Oriente Próximo

A qué espera Israel para invadir Gaza: los rehenes, Hezbolá y la presión externa frenan su ataque

Una posible intervención terrestre en Gaza no es algo que se pueda planear de la noche a la mañana y menos si Israel quiere minimizar daños.

24 octubre, 2023 02:40

Más de dos semanas han pasado desde los terribles ataques de Hamás a civiles y militares israelíes al otro lado de la frontera de Gaza, y diez días desde que se cumpliera el ultimátum de Israel para evacuar todo el norte de la franja palestina. Han sido dos semanas de intensos bombardeos sobre objetivos militares y civiles, de mucha diplomacia y de una enorme tensión en toda la zona. Los bienes más básicos han escaseado y solo en las últimas horas se ha podido establecer algo parecido a un corredor humanitario a través del paso de Rafah, en Egipto.

Lo que parecía una inminente acción de venganza en forma de ocupación militar terrestre sigue retrasándose. Todo el mundo daba por hecho que Netanyahu daría la orden de entrar con todo en Gaza en cuanto se cumpliera el ultimátum, independientemente de sus condiciones poco realistas, pero no ha sido así. Incluso el ministro de defensa, perteneciente al ala más ultra del gobierno israelí, habló de una ocupación inminente la semana pasada. Netanyahu, poco amigo de los riesgos en materia de política exterior, ha preferido esperar. Sus razones tiene.

De entrada, por mucho dolor que sintiera la población israelí después del devastador ataque del sábado 7 de octubre, lo cierto es que nunca se ha establecido con claridad cuál era la finalidad de dicha ocupación terrestre. No había un objetivo definido más allá de ciertas vaguedades como el rescate de los rehenes o la desarticulación de las infraestructuras de Hamás. Metas muy loables, pero poco realistas y que, en cualquier caso, se podían conseguir mediante la diplomacia y el bombardeo selectivo.

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La presión del doble frente

Pese a todo, como decíamos, Israel estaba dispuesto a actuar y por eso colocó a más de cien mil hombres en primera línea, con el doble fin de proteger los asentamientos judíos en territorio propio… y de entrar "en cuanto estuvieran preparados" en territorio palestino. Todo empezó a cambiar cuando pasó un poco de tiempo, se calmó la ira y empezaron las presiones externas, tanto de los aliados como de los enemigos.

La guerrilla Hezbolá, patrocinada por Irán, al igual que Hamás, y que ya ha tenido diversos enfrentamientos con Israel a lo largo de los años, destacando la guerra de 2006 en la que Israel no pudo imponerse con la facilidad que el gobierno de Olmert habría deseado, amenazó desde el primer día con atacar desde Líbano en caso de que Israel pusiera un pie en territorio gazatí. La idea de un doble frente no era ninguna broma. Entre otras cosas, porque Israel sabía que Hamás y Hezbolá actúan en coordinación y, lo más probable era que, igual que Hamás llevaba un año preparando sus ataques, Hezbolá llevara el mismo tiempo preparando una respuesta a una eventual contraofensiva israelí.

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Tampoco le hacía demasiada gracia la idea del doble frente a Estados Unidos ni a los países árabes vecinos (Egipto y Jordania, principalmente) que han normalizado sus relaciones con Israel y que ven con cierto temor las ansias expansionistas de los ayatolás y su visión chií del Corán, algo que comparen con Hezbolá (aunque, curiosamente, no con Hamás, que se declara suní). Todo lo que pudiera justificar una intervención de Irán en el conflicto de manera aún más directa corría el riesgo de derivar en una escalada de consecuencias incalculables.

Por eso, desde un principio, además de mostrar su apoyo moral y político, Biden insistió a Netanyahu en que se pensara dos veces su respuesta y no cayera en los errores que los propios Estados Unidos habían cometido tras el 11-S, cuando acabaron bombardeando tiendas de campaña en Afganistán y ocupando dos países (Bush incluyó a Irak en su guerra contra el terror sin justificación alguna) de los que tuvo que acabar saliendo de cualquier manera y tras sufrir decenas de miles de bajas. Aunque es cierto que Biden no hizo públicas estas advertencias durante su visita a Tel-Aviv, es probable que sí lo comentara en privado y que ese discurso haya encontrado eco tanto en el secretario de estado, Antony Blinken, como en la máxima autoridad militar estadounidense en la zona, el general Kurilla.

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, habla con su homólogo Benjamin Netanyahu en Jerusalén

El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, habla con su homólogo Benjamin Netanyahu en Jerusalén Reuters

La emboscada infinita

Aparte de la presión externa, hay otro factor importantísimo que está retrasando la intervención israelí. Esto no es 2014. Hamás está mucho más armada, tiene más aliados y, como decíamos, lleva mucho tiempo planeando esta operación. Es imposible que, dentro de dicha planificación, no se incluyera la respuesta a una eventual ocupación israelí. En otras palabras, Hamás le lleva un año de ventaja a Israel y, por mucho que los bombardeos hayan debilitado sus fuerzas, aún puede convertir cualquier operación terrestre en una auténtica pesadilla.

Como se ha repetido muchas veces, Gaza es un territorio con una gran densidad de población. En Gaza, Israel no tiene ni un aliado y sí muchos enemigos, tanto de Hamás como de la Yihad Islámica como de los propios ciudadanos de a pie. Meterse en una guerra urbana, intentando controlar calle a calle y piso a piso un terreno en el que manda Hamás desde al menos 2007, conlleva un riesgo enorme. Ya sería así sin previo aviso, mucho más lo será contra una milicia perfectamente preparada y que a buen seguro habrá convertido cada rincón de la franja en una emboscada.

Si a eso le juntamos que una de las doctrinas militares de Israel, respetada a lo largo de los años debido a su escasa población, es limitar el número de bajas, lanzarse a una operación sin un fin determinado o poco realista y unas circunstancias que invitan a pensar en una auténtica masacre por ambos bandos no parece lo más sensato del mundo. Una posible intervención terrestre en Gaza no es algo que se pueda planear de la noche a la mañana y, desde luego, para tener éxito, requiere de mucho más de diez días de consideraciones.

La diplomacia de los rehenes

Por último, está el tema de los rehenes… y los primeros que lo saben son los terroristas de Hamás, por eso se lanzaron incluso a la captura de ancianos y bebés y mostraron vídeos con ellos para impresionar a la opinión pública israelí. Una intervención militar terrestre supondría sin duda el fin para los aproximadamente 200 secuestrados. Hamás no dudaría en culpar a Netanyahu de sus ejecuciones y viendo lo visto en la opinión pública internacional, probablemente sus crímenes quedarían justificados.

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Hay que tener en cuenta que Netanyahu es un líder muy discutido internamente, que necesitó cinco elecciones en tres años para conseguir formar un gobierno no del todo bien avenido y a quien muchos culpan de los fallos de seguridad que permitieron a los terroristas cebarse con sus víctimas durante horas sin apenas respuesta por parte del estado israelí. No solo es que no pueda permitirse desde el plano moral una matanza de sus propios ciudadanos -y de aquellos que estaban de visita y les pilló el ataque en la peor circunstancia- sino que tampoco puede permitírsela desde el plano político.

A eso hay que añadir los esfuerzos diplomáticos, especialmente a través del régimen de Qatar, aliado a la vez de Hamás y de Estados Unidos, que han permitido la liberación de dos ciudadanas estadounidenses y que pueden llevar a más gestos de este tipo en los próximos días. Cargarse sin más estas negociaciones, por mucho que negociar con terroristas sea una mala premisa, sería difícil de entender tanto por los propios israelíes como por sus aliados en Washington. Todo ello hace que Netanyahu ande con pies de plomo y que los soldados sigan esperando. No hay que inferir de todo lo explicado que no se vaya a producir una invasión terrestre, pero está claro que no será con prisas ni de cualquier manera.