Donald Trump y Xi Jinping, durante su último encuentro en Corea del Sur.

Donald Trump y Xi Jinping, durante su último encuentro en Corea del Sur. Evelyn Hockstein Reuters

Asia

China retoma en silencio la carrera nuclear y amplía un área para probar sus bombas como Estados Unidos y Rusia

Tras tres décadas sin pruebas nucleares de ningún tipo, las tres grandes potencias parecen estar jugando al ratón y al gato para justificar la puesta al día de sus arsenales atómicos.

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Las claves

China está ampliando su base de ensayos nucleares en Lop Nor, Xinjiang, lo que sugiere una posible reanudación de pruebas detenidas desde 1996.

La actividad china responde al aumento de tensiones y declaraciones de Estados Unidos y Rusia sobre la necesidad de reanudar pruebas nucleares.

Las tres potencias nucleares no han realizado pruebas desde hace casi tres décadas, pero se acusan mutuamente de prepararse para romper esa pausa.

La situación refleja una nueva dinámica de competencia y advertencias nucleares, con China buscando no mostrar debilidad ante Estados Unidos y Rusia.

Según fuentes consultadas por The Washington Post, China estaría trabajando en la ampliación de su base de ensayos nucleares en el desierto de Lop Nor (Xinjiang), al oeste del país, con el presumible fin de reanudar unas pruebas que llevan paradas desde 1996.

Las imágenes de satélite indican una actividad anormal en las últimas semanas, con indicios de construcción de más túneles y cámaras de explosiones que podrían ser una respuesta a las imprudentes declaraciones del presidente estadounidense, Donald Trump, en su red social Truth.

El pasado jueves 30 de octubre, Trump ordenó por internet al Pentágono la reanudación de las pruebas nucleares… puesto que Rusia y China ya lo estaban haciendo. Todo en ese mensaje era un enorme malentendido —o un enorme bulo, a elegir—: en primer lugar, ese tipo de órdenes no se dan por redes sociales salvo que uno sea el presidente de El Salvador. En segundo lugar, ni Rusia ni China han probado un arma nuclear en 29 años.

Es cierto que Rusia lleva al menos cuatro fantaseando con ello y amenazando constantemente, pero sus pruebas han sido siempre con armamento convencional.

Sin saber si el mensaje respondía a una pulsión irreprimible —no es la primera vez que Trump anuncia algo por internet que luego queda en nada— o era fruto de una decisión meditada, la bola de nieve empezó a coger fuerza de inmediato. Desde Moscú, los peces gordos del Kremlin, incluyendo al expresidente Dmitri Medvédev y al propio Vladímir Putin, anunciaron que elevaban la alerta nuclear y que se tomaban en serio la amenaza estadounidense, reservándose el derecho a retomar sus propias pruebas nucleares cuando así lo estimaran oportuno.

Ahora, la Casa Blanca se encuentra ante una decisión comprometida. Trump publicó el mensaje sin consultar a nadie; el secretario de Energía parece mostrarse en contra de esa medida, pero el presidente insistió este pasado viernes en la necesidad de retomar el programa nuclear siempre que Rusia y China hicieran lo mismo.

Como se ve, estamos ante una especie de círculo vicioso en el que las tres grandes potencias parecen buscar en las otras una justificación para hacer lo que probablemente lleven tiempo planteándose.

¿Una vuelta a la Guerra Fría?

Hay que recordar que en el mismo 1996 en el que China y Francia realizaron sus últimas pruebas de armamento nuclear entró en vigor el Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares (CTBT, por sus siglas en inglés).

Las grandes potencias han mantenido desde entonces una relación confusa respecto al acuerdo: China y EE UU no lo han ratificado, aunque en la práctica han seguido sus directrices. Rusia lo firmó, pero anunció en 2023 su no ratificación, aunque mantiene su voluntad de volver al mismo en cuanto sea posible.

Hablamos, pues, de miles de cabezas nucleares apiladas cuyo estado exacto se desconoce desde hace tres décadas. En un momento de extrema tensión internacional, es lógico pensar que todos quieran comprobar que sus arsenales funcionan a la perfección. Tras el final de la Guerra Fría, se dio por hecho que una confrontación nuclear era imposible, pero las amenazas rusas han reactivado los temores en todo el mundo.

La reanudación de pruebas —algo que, hay que insistir, las tres potencias han anunciado pero ninguna ha puesto en práctica aún— tampoco supone una escalada más que retórica. Con que solo el 1% de sus bombas nucleares funcionara correctamente, el fin de la civilización tal y como la entendemos estaría garantizado.

Las pruebas no son sino un recordatorio a los demás de que la destrucción mutua asegurada sigue vigente.

Ucrania como espejo de Taiwán

China podría tener, además, una motivación extra. El fracaso de Rusia en Ucrania no ha podido pasar desapercibido en Pekín, que tiene la reunificación con Taiwán —es decir, su invasión— como un objetivo a corto-medio plazo. La incapacidad del ejército ruso de avanzar por medios convencionales hacia su objetivo, viéndose envuelto en una cruenta guerra de cuatro años sin solución a la vista, hace que la tentación nuclear se agrande cada vez más.

Una tentación que vivió el propio Kremlin en otoño de 2022, cuando planeó el uso de armas nucleares tácticas en suelo ucraniano, aunque tanto la presión internacional como la constatación de que las ganancias militares iban a ser ínfimas en comparación con el daño diplomático hicieron que abandonara el plan original.

China puede sentir la necesidad de ampliar su arsenal y de demostrar su capacidad —se calcula que para 2030 podría disponer de unas 1.000 cabezas nucleares frente a las más de 5.000 de Rusia y Estados Unidos— para aumentar su poder regional. El asunto, de nuevo, es qué hacer después con ellas.

Porque no estamos en 1945, y el lanzamiento de una sola bomba nuclear a un tercer país provocaría de inmediato la respuesta del resto. China no puede pretender resolver sus problemas territoriales en ese avispero que es el océano Pacífico mediante ataques no convencionales sin arriesgarse a un contraataque estadounidense o incluso ruso si ve afectado su territorio.

De hecho, pensar en atacar Taiwán con un arma nuclear suena tan desproporcionado que los tsunamis posteriores y las propias ondas radioactivas podrían causar un daño enorme en todos los países vecinos.

Así pues, hay que entender todo lo que está sucediendo en términos de medición de fuerzas más que de escalada propiamente dicha. Más que nada porque, en términos nucleares, no hay grados: o todo o nada. China siempre ha defendido que una guerra nuclear «no se puede ganar» y que, por lo tanto, no debe iniciarse en ningún caso. Refleja así su eminente carácter práctico. Otra cosa es que vaya a quedarse de brazos cruzados mientras los demás coquetean con la imprudencia.

Eso sería mostrar una debilidad que Xi Jinping no está dispuesto a conceder.