y la CEDA y considerarlo un mal con el que hay que lidiar lo mejor posible, pero mal, al fin y al cabo. Y la verdad es que los hechos no han dejado de darnos la razón. Esta república no es laica, sino anticatólica… Pero no dices nada. ¿Es que no estás de acuerdo conmigo?

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