Boris Johnson.

Boris Johnson. Reuters

Europa

Boris Johnson en el ojo del huracán: Downing Street era una fiesta y él asegura que "no lo sabía"

La historia de las fiestas en Downing Street ha sobrevolado la política británica a lo largo de todo 2021. Ahora, el primer ministro británico reconoce haber violado las restricciones de la Covid que él mismo impuso.

13 enero, 2022 06:01

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El lunes 6 de abril de 2020, las constantes vitales de Boris Johnson empeoraron y tuvo que ser trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Saint Thomas. Hasta ese momento, la gestión de Johnson respecto a la pandemia había sido -como cabía esperar- particularmente errática.

Tirando de carisma, su punto fuerte, y pocos meses después de haber ganado con solvencia las elecciones, el primer ministro había pasado en pocas semanas de negar la posibilidad de que el coronavirus llegara al país a minimizar sus efectos a recomendar encarecidamente que los ciudadanos se quedaran en casa si presentaban el más mínimo síntoma. El 23 de marzo, se vio obligado a declarar el lockdown o cierre de toda actividad no esencial. Imitaba así al resto del mundo occidental a esas alturas.

La alerta por su estado de salud se mezclaba con la perplejidad mientras las cadenas de televisión repetían sus declaraciones al inicio de la crisis, el 3 de marzo, en una visita a un hospital en la que, según sus palabras, "había dado la mano" a multitud de enfermos con Covid-19. La cara de sus asesores era un poema. Los mismos asesores y equipo médico que, un mes después, trataban de evitar que el político tuviera que ser intubado y, por lo tanto, se viera obligado a delegar sus funciones durante una buena temporada. En el mejor de los casos.

Tres días pasó Johnson -de 55 años y con cierto sobrepeso- en la UCI antes de poder ser trasladado de nuevo a planta. En sus últimas apariciones públicas, se había mostrado débil y cansado. Eran los días de los aplausos a los sanitarios en toda Europa y Johnson había querido unirse a ellos desde el mítico portón de 10, Downing Street. Parecía un hombre más enfermo de lo que se decía.

Diez días después, los médicos le daban el alta y lo mandaban a su casa del campo, en Chequers. Para entonces, los hospitales de todo el país estaban a punto de colapsar. Johnson agradeció al sistema de salud público (la NHS) el trato recibido y aseguró que el amor lo vencería todo. Ese mismo 16 de abril, el gobierno británico anunciaba la prolongación del “lockdown” durante “al menos” tres semanas más.

"Que cada uno traiga su propia bebida"

La salud del primer ministro mejoró como mejoró la del país. El 10 de mayo, el propio Boris Johnson anunció la vuelta a la presencialidad en el trabajo, aún con la recomendación de evitar el transporte público. El 20 de mayo, Oliver Dowden, secretario de Cultura, establecía en rueda de prensa las normas a seguir para el regreso a la vida social en las calles: los británicos podrían reunirse en parejas, es decir, aparte de su propio núcleo de convivencia, podrían verse con una persona de otro núcleo de convivencia siempre que fuera en un lugar abierto y respetando los dos metros de distancia.

Esa misma mañana, un email llegó a cien direcciones de correo electrónico vinculadas a trabajadores de Downing Street. Adjunta, podía encontrarse una invitación a una especie de picnic en uno de los patios interiores del complejo de presidencia. La invitación decía: "Hola a todos. Después de unos días tan estresantes, creemos que sería una buena idea aprovechar este tiempo tan maravilloso para tomarnos unas copas en el jardín esta tarde respetando la distancia social. ¡Estaremos ahí a partir de las seis, que cada uno se traiga su propia bebida!".

Boris Johnson en la Cámara de los Comunes.

Boris Johnson en la Cámara de los Comunes. Reuters

El remitente era Martin Reynolds, el secretario privado del primer ministro. Unas treinta o cuarenta personas asistieron a lo que en ningún momento se catalogó como una reunión de trabajo. Obviamente, era una manera de saltarse las reglas que valían para el resto del país y que salían de ese mismo edificio. Según al menos dos testigos, Boris Johnson y su mujer, Carrie, embarazada de tres meses, acudieron a la celebración y se quedaron un tiempo, aún sin determinar.

Johnson siempre lo negó, igual que lo negó su equipo y su partido. De hecho, la fiesta del 20 de mayo de 2020 pasó inadvertida durante muchos meses. Cuando los medios hablaban de fiestas y de Downing Street, generalmente se referían a la del 18 de diciembre, durante el segundo confinamiento. La que le costó el puesto a la secretaria de prensa, Allegra Stratton.

¿Qué hizo mal Allegra Stratton para tener que dimitir por una fiesta que no se sabe si existió y a la que, en consecuencia, no se sabe si ella misma acudió? Bromear ante las cámaras cuando creía que no la estaban grabando. Stratton tenía que justificar en rueda de prensa que las imágenes de la supuesta fiesta del 18 de diciembre pertenecían en realidad a una reunión de trabajo; una excusa, por lo que se ve, recurrente.

En la preparación, antes de la entrada de los medios, Stratton empezó a bromear: "Esta supuesta fiesta fue en realidad una reunión de negocios y no requería distancia social", repetía a la cámara entre risas, como si no se lo creyera ni ella misma. El escándalo se la llevó por delante.

El cambio de tono del partido laborista

La historia de las fiestas en Downing Street ha sobrevolado la política británica a lo largo de todo 2021, pero nunca ha llegado a consolidarse en nada concreto. La BBC apunta a nueve posibles celebraciones en períodos indebidos, seis de ellas bajo investigación independiente por parte del propio gobierno. Hasta el momento, la oposición laborista, aún tocada tras el desastre electoral de 2019, había preferido mantener un perfil bajo en sus críticas, dejando el trabajo más sucio a los medios de comunicación, pero la cosa ha cambiado radicalmente en las últimas horas tras hacerse evidente que la reunión existió y que Johnson asistió a ella.

Si este mismo martes, el líder laborista, Keir Starmer, parecía conformarse con que Johnson reconociera sus errores y admitiera que hubo una fiesta, asistiera él o no; hoy, el propio Starmer se unía a la petición de dimisión lanzada por la líder nacionalista escocesa Nicola Sturgeon y apelaba al parlamento y al propio Partido Conservador a que echaran del cargo a Boris Johnson si se confirmaba que se había saltado sus propias reglas. "La fiesta ha terminado", fueron las últimas palabras de Starmer en su intervención en la Casa de los Comunes.

Downing Street.

Downing Street. Reuters

Hasta aquí, todo entra dentro de la lógica: que la oposición pida la cabeza del primer ministro, como el propio Johnson comentó en su intervención posterior, va casi en el sueldo. Lo raro fue la propia respuesta de Johnson, tremendamente confusa. Pese a su innegable popularidad y a fiar su suerte política al personalismo por encima de cualquier ideal, Johnson no es un hombre que se sepa explicar especialmente bien. El país aún recuerda su reciente apelación a Peppa Pig y su parque temático cuando intentaba presentar la situación económica del Reino Unido ante los miembros más relevantes de la Confederación de la Industria Británica.

En su respuesta a Starmer, Johnson insistió en que aún no había resultado de la investigación interna… pero dejaba caer que, de haberlo sabido, habría hecho las cosas de manera diferente aquella tarde, insistiendo en que él estaba convencido de que aquello era una reunión de trabajo y no una fiesta como tal. Por supuesto, no estaba dispuesto a dimitir, pero la propia aceptación de que hubo una reunión y que esa reunión pudo haberse hecho de otra manera es una brecha por la que los laboristas van a intentar atacar durante los próximos días.

¿Qué hacer cuando un político errático yerra?

Otra cosa es el efecto que tengan esos ataques en la ciudadanía, que es lo que acaba contando. Boris Johnson es un animal político al que cuesta ver renunciando a su cargo por algo así. Tampoco parece tener suficientes enemigos dentro de su partido como para que decidan deshacerse de un arma electoral tan potente. El sentido del honor de los británicos parece obligar al primer ministro a tomar algún tipo de medida si se demuestra que se contravinieron las normas. Ya no basta con aceptar dimisiones de secretarias de prensa. Ahora bien, el sentido del honor no lo es todo… y menos en lo que respecta a la pandemia.

Aunque, obviamente, el confinamiento fue tan traumático en Reino Unido como en el resto del mundo, Boris Johnson siempre supo jugar a la ambigüedad, a lo Donald Trump, de "lo hago porque me dicen que lo haga, no porque crea en ello". Muchos votantes le pueden echar en cara que ellos tuvieron que quedarse en casa, que perdieron su trabajo o incluso que no pudieron despedirse de algún familiar, mientras él iba a fiestas privadas… pero también es posible que muchos entiendan que a alguien como Boris Johnson no se le puede exigir una excesiva coherencia y menos respecto a normativas en las que él no cree y tampoco creen sus votantes.

Al fin y al cabo, buena parte del encanto de Johnson es su aire caótico, errático, casual… Boris Johnson no es Theresa May ni es David Cameron. Boris Johnson se presenta en un hospital, se niega repetidas veces a ponerse una mascarilla y luego entiende que, con pedir disculpas y poner cara de pena, vale. Porque el caso es que vale. Entre sus votantes, al menos. Si se demostrara que él estaba asistiendo o que estaba tolerando fiestas en su residencia mientras el resto del país se quedaba con las ganas de bajarse al pub, su imagen se vería dañada, pero es imposible saber durante cuánto tiempo.

Otra cosa es la mentira, claro. El haber negado tantas veces que supiera nada de esas reuniones y que ahora parezca que sepa hasta de qué iban las conversaciones. No ya la mentira en sala de prensa sino la mentira en sede parlamentaria. Ahora bien, en la era de la posverdad, todo puede ser reinterpretado.

Tal vez Johnson no mintió, simplemente se enteró demasiado tarde, como el capitán Renault en Casablanca de que en su jardín se jugaba. El electorado británico votó masivamente a un candidato cuyo lema parecía ser "siempre me salgo con la mía, unamos fuerzas", un político que ha hecho del "todo vale" una premisa política. ¿Cómo culparle ahora por hacer exactamente lo que todos esperaban?