El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, comparece tras una reunión trilateral en Jerusalén con los líderes de Grecia y Chipre.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, comparece tras una reunión trilateral en Jerusalén con los líderes de Grecia y Chipre. Abir Sultan Reuters

Oriente Próximo

Israel une fuerzas con Grecia y Chipre en el Mediterráneo para frenar a un Erdogan crecido por su sintonía con Putin y Trump

La relación militar y comercial entre los tres países se considera crucial ante la creciente influencia de Turquía y su pésima relación con Israel. Netanyahu busca complementos a la tradicional ayuda estadounidense.

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Las claves

Israel, Grecia y Chipre refuerzan su alianza en el Mediterráneo ante el expansionismo de Turquía liderado por Erdogan.

La preocupación común de los tres países es la influencia creciente de Erdogan, potenciada por sus relaciones con Putin y Trump.

El acuerdo incluye cooperación militar y económica, destacando un proyecto de cable eléctrico entre Israel y Europa y una fuerza conjunta de reacción.

Turquía, principal patrocinador de Hamás junto a Catar e Irán, mantiene tensas relaciones con Israel y ha sido excluida de las discusiones sobre Gaza.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se reunió este lunes en Jerusalén con sus homólogos de Grecia y Chipre para profundizar en la relación entre los tres países, favorecer una alianza comercial en el Mediterráneo… y tratar la cuestión del expansionismo de Turquía.

En el fondo, más allá de los acuerdos militares y energéticos, lo que une a los tres países es precisamente su resquemor hacia Recep Tayyip Erdoğan, quien se ha reunido en los últimos meses con Donald Trump y con Vladímir Putin, además de ser pieza clave en el puzle de Ucrania por su acceso al mar Negro.

Cuando se mueven demasiadas cosas al mismo tiempo es complicado seguir constantemente una misma narrativa. Es fácil decir que las relaciones entre Israel y Estados Unidos son excelentes porque la política exterior estadounidense siempre se ha volcado en defensa del estado hebreo. Ahora bien, Netanyahu tiene motivos para desconfiar de la Casa Blanca.

Su relación con Trump viene muy herida del primer mandato del multimillonario, cuando Israel intentó anexionarse buena parte de Cisjordania sin contar con el permiso de la Casa Blanca y haciendo caso omiso del llamado Plan Trump, encaminado a una solución de dos Estados a la cuestión palestina.

A eso hay que unir, por un lado, la excelente relación de la actual Casa Blanca con las monarquías árabes y, por otro, el respeto total que, como decimos, siente Trump hacia Erdogan.

Aunque en los últimos días, Israel esté insistiendo en la necesidad de volver a poner la lucha contra Irán en un primer plano, lo cierto es que hay una enorme presión por parte de Estados Unidos y de otros países occidentales y árabes para que Israel empiece a trabajar en la segunda parte del acuerdo con Hamás y dé vía libre a una fuerza internacional que lleve a un gobierno provisional en la Franja.

Los vínculos entre Hamás y Turquía

El problema que tiene Netanyahu con esa segunda fase es que no le interesa en absoluto. Nunca lo ha hecho. De los famosos veinte puntos de Trump, Israel aceptó a regañadientes los que tenían que ver con el alto el fuego a cambio de la liberación de los rehenes aún en manos de Hamás.

El resto es lo que más importa a Estados Unidos, que quiere cuanto antes la normalización de las relaciones en todo Oriente Próximo, mantener a Arabia Saudí como aliado y convertir Gaza en un lugar próspero donde invertir… pero es lo que menos interesa tanto a la banda terrorista como a Israel.

Israel, o en concreto su primer ministro, aunque es una posición bastante extendida en la sociedad hebrea, es completamente contrario a la solución de los dos estados en este momento… aunque no lo fuera en otras ocasiones.

Entienden que Gaza no puede ser independiente, como es obvio, con Hamás al frente… pero también tienen miedo de que la prosperidad en zona palestina pueda derivar en la formación de un estado propio. Por parte de Hamás, la explicación es lógica: no quieren ceder el poder bajo ningún concepto.

El presidente de Turquía, el islamista Recep Tayyip Erdogan.

El presidente de Turquía, el islamista Recep Tayyip Erdogan. Reuters

¿Qué pinta en esto Turquía? Bueno, junto a Catar e Irán, el Gobierno de Erdoğan ha sido uno de los principales patrocinadores de Hamás en la Franja de Gaza.

Turquía no mantiene en la actualidad relaciones comerciales ni diplomáticas con Israel e incluso cerró su espacio aéreo y marítimo tras la respuesta a los atentados del 7 de octubre de 2023.

Esta misma semana, el Gobierno israelí se negó a que Ankara participara en las discusiones sobre la fuerza internacional que supuestamente va a imponer el nuevo orden en Gaza.

El cable eléctrico y la "fuerza conjunta de reacción"

Lo ideal para Netanyahu sería encontrar la manera de debilitar a Turquía y ralentizar su deriva islamista, pero eso no va a ser posible si Erdoğan cuenta con el apoyo, a la vez, de Rusia y de Estados Unidos. Es el aliado ideal porque apenas crea problemas —de momento— y no se posiciona con claridad en ninguna disputa.

Estambul fue la sede que Rusia eligió para sus primeras negociaciones con Ucrania al poco de empezar la invasión de 2022… y, a su vez, Turquía es país de la OTAN con lo que eso implica en términos de armamento y vínculos diplomáticos.

A falta de esa solución mágica, el acercamiento de Israel a Grecia y a Chipre es una cuestión de pura necesidad.

Los dos Estados son miembros de la Unión Europea y ambos comparten el miedo por la amenaza turca: al fin y al cabo, Grecia no logró su independencia de Estambul hasta 1825, después de 400 años bajo el dominio del Imperio otomano, y parte de la isla de Chipre está en la órbita directa de Turquía, aunque ahora mismo el Gobierno esté presidido por el grecochipriota Nikos Christodoulidis.

Por supuesto, más allá de la unión frente a Turquía, hay cuestiones de colaboración económica que son de vital importancia para los tres países; en especial, el cable de interconexión de electricidad que uniría Israel con Europa a través de estos países y que supondría una alternativa importantísima para el Estado hebreo al siempre complicado negocio con sus vecinos árabes.

La cooperación militar también es fluida: los tres países tienen pactada una "fuerza conjunta de reacción" en caso de ataque a alguno de ellos que se cifra en unos 2.500 hombres; aparte, los pilotos de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) entrenan en el espacio aéreo griego y sus soldados lo hacen en territorio chipriota.

En caso de que, en algún momento, Estados Unidos —sea con esta Administración o con cualquier otra— deje de ser ese aliado preferente, Israel necesita vías paralelas para no quedarse aislado.

No es exactamente un mensaje a Trump, pero sí la constatación de que la ayuda estadounidense se puede cuando menos completar con otros aliados. Teniendo en cuenta la situación diplomática actual de Israel, incluso dentro de la propia Unión Europea, cualquier avance en ese sentido es decisivo para el Gobierno de Tel Aviv.