Oriente Próximo

Netanyahu planea atacar Rafah mientras se retira de Gaza sin haber cumplido sus objetivos

El líder israelí anunció el lunes que se llevará a cabo un próximo ataque en la ciudad, una acción considerada como una línea roja por parte de EEUU.

9 abril, 2024 02:16

Benjamin Netanyahu es un superviviente. Siempre lo ha sido. Nadie ha sido primer ministro de Israel durante más tiempo que él ni en etapas más alejadas entre sí. Ganó las elecciones de 1996 para formar su primer gobierno… y ganó las de noviembre de 2022 después de hasta cuatro repeticiones por la incapacidad del Likud para crear una coalición sólida. En la historia de Israel, quedará como la gran figura política de principios del siglo XXI. Un héroe, para muchos; un villano, para otros. 

Ahora bien, el último año y medio de Netanyahu convalida una vida entera de cualquier otro dirigente: tras ganar las elecciones, se decidió a gobernar con ultraortodoxos y pequeños partidos de extrema derecha; a continuación, intentó una reforma del Tribunal Supremo tan contestada que fue declarada ilegal y provocó decenas de manifestaciones en las calles de Israel. No solo eso, sino que este asalto al poder judicial desde el ejecutivo enturbió su magnífica amistad con Joe Biden, que osó llevarle la contraria, algo que Netanyahu tolera con mucha dificultad.

Recién apagado ese incendio, llegó la masacre de Hamás del 7 de octubre, uno de los atentados terroristas más horribles que ha visto el ser humano, y que le pilló a Netanyahu descolocado. Tras el shock inicial, pronto se empezó a filtrar que el gobierno había desechado informes de inteligencia que alertaban sobre un ataque de ese tipo por considerarlos “exagerados”. Si la primera labor de todo primer ministro israelí es proteger a su pueblo, Netanyahu falló por completo. El tiempo dirá hasta qué punto.

Netanyahu retira las tropas del sur de la franja de Gaza, pero advierte que ya hay fecha para la invasión de Rafah.

Al ataque, por supuesto, le siguió la guerra. Tanto el propio Biden como sus aliados occidentales recomendaron tiempo y prudencia, pero Netanyahu, espoleado por el dolor de toda una nación y por el instinto natural de venganza, tardó entre poco y nada en iniciar una guerra en Gaza sin un propósito claro. Sobre el papel, los objetivos eran la destrucción de Hamás y la liberación de los 250 rehenes que habían llevado consigo a la Franja. En la práctica, lo que se ha vivido es un continuo de bombardeos que han arrasado el territorio palestino, han matado a 33.000 personas, terroristas y no terroristas, y han provocado cientos de miles de desplazados de una ciudad a la siguiente.

Los fracasos de Netanyahu en Gaza

Seis meses después del atentado de Hamás y la respuesta israelí, Netanyahu no parece haber cumplido ninguno de sus objetivos primordiales y ha arrastrado a su país a otros problemas paralelos. Pese a que el número de bajas entre los terroristas de Hamás es amplísimo, las FDI anunciaron este fin de semana su retirada de prácticamente toda la Franja sin haber conseguido eliminar a la banda terrorista ni haber descabezado a su estructura militar. Ahí siguen Yahya Sinwar y Mohammed Deif escondidos en sus túneles, negociando desde el subsuelo el futuro de los rehenes y esquivando todos los ataques israelíes.

La retirada, aunque se presente como la culminación de una victoria, deja la duda de qué va a pasar en los territorios abandonados de Jan Yunís o Deir Al Balah. La experiencia del hospital Al Shifa, en Gaza City, donde los terroristas de Hamás y la Yihad Islámica lograron rearmarse y tomar el mando del complejo sanitario en cuanto se retiraron las tropas israelíes, es desalentadora. Doce días tardaron las FDI en volver a imponer el orden y poca gente duda de que algo parecido les puede pasar en las ciudades del centro y el sur de la Franja que queden ahora a merced del caos.

Porque el problema de raíz de esta operación militar es que no había una planificación sobre qué hacer con el territorio ocupado. Israel entró, desarticuló, mató, destruyó… pero sin conciencia de qué pasaría después. Incluso con las FDI presentes, las escenas de pillaje han sido constantes. Con Hamás en los túneles, no hay orden en las calles y es de prever que ese desorden solo se vea mitigado cuando los terroristas salgan de sus escondites y se vuelvan a hacer con el mando de las operaciones.

En resumen, Israel deja a la Franja sin una alternativa a Hamás porque nunca se pensó en esa alternativa. Simplemente, no interesaba. Todas las ocurrencias fuerzas multinacionales, líderes árabes, incluso ejércitos paramilitares financiados desde los emiratos y Arabia Saudí fueron improvisadas y posteriores a la invasión. De los rehenes, mejor no hablar. En seis meses, las FDI han conseguido rescatar con vida a tres secuestrados. En torno a un centenar sigue en paradero desconocido, unas cuantas decenas han muerto en el trascurso de las operaciones y los que han vuelto a casa han sido por la vía diplomática, no la militar.

Los problemas con Estados Unidos

De por sí, todo esto ya bastaría para que la operación de Israel se considerara como mínimo incompleta y fallida. El problema es que la imprevisión ha arrastrado una serie de consecuencias con las que será difícil lidiar. La principal, en términos diplomáticos, es el distanciamiento con Estados Unidos, su mayor aliado. El Secretario de Estado, Antony Blinken, lleva meses reuniéndose con propios y ajenos para evitar un mayor derramamiento de sangre y buscar una salida al desastre humanitario. No ha tenido ningún éxito.

Tan lejos se ha llevado ese enfrentamiento con la administración Biden que el mismo presidente tuvo que hablar con el primer ministro el pasado jueves para advertirle de que toda su política respecto a Israel —y eso incluye la venta de armas puede cambiar si el gobierno de Netanyahu no llega inmediatamente a un acuerdo con Hamás para el intercambio de rehenes y no colabora más activamente en la entrada de ayuda básica a la Franja. La matanza de siete cooperantes de la organización World Central Kitchen fue la gota que colmó el vaso.

Desde entonces, Netanyahu ha dado pasos erráticos: ha abierto un paso en el norte para facilitar la entrada de comida y medicamentos, ha enviado una delegación a El Cairo a seguir negociando a primera hora del lunes se habló de un acercamiento de posturas, pero Hamás no tardó en negarlo rotundamente y, como decíamos, ha retirado las tropas de buena parte de la Franja. Ahora bien, no ha renunciado al ataque a Rafah. De hecho, este lunes anunció que ya había una fecha prevista para el mismo, aunque no quiso concretarla públicamente.

El ataque a Rafah y la guerra con Irán

Las FDI insisten en que Rafah es el último reducto de Hamás y que, por lo tanto, hay que entrar con tanques e infantería para terminar de desarmar a los terroristas. Lo mismo que hemos oído antes respecto a las incursiones en Gaza City o en Jan Yunís, pero con el agravante de los cientos de miles de desplazados que viven hacinados en la ciudad fronteriza con Egipto después de haber ido huyendo durante meses de las bombas israelíes. Rafah es una línea roja estadounidense, pero a Netanyahu no parece importarle. Fuentes de la Casa Blanca afirmaron en la tarde de ayer que no habían sido informados de la inminencia del ataque.

Una de las hipótesis para la retirada de tropas del resto de la Franja es que con ella se intenta “hacer hueco” para que los desplazados puedan ir volviendo a sus casas antes del asalto definitivo a Rafah. Fuentes israelíes han apuntado esta posibilidad, pero las implicaciones son claras: si hay un regreso masivo y apresurado de refugiados hacia sus antiguos domicilios, las posibilidades de que unidades terroristas se cuelen en medio del descontrol son enormes. Sería un nuevo ejemplo de improvisación.

La otra hipótesis es que las tropas se estén retirando para reforzar la frontera norte con el Líbano en previsión de un ataque inminente de Irán a través de su guerrilla chií Hezbolá. Netanyahu ha aprovechado estos meses de guerra en Gaza para continuar los ataques al sur del Líbano, donde los terroristas liderados por Hasan Nasrallah llevan años incumpliendo las resoluciones de la ONU y ocupando una zona que debería servir de seguridad para el estado hebreo.

En su intento de acabar con Hamás, Hezbolá y la Guardia Islámica Revolucionaria (todas patrocinadas por Irán) a la vez, Israel atacó el anexo al consulado de Irán en Siria, matando a tres de los altos mandos ahí reunidos. El propio ayatola Ali Jamenei juró venganza en su momento y el ministro de asuntos exteriores iraní advirtió este lunes de que Israel tenía ante sí “unos días muy duros”.

Las presiones internas

En guerra con Hamás, en guerra con Hezbolá, en guerra con las guerrillas proxy de Teherán (incluidos los hutíes, en Yemen), con la reputación internacional por los suelos y enfrentado a su viejo amigo Joe Biden en el terreno diplomático, Netanyahu tiene aún más de lo que preocuparse. A nivel interno, Israel es un polvorín. Cualquier país que necesite cinco convocatorias electorales en tres años para formar un gobierno lo es. La coalición en el poder está formada por demasiados partidos demasiado volubles y satisfacerlos a todos es imposible.

Por ejemplo, los ministros del ala más extremista del gobierno llevaban tiempo amenazando con romper el acuerdo si no se produce la invasión inmediata de Rafah. Lo mismo se puede decir de la negociación con Hamás por los rehenes. No todo el mundo en el ejecutivo israelí ve con buenos ojos la discusión con terroristas y menos aún con terroristas de esa calaña. El precio a pagar por Israel en términos de liberación de prisioneros es enorme… pero las familias apremian y también lo hace Biden.

Desde la distancia, Netanyahu parece ahora mismo un animal acorralado, lo que le hace, por supuesto, aún más peligroso. Su popularidad no ha crecido todo lo que se espera del líder de un país en guerra. De hecho, las últimas encuestas dan como favorito al líder opositor Benny Gantz, apoyado por la Casa Blanca, si se convocaran unas nuevas elecciones. Elecciones que piden desde Washington, que pide el propio Gantz y que pide buena parte del progresismo israelí e incluso determinadas fuerzas centristas que ven con horror la situación política actual.

Ahora bien, aquí volvemos al principio: Netanyahu es un superviviente y no tiene pinta de que vaya a rendirse sin más. Las consecuencias de su huida para adelante son imprevisibles: un enfrentamiento directo con Irán, un conflicto aún mayor con Estados Unidos, una división insalvable de la sociedad israelí. El futuro es sombrío para el hombre que lleva diecisiete años dirigiendo el destino del estado hebreo. Tiene que tomar decisiones y eso implica desagradar a mucha gente que le es imprescindible. ¿Logrará cuadrar el círculo otra vez? A sus 74 años, parece ya un truco de magia imposible.