La siniestra casa gris, en Plaszów.

La siniestra casa gris, en Plaszów. MAM

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La mansión del verdugo nazi de 'La lista de Schindler' no quiere homenajes judíos

  • La terrorífica casa, escenario desde donde un comandante de las SS disparaba contra los prisioneros judíos del campo de Plaszów, tiene un nuevo inquilino.
  • Se trata de Artur Niemyski, un ingeniero polaco, que ha convertido el inmueble en un domicilio particular.
  • Grupos religiosos judíos han propuesto celebrar vigilias con velas alrededor del lugar y convertirlo en un museo.
21 mayo, 2018 02:35
Cracovia

A finales de 1942, Amon Goeth fue puesto al mando del gueto judío de Cracovia. Una pequeña parte de la ciudad polaca fue amurallada y en su interior se hacinaron miles de personas cuyo destino -exceptuando al puñado de afortunados trabajadores de Oskar Schindler- era la muerte, ya fuese allí mismo o en el cercano Auschwitz. Pocos meses después llegó la orden de Berlín de liquidar el gueto, cuyos habitantes fueron saqueados. Goeth dividió entonces a los habitantes del gueto en dos categorías: “A” y “B”. Los 6.000 judíos “A” se emplearían en la construcción del campo de Plaszów. Los “B”, ancianos y personas débiles o enfermas, se enviaron a Auschwitz.

En Plaszów, el comandante de las SS, ansioso por impresionar a sus superiores, creó un campo de concentración y trabajos forzados que era un reflejo de su personalidad sádica. Diseñado de manera simple e inmisericorde -se levantaba sobre el terreno de dos antiguos cementerios judíos-, tenía un punto destinado a las ejecuciones masivas, hoy conocido como “la colina del imbécil”, e incluía barracones inmundos y escasas letrinas adaptadas solo para hombres, ya que las mujeres y niños morían antes; bajo el punto de vista de Goeth no resultaba práctico adaptar las instalaciones para ellos.

La ración de comida consistía en un litro de sopa al día y un kilo y medio de pan por semana, y según los testimonios de los supervivientes, la rutina diaria de Goeth siempre incluía asesinar a alguien antes del desayuno. El ambiente entre los prisioneros era de absoluto terror. En una de las escenas más recordadas de La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg, aparece Goeth disparando desde el balcón de una casa a unos cuantos prisioneros con un rifle de mira telescópica mientras se fuma un cigarrillo tranquilamente. Esa casa, al igual que otras muchas de la misma calle, fue ocupada por los oficiales nazis a cargo del campo.

Amon Goeth disparando desde el balcón de una casa a los prisioneros judíos en 'La lista de Schindler'

Amon Goeth disparando desde el balcón de una casa a los prisioneros judíos en 'La lista de Schindler'

La casa que habitó el verdugo de Plaszów ha permanecido cerrada y a la espera de un improbable comprador durante décadas. Ahora, un ingeniero polaco, Artur Niemyski, ha comprado la mansión para remodelarla y vivir en ella con su familia. Que ese lugar tenga un pasado ligado a la macabra figura de Goeth no le preocupa, piensa que “lo que ocurrió pasó hace mucho tiempo y ya está”. Lo que ocurrió incluye palizas a prisioneros en el jardín, donde el gran danés del oficial nazi remataba a las víctimas, torturas a mujeres en el sótano de la mansión -que Niemyski ha destinado a bodega para sus vinos- y escenas brutales como la que sufrió Helen Horowitz, una anciana vecina de Cracovia que fue destinada al servicio doméstico de la casa.

La señora Horowitz recuerda cómo Goeth le dio una bofetada que la dejó sorda y debido a ello nunca ha podido nadar; en otra ocasión le clavó un cuchillo en la pierna y la lanzó contra un armario de la cocina por un simple descuido al poner la mesa. El resto de los criados domésticos murieron a manos del sádico Goeth, que muchas veces disparaba a quemarropa contra cualquier prisionero sin ningún motivo aparente, a veces sin siquiera detenerse mientras paseaba por el campo. La cercana “casa gris” alojaba las oficinas administrativas del campo de concentración y en el sótano había una cámara de torturas y celdas tan minúsculas que los prisioneros tenían que permanecer de pie en ellas.

En total, se calcula que unas 150.000 personas, sobre todo polacos y húngaros, dejaron su vida en este lugar. Al llegar el Ejército Rojo sólo había 2.000 supervivientes, mil de ellos trabajadores de la cercana fábrica de Schindler. Al igual que los nazis hicieron en otros lugares, Goeth ordenó a su secretaria personal que quemase todos los papeles relativos al funcionamiento de Plaszów, lo que no le valió para librarse de la horca en un juicio sumarísimo. Poco antes de ser ejecutado, y tras afirmar que no se arrepentía de nada, Amon Goeth saludó al estilo nazi y murió a pocos metros del sitio donde él mismo había exterminado a miles de inocentes.

Sitio de interés natural

Hoy día Plaszów es un lugar a donde pocos turistas llegan. La mayoría de los guías contentan a los visitantes de Cracovia con el consabido paso por la fábrica de Schindler y una excursión al cercano Auschwitz, de manera que el campo y la mina de Plaszów, donde aún se pueden ver lápidas judías, tumbas abiertas y alambradas, se ha convertido en un lugar de esparcimiento para los vecinos. En la calle Jerozolimska, donde se encuentra la “casa gris”, hay otros chalets que también fueron ocupados por oficiales de las SS y han sido remodeladas; entre medias se levantan nuevos bloques de viviendas de aspecto moderno y lujoso y tan sólo una carretera separa este enclave, que en la época fue conocido como “SS Strasse”, de uno de los mayores centros comerciales de toda Polonia. El área ha sido declarada sitio de interés natural, la vegetación es exuberante y es normal ver a gente haciendo deporte o paseando al perro entre las tumbas de los antiguos cementerios. El año pasado un perro encontró allí los restos de un cráneo humano y algunas asociaciones judías consideran inapropiado que una casa con ese pasado se haya convertido en un domicilio particular. Se cree que aún permanecen diseminados los restos de unas 10.000 personas en este lugar.

Restos de edificios de Plaszów.

Restos de edificios de Plaszów. MAG

Después de permitir que un tabloide británico publicase fotos del interior de la casa, el actual dueño se niega a recibir visitas de ningún tipo, incluidos periodistas; y ante la amenaza de que se celebren vigilias en la puerta de la casa, el señor Niemyski responde diciendo que no puede prohibir que la gente haga fotos al exterior de su casa, pero ahora se niega a que se coloque una placa en la entrada de la casa, algo que había aceptado en un principio. Grupos religiosos judíos han propuesto celebrar vigilias con velas alrededor del lugar y aunque consideran inapropiado que esta casa se haya convertido en un domicilio particular en lugar de un museo, lo cierto es que durante décadas nadie quiso adquirir el edificio. A poca distancia de allí se levanta un imponente monumento en memoria de las víctimas construido en los años 60 con la silueta de un grupo de personas sin rostro que miran al suelo. La mole de granito está atravesada por una grieta que simboliza la brutalidad con que se segaron decenas de miles de vidas.

A pocos metros de donde se levantaban los barracones está la cantera en la que miles de prisioneros trabajaron. Todo lo que queda hoy es un enorme cráter de unos cuatrocientos metros de diámetro y unos cuarenta de profundidad que ha sido tomado por la vegetación y donde los cristales rotos de las botellas de vodka cubren las réplicas de lápidas que se construyeron para el rodaje de La lista de Schindler. Las filtraciones de agua del subsuelo forman unas charcas rodeadas de cañaverales y resulta difícil creer que no hace tanto tiempo este lugar albergase una especie de Auschwitz urbano. La expectativa de vida para los trabajadores era de un mes escaso. Para transportar los materiales sobre el suelo embarrado se construyeron senderos de piedra utilizando las lápidas de los antiguos cementerios judíos. Desde la parte de arriba de la cantera se tiene una vista completa de la ciudad de Cracovia y las torres de la Plaza Mayor están a un tiro de piedra. Descender al fondo de la cantera y luego ascender a la superficie produce una sensación extraña: se pasa del silencio y la sombra al bullicio de una pradera soleada donde los boy scouts polacos suelen acampar.

Pocas personas aceptarían vivir en un lugar como la casa de Plaszów. No hace falta ser supersticioso o creer en fantasmas para pensar que miles de personas sufrieron aquí hasta la muerte, que sus restos y memorias siguen habitando en esta pradera salpicada de edificios desdentados y lápidas resquebrajadas. Al caer la noche, sólo el sonido de las aves nocturnas y algunos coches rompen el silencio. Ciertamente, hay dos maneras de comprender lo que ocurrió en este lugar durante una de las páginas más negras de la Historia. Una es considerarlo Historia y la otra es pensar que solo fueron historias del pasado. Ambas versiones deben ser recordadas.

Monumento en memoria de las víctimas judías.

Monumento en memoria de las víctimas judías. MAG