Patel y Ratcliffe, mandamases del FBI y la CIA, en Washington.

Patel y Ratcliffe, mandamases del FBI y la CIA, en Washington. Tom Williams Reuters

Europa

La desconfianza hacia EEUU acerca a las agencias de inteligencia europeas: "Durante mucho tiempo fue impensable"

Los servicios neerlandeses han confirmado públicamente estar compartiendo menos información con Washington y los expertos sugieren que su actitud está bastante extendida en el viejo continente.

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Las claves

Las agencias de inteligencia europeas están reduciendo la colaboración con Estados Unidos debido a la desconfianza generada por la administración Trump.

Holanda ha decidido disminuir el intercambio de información con Washington, especialmente sobre temas relacionados con Rusia, según reportes recientes.

Europa está fortaleciendo la cooperación interna de inteligencia para enfrentar desafíos como la guerra híbrida del Kremlin, impulsando una operación conjunta que antes se consideraba impensable.

La comunidad de inteligencia europea busca suplir las carencias dejadas por la retirada de Estados Unidos, explorando la creación de capacidades similares a las de la CIA.

El pasado lunes 20 de octubre, horas después de que Tim Weiner –el gran cronista de la CIA– dijese en una entrevista con EL ESPAÑOL que “otras agencias de inteligencia han dejado de colaborar con Estados Unidos debido a los chiflados a cargo de la seguridad nacional nombrados por Trump”, la revista Newsweek publicó un reportaje en línea con sus declaraciones. Contando, en fin, que Holanda ha decidido rebajar el intercambio de información con la primera economía del mundo.

“Los Países Bajos han reducido parte de la información de inteligencia que suministran a Washington”, escribía ese día Ellie Cook –la reportera que cubre asuntos de Defensa en la publicación norteamericana– citando lo que acababa de decirle uno de los jefes del servicio de inteligencia neerlandés. “Se ha dejado de compartir, sobre todo, cierta información relacionada con Rusia”, añadía Cook en su texto.

Si bien el oficial neerlandés evitó profundizar en los detalles de cómo ha cambiado exactamente la relación con Estados Unidos, lo que destacó es que de un tiempo a esta parte sus agentes hablan menos con los colegas que se encuentran en la otra orilla del Atlántico.

“La relación con los estadounidenses continúa siendo bastante buena”, le contaba esta semana a EL ESPAÑOL un antiguo alto mando militar europeo conocedor de las dinámicas de los servicios secretos occidentales. “El problema es que hay un presidente llamado Donald Trump que resulta una incógnita y la gran pregunta es: ¿qué hará o dejará de hacer con la información confidencial que tiene encima de la mesa?”.

“Ahora mismo, si fuese un servicio de inteligencia occidental, me sentiría bastante incómodo compartiendo parte de mis archivos y de mis descubrimientos con Washington”, sentenciaba el exmilitar.

Se confirma la rumorología

Aunque las declaraciones realizadas desde Holanda suponen una novedad –hasta ahora nadie había reconocido abiertamente una revisión a la baja de la cooperación con Estados Unidos–, lo cierto es que el runrún llevaba dando de qué hablar desde comienzos de año.

El pasado abril, por ejemplo, el diario francés Le Monde informó a sus lectores de que “los servicios de inteligencia europeos están preocupados por el futuro de su cooperación con Estados Unidos”. Y un mes antes, en marzo, un artículo firmado por dos académicos especializados en el tema –Ronan Mainprize y Matt Hefler– ya advirtió de que haber suspendido el intercambio de información con los ucranianos –una medida adoptada por Trump al regresar a la Casa Blanca– “ha puesto en entredicho la fiabilidad de la comunidad de la inteligencia estadounidense como aliado estratégico de Europa”.

“Estados Unidos y Europa han sido socios cercanos en materia de espionaje durante décadas y esa relación se ha mostrado tradicionalmente inmune a los desafíos políticos”, explicaban Mainprize y Hefler en su texto. “Hoy por hoy, sin embargo, la supervivencia de la relación de la inteligencia euroamericana no puede darse por sentada”.

El par de académicos contaba que una vez terminada la famosa ‘guerra contra el terrorismo’ la Casa Blanca perdió interés en sentirse parte de las circunstancias estratégicas que enfrentaban sus aliados europeos y pasó a ocuparse de otros desafíos como los que asomaban en la región del Indo-Pacífico. Tampoco ayuda –añadían Mainprize y Hefler– la pulsión conciliadora puesta en marcha por Trump hacia Vladímir Putin y el Kremlin.

A todo eso habría que sumar otro factor más. Uno de índole… cultural. A saber: “La comunidad de inteligencia estadounidense está experimentando una transformación que la hace en gran medida incompatible con sus homólogos europeos”. Dicho de otro modo: Trump regresó a la Casa Blanca a principios de año exigiendo una mayor atención al narcotráfico y a las operaciones encubiertas.

“Incluso las relaciones personales entre los oficiales de inteligencia, que habían sorteado con serenidad otros periodos de inestabilidad política, se están desmoronando”, concluían los autores. “Los despidos masivos y el aterrizaje de leales a Trump en puestos importantes dañarán, probablemente, muchos de los vínculos que han mantenido a los oficiales y analistas estadounidenses tan cerca de sus homólogos europeos”.

¿No hay mal que por bien no venga?

Todo lo anterior explica por qué, según publicaba hace unos días la revista Politico, las agencias de inteligencia de toda Europa “están dejando atrás décadas de desconfianza y empezando a construir una operación de inteligencia conjunta”.

A corto plazo el objetivo es hacer frente a la ‘guerra híbrida’ que el Kremlin mantiene con Europa. A medio y largo plazo, empero, la idea es poder suplir con músculo y cerebro propios las carencias que la retirada de Estados Unidos ha puesto de manifiesto.

“En el último año muchas capitales nacionales han integrado funcionarios de inteligencia en sus oficinas de representación en Bruselas”, contaba la reportera Antoaneta Roussi en la citada revista. “Y el bloque comunitario está considerando la posibilidad de desarrollar poderes más robustos, al estilo de la CIA, pese a que durante mucho tiempo esto se consideró impensable”.

Trump se “merece un Premio Nobel de la Paz, sí, pero por haber logrado impulsar la colaboración entre los servicios de inteligencia de Europa”, le comentó medio en broma pero también medio en serio un funcionario de inteligencia occidental a la propia Roussi.

Y es que, a diferencia de alianzas de espionaje como la conocida Five Eyes, formada por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, los países de la Unión Europea nunca han conseguido forjar alianzas sólidas en materia de intercambio de inteligencia. La seguridad nacional sigue estando firmemente anclada en las diferentes capitales, en parte por los conflictos de interés que continúan aflorando entre los países miembros, y en ese contexto Bruselas suele limitarse a ser un mero coordinador.

Es más: la forma de comunicación tradicional entre los diferentes servicios secretos europeos se suele dar a través de una red conocida como Club de Berna puesta en marcha hace medio siglo en la ciudad que le da el nombre (también incluye a los británicos, a los suizos y a los noruegos). ¿El problema? Que no tiene sede, no tiene estructura y solo se reúne dos veces al año.

Todo eso parece estar cambiando por lo ya dicho: los europeos temen que los foros transatlánticos, antaño plataformas bastante fiables y útiles a la hora de compartir información y fomentar la cooperación, puedan convertirse en un arma de doble filo. Si es que no lo son ya. Puesto en las palabras de Sauli Niinistö, anterior presidente finés: “Para estar bien preparado hay que confiar en los demás… porque sin confianza no existe la cooperación”.