Weidel y Merz, en el debate poselectoral de ayer.

Weidel y Merz, en el debate poselectoral de ayer. Reuters

Europa

Una Alemania en el mapa, dos en las urnas: por qué el Este comunista es ahora el bastión de la extrema derecha

La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 no ha acabado de cicatrizar: el este y el oeste siguen viviendo realidades diferentes y así se ha demostrado en las elecciones de este domingo.

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El incontestable triunfo de la coalición CDU/CSU en las elecciones legislativas alemanas no puede ocultar la inmensa división que muestran los resultados entre el este y el oeste del país. Mientras que en los territorios de la antigua Alemania Occidental el partido de Friedrich Merz ha ganado con notable superioridad, en el este se ha visto superado por la extrema derecha, que ha conseguido imponerse en regiones como Sajonia, Turingia o Brandeburgo y en ciudades como Chemnitz o Cottbus, por encima de los 100.000 habitantes .

¿A qué se debe esta partición tan clara? Las razones son muchas y variadas, pero casi todas tienen que ver con el recelo oriental hacia la democracia liberal y los muchos años de resquemores hacia Occidente y la Unión Europea. En ello, influye también el hecho de que la mayoría de los votantes que han optado por la formación de Alice Weidel son menores de 44 años, franja de edad en la que es la más votada de todo el país. Es decir, ciudadanos desencantados que no vivieron el totalitarismo comunista y que intentan vengar afrentas pasadas coqueteando con el populismo neonazi.

Durante décadas, la antigua Alemania Oriental ha sido caldo de cultivo para un fenómeno como el de la AfD. No son solo los datos objetivos, sino el espíritu del tiempo. En otras palabras, como decía Ortega, no es la infraestructura la que determina la superestructura, sino a menudo al revés. El este no es ahora mismo más pobre que hace treinta y cinco, veinticinco o quince años. De hecho, su economía tiene un valor calculado en el 80% de la del oeste, algo impensable en 1989. Los salarios son más bajos -en torno a 10.000 euros anuales- pero también son más bajos los precios.

Sin embargo, la extrema derecha no había triunfado hasta ahora, siguiendo la tradición de lo que estamos viendo en buena parte de Occidente. No es casualidad que el trumpismo haya pedido el voto para Weidel porque sus principios son parecidos: un feroz antiliberalismo, un enorme rencor hacia las élites gobernantes, la apelación a una patria primigenia en supuesta decadencia y la denuncia de una presunta “invasión” de inmigrantes que rompen la armonía de la tribu.

El lugar de la tribu

Si en Estados Unidos todo eso se resume en el odio a Washington, en la Alemania del Este el objetivo de las críticas es la Unión Europea. Y ahí la AfD ha sabido aprovechar al máximo ese resquemor y convertirlo en votos. La Unión Europea representa esa potencia exterior que impone leyes y planifica -como hicieran los comunistas- la economía. La Unión Europea es diversidad frente a la unidad de la nación. La Unión Europea establece cupos de admisión de extranjeros que pueden crear problemas de seguridad y que, como se dice en todos los países, “se quedan los trabajos de los autóctonos”.

La Unión Europea y, en general, Occidente, ha apoyado con millones de euros a Ucrania en su guerra contra Rusia y en muchas partes de Alemania del este, igual que en Wisconsin o en Montana, no se entiende que ese dinero no vaya al consumo interno. Si a eso le añadimos las dosis adecuadas de desinformación, los rescates financieros a los países mediterráneos durante los años de la crisis crediticia y lo fácil que es desconfiar de las minorías en una comunidad que aún no se ha acostumbrado a ellas, el triunfo de la AfD empieza a no parecer tan incomprensible.

Porque el caso es que, mientras la RFA se abrió al mundo en los años cincuenta y sesenta y vivió el fenómeno de la inmigración africana ya desde los setenta de forma masiva, la RDA mantuvo un estatus de “pureza” que le ha dificultado asimilar del todo bien las olas sucesivas de inmigrantes y refugiados que ha vivido en lo que llevamos de siglo XXI. Más allá de las consecuencias económicas de esta inmigración, que, como hemos visto y como es habitual en casi todos los países occidentales, son pocas, el sentimiento de grupo se ha avivado frente a un presunto enemigo exterior. Así funcionan todos los nacionalismos.

El factor Ucrania

Aparte, hay cuestiones que se van repitiendo de país en país. Por ejemplo, el voto rural -mucho más elevado en el este- tiende a adoptar posiciones antieuropeístas y antiglobalizadoras, mientras que el urbano -más presente en el oeste- no percibe de la misma manera los perjuicios que pueden suponer las políticas agrarias y ganaderas de la Unión Europea sobre sus bolsillos. De hecho, la gran ciudad del este, Leipzig, volvió a ver un triunfo de la izquierda. No es de extrañar, en ese sentido, que Vox pidiera casi todas las consejerías de agricultura cuando alcanzó los acuerdos de 2023 con el PP en España.

También hay en el este una relación ambivalente respecto a Rusia. Por un lado, si alguien conoce los peligros del imperialismo ruso es precisamente el ciudadano de la antigua RDA. Por otro lado, para el joven, ese imperialismo es cosa del pasado y, frente al desasosiego que siente en la actualidad y del que culpa a Occidente, puede que no vea con malos ojos la influencia de Putin o, cuando menos, no acaba de entender que Putin sea su enemigo, como le repiten Merz o Scholz. Que una de las propuestas de Weidel fuera retirar todas las sanciones a Moscú y toda la ayuda a Kiev no puede ser casualidad.

En definitiva, para entender lo sucedido en 2025 en Turingia, en Sajonia o en Brandeburgo, no basta con mirar sin más el presente. Ha sido un proceso largo que ha estallado ahora porque ahora es el momento y no hace veinte años, aunque las condiciones objetivas sean mejores. Lo importante no es el poder de la amenaza sino hasta qué punto el ciudadano se siente amenazado y eso es puramente subjetivo. Los Weidel, Trump, Orbán y compañía beben de ese miedo y de ese rencor. Son los pastores del odio y en el odio saben manejarse como nadie en estos tiempos difusos. Sus aliados, como es lógico, se frotan las manos.