Las élites rusas piden a Putin que no negocie y refuerce el frente con una movilización total para lograr la victoria
El hartazgo y las dudas empiezan a impregnar el régimen: el daño económico, militar y diplomático de la guerra no está a la altura de los resultados.
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Tras casi tres años de guerra, las élites rusas, tanto económicas como militares y políticas, parecen hartas del daño que Vladimir Putin está causando al ejército y a la sociedad rusa en general. Según afirman fuentes anónimas a la revista Meduza, el referente mediático de la oposición al régimen, dichas élites estarían presionando al Kremlin para que se decida a ordenar una movilización total que permita a Rusia avanzar en Ucrania a un ritmo razonable.
Pese al entusiasmo mostrado por Putin en su conferencia de prensa de fin de año, lo cierto es que los avances de Rusia, aunque constantes, se limitan a zonas rurales y llegan a costa de un número de bajas inasumible. Los informes del ministerio de defensa británico muestran que Rusia habría perdido más de 1.500 hombres al día de media entre muertos y heridos durante los últimos tres meses. En ese período, no se ha culminado la captura de Pokrovsk, ni la de Velyka Novosilka, ni siquiera la de Chasiv Yar o Kupiansk. Desde la caída de Vuhledar, el pasado 2 de octubre, Rusia no consigue entrar en ningún núcleo urbano… y de Vuhledar quedaban ya solo las ruinas.
La impaciencia empieza a reinar entre los subordinados de Putin, que se desesperan ante este constante quiero y no puedo y empiezan a culpar al presidente. Desde un principio, fuera por intentar lavar la imagen rusa en el exterior o por no alarmar a sus propios ciudadanos, el Kremlin ha insistido en un discurso poco realista y lleno de eufemismos. Hasta bien entrada la guerra, estaba prohibido incluso pronunciar en público dicha palabra, optando en cambio por el término “operación militar especial”.
En lugar de ordenar una movilización semejante a la ucraniana, se permitió salir del país a numerosos jóvenes y apenas se ha reclutado a nadie de las grandes ciudades como Moscú o San Petersburgo. Putin quiere Ucrania, pero a la vez no quiere asumir el desgaste que eso supone ni el desafecto que su guerra puede causar entre el pueblo. El resultado es el esperable: los rusos sufren la guerra en sus carnes y en sus bolsillos, los soldados mueren a un ritmo vertiginoso en el campo de batalla… pero al final se prefiere llamar a miles de norcoreanos antes de optar por una impopular llamada general a filas.
Un problema que no es de número
Otra cosa es que dicha movilización fuera a servir para algo. En el Institute for the Study of War, lo ponen en duda. Según el “think tank” estadounidense, el problema ruso no es de número, sino de maniobra, especialmente en la movilidad de los blindados, algo que ha impedido al ejército de Gerasimov aprovechar las ventajas tácticas que le han dado precisamente su superioridad numérica y sus tácticas casi suicidas. El ISW no cree que Rusia necesite más soldados, sino aprovechar mejor sus recursos. Otra cosa es que eso sea posible ante un ejército más que solvente como el ucraniano, bien armado y dispuesto a la defensa.
Tampoco se acaba de decidir Putin en el frente económico. Rusia coquetea con la economía de guerra, pero sin abrazarla por completo. El resultado, de nuevo, es un incómodo término medio en el que la inflación sigue disparada mientras que el crecimiento del PIB es muy escaso. Las fuentes consultadas por Meduza aseguran que lo más fácil, llegados a este punto, sería acabar con la guerra cuanto antes, pero no hacerlo con una negociación, sino con una victoria. Para ello, apuntan, hay que tomarse las cosas más en serio y dejarse de timideces.
Ni siquiera está claro que el Kremlin tenga una idea definida de qué va a ser Rusia después de la guerra, tanto en caso de victoria como de derrota. El daño económico que están causando las sanciones occidentales y el bloqueo ucraniano al paso del petróleo hacia Polonia y el resto de Europa Oriental es tremendo. ¿Tiene alternativas Putin más allá de la amenaza nuclear constante? No lo parece. China es un mal socio económico porque negocia desde la ventaja. En cuanto a Irán, Corea del Norte, Venezuela y el resto de los aliados que le quedan a Rusia, mejor ni hablar.
En el terreno militar, la situación es parecida. Se calcula que, en estos tres años, Rusia ha perdido más de 600.000 hombres -hablamos siempre de muertos y heridos-, además de casi la mitad de los blindados con los que contaba antes del 24 de febrero. No solo es que se esté demostrando que su ejército no es tan temible como se imaginaba, sino que, al verse tan diezmado, cuesta pensar que pueda ser una verdadera amenaza de cara al futuro. Construir un imperio sin armas es muy complicado y la demografía tampoco ayuda: en Rusia vive ahora mismo menos gente que hace ocho años. Los recursos, en definitiva, no son ilimitados.
Trump: de 24 horas a seis meses
Con todo, lo que más choca de la información de Meduza es la negativa a una solución negociada, pese a contar con el presumible apoyo de Donald Trump en dichas negociaciones. La desconfianza rusa en Estados Unidos, ocupe quien ocupe la Casa Blanca, es casi instintiva, producto de muchas décadas de propaganda. Se sigue prefiriendo la fuerza bruta y los hechos consumados antes que la colaboración occidental. Aunque Putin y Trump han expresado repetidas veces su voluntad de reunirse, aún no está claro exactamente qué puede ofrecer el presidente estadounidense al ruso para convencerle de que cesen sus ataques.
El plan inicial de JD Vance, que incluía el reconocimiento de Crimea y las partes ocupadas en Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón no basta para el Kremlin, que no sabe cómo vender un acuerdo de ese tipo después de insistir en la inevitabilidad de la victoria total. Moscú quiere, como mínimo, anexionarse estas cuatro regiones por completo, tal y como recogió en su propia constitución en septiembre de 2022. Trump sabe que Ucrania no va a aceptar nunca algo así, ni tendría sentido que lo hiciera. De ahí que su promesa de “acabar la guerra en 24 horas” haya pasado a “intentaremos llegar a un acuerdo en los próximos seis meses”, como afirmó a principios de semana.
Por su parte, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski ha estado reunido estos días con sus aliados occidentales del llamado “grupo de contacto de Ramstein”, ciudad alemana donde Estados Unidos tiene una de sus principales bases europeas. Allí, Zelenski insistió en la necesidad de seguir apoyando a su país para frenar las ansias imperialistas de Putin y afirmó que sería “de locos” parar ahora después de tres años de lucha. En un discurso más bien pesimista, calificó la llegada de Trump al poder como un “punto de inflexión” para Europa, dando por hecho que la ayuda estadounidense parará más pronto que tarde.