Takaichi, durante la votación parlamentaria que la hizo primera ministra.

Takaichi, durante la votación parlamentaria que la hizo primera ministra. Kim Kyung-Hoon Reuters

Asia

Conservadora y pro-rearme: cómo Takaichi rompió el techo de cristal para ser la primera mujer al mando de Japón

Discípula de Shinzo Abe y fan de Margaret Thatcher, su victoria marca un giro en la política japonesa y es un desafío para la estabilidad del país.

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Las claves

Sanae Takaichi es nombrada primera ministra de Japón, rompiendo el techo de cristal en un país con una política dominada por hombres.

El nuevo gobierno de Takaichi combina continuidad política con gestos simbólicos, premiando a rivales del PLD con ministerios clave para reforzar la unidad.

Takaichi enfrenta retos internos y externos, incluyendo tensiones con China y EE. UU., mientras aborda la crisis económica y demográfica de Japón.

Con un enfoque conservador, Takaichi aboga por políticas nacionalistas y de protección de la identidad japonesa, lo que podría polarizar a la sociedad.

La Dieta japonesa, compuesta en un 85% por hombres, nombró este martes a Sanae Takaichi como nueva primera ministra del país, tras la dimisión de su predecesor, Shigeru Ishiba. La líder del Partido Liberal Democrático (PLD) hace historia al convertirse en la primera mujer que asume el cargo de jefa de Gobierno en Japón, un país cuya estructura política sigue siendo una de las más masculinizadas del mundo.

Su elección marca el inicio de una nueva etapa política en medio de desafíos internos y tensiones globales, y ya ha recibido las felicitaciones de varios líderes internacionales.

El nuevo Ejecutivo combinará continuidad política y gestos simbólicos, como la decisión de premiar con ministerios clave a todos los rivales que Takaichi derrotó en las primarias del PLD, en un intento por reforzar la unidad interna y estabilizar el partido.

Shinjiro Koizumi asumirá el Ministerio de Defensa, Toshimitsu Motegi será el nuevo titular de Exteriores y Yoshimasa Hayashi dirigirá Asuntos Internos. Pero la designación más significativa será la de Satsuki Katayama como ministra de Finanzas, lo que la convertirá en la primera mujer en ocupar ese cargo en la historia del país, un hecho que amplía el carácter histórico del recién estrenado Gobierno Takaichi.

A pesar de este esfuerzo por la cohesión, la investidura no ha sido un camino de rosas. El Kōmeitō, el partido budista conservador que fue socio de Gobierno durante casi un cuarto de siglo, abandonó la coalición tras profundos desacuerdos sobre la orientación política y algunas medidas clave, dejando al PLD en una posición parlamentaria frágil.

La oposición de centroizquierda trató de pactar un candidato alternativo para frenar su llegada al poder, pero no logró reunir los apoyos suficientes. Ante este escenario, Takaichi reaccionó con rapidez y pragmatismo, sellando una nueva alianza con el Partido de la Innovación de Japón (JIP) y otros grupos menores, lo que le ha permitido asegurar la mayoría necesaria para ser investida primera ministra.

La rapidez con la que Takaichi ha tejido su alianza con el JIP demuestra su habilidad política, pero también deja interrogantes sobre la coherencia de un Gobierno ensamblado a contrarreloj. Su liderazgo se pondrá a prueba en un escenario complejo, donde deberá equilibrar las tensiones con China y Estados Unidos y, al mismo tiempo, recuperar la confianza de los mercados e inversores en un país lastrado por la debilidad económica y una crisis demográfica estructural.

La nueva primera ministra hereda un Japón golpeado por la inflación, el encarecimiento del coste de la vida y una escasez crónica de mano de obra, especialmente en el sector sanitario y de servicios. A pesar de la necesidad de trabajadores extranjeros, la opinión pública sigue siendo reticente y la política migratoria, restrictiva.

En paralelo, la extrema derecha gana espacio y marca la agenda sobre identidad e inmigración, un fenómeno que amenaza con polarizar aún más la sociedad. En este contexto, Takaichi deberá ofrecer soluciones económicas creíbles y gestos de gobernabilidad que devuelvan la estabilidad y sienten las bases de una transformación demográfica y productiva duradera.

En el escenario internacional, la primera gran prueba de fuego para Sanae Takaichi llegará en cuestión de días: la visita del presidente de EE. UU., Donald Trump, prevista para finales de mes.

El encuentro servirá para calibrar la sintonía entre ambos líderes y marcar el rumbo de la alianza estratégica entre Washington y Tokio. Takaichi, que comparte con Trump una retórica nacionalista y un estilo político de corte populista, podría encontrar cierta afinidad ideológica, pero deberá equilibrarla con pragmatismo para proteger los intereses comerciales y de seguridad del Japón.

Sobre la mesa estarán el acuerdo arancelario y la renovación de la cooperación en defensa, dos asuntos clave en un momento de creciente inestabilidad regional y de incertidumbre sobre el papel de los estadounidenses en el Indopacífico.

Halcona y heavy metal

El ascenso de Sanae Takaichi se produce en un momento particularmente delicado para el PLD, que gobierna Japón de forma casi ininterrumpida desde 1955, pero atraviesa una de las crisis de confianza más serias de su historia reciente.

Los escándalos de financiación irregular y corrupción que han salpicado a varios de sus dirigentes, junto con una inflación persistente y la debilidad crónica del yen, han deteriorado la imagen del partido y alimentado el desencanto ciudadano. En este contexto, la llegada de Takaichi pretende ser una bocanada de renovación dentro del continuismo: un intento de reafirmar liderazgo sin romper con la ortodoxia conservadora que caracteriza al PLD.

Considerada una auténtica halcona en materia de seguridad nacional y antigua protegida política del difunto primer ministro Shinzo Abe, Takaichi fue elegida por primera vez diputada en 1993 como independiente por su circunscripción natal de Nara, cerca de Osaka.

Hija de una agente de policía y de un trabajador del sector del automóvil, se licenció en Administración de Empresas por la Universidad de Kobe y llegó a trabajar como becaria parlamentaria en el Congreso de los Estados Unidos antes de iniciar su carrera política.

Amante de las motos y del heavy metal durante su adolescencia, fue presentadora de televisión en su juventud y tocaba la batería en grupos universitarios, una faceta que contrasta con su actual imagen de líder férrea, disciplinada y ultraconservadora.

Admiradora confesa de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, Takaichi ha sido bautizada por la prensa japonesa como la “Dama de Hierro” del país, un apodo que refleja tanto su carácter inflexible como su orientación ideológica.

Durante la reciente contienda por el liderazgo del PLD, defendió una línea económica continuista con las políticas de su mentor Shinzo Abe: una reedición del Abenomics basada en el gasto público expansivo, la relajación monetaria y las reformas estructurales para impulsar la competitividad y el consumo interno.

En el terreno social y diplomático, su perfil es marcadamente conservador. Se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo, rechaza flexibilizar la inmigración y defiende que la sucesión imperial siga dando prioridad a los hombres.

En política exterior, es considerada una China hawk (una “halcona” frente a Pekín), partidaria de reforzar las capacidades militares del país y mantener el statu quo en el estrecho de Taiwán. Sus repetidas visitas a Taipéi y sus homenajes en el santuario de Yasukuni —donde reposan, junto a los caídos, criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial— han provocado airadas reacciones tanto de China como de Corea del Sur, reforzando su imagen de líder nacionalista y desafiante en el tablero asiático.

La primera ministra de Japón, en su primera rueda de prensa en el cargo.

La primera ministra de Japón, en su primera rueda de prensa en el cargo. Eugene Hoshiko Reuters

Japanese first

En esta línea, Takaichi articula su mensaje apelando a la protección de la identidad y los valores japoneses, reforzando la idea de que la apertura excesiva a “culturas externas” podría alterar la cohesión y la estabilidad social del país.

Su enfoque combina una narrativa de seguridad y orden con una visión de prioridad nacional que busca tranquilizar a quienes perciben que la globalización y el turismo masivo amenazan el estilo de vida tradicional. Para sus críticos, sin embargo, estas posturas podrían intensificar la exclusión y alimentar tensiones con comunidades extranjeras ya presentes en Japón.

Al mismo tiempo, la nueva líder no limita su discurso a la retórica: propone medidas concretas que incluyen controles migratorios más estrictos, supervisión reforzada de las inversiones extranjeras y regulaciones más severas sobre el turismo en zonas sensibles.

Analistas señalan que estas políticas, más allá de su aplicación práctica, funcionan como símbolos de autoridad y de firmeza frente a un electorado cada vez más preocupado por los cambios demográficos y culturales del país. El tono de Takaichi refleja, así, un Japón que mira hacia la preservación de su identidad en un contexto globalizado, un planteamiento que resuena con movimientos populistas y conservadores en otras regiones del mundo.

En consonancia con su enfoque conservador, Takaichi ha defendido repetidamente un modelo de familia tradicional y ha reafirmado la prioridad de la sucesión masculina en la familia imperial, así como su oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo o a que las parejas casadas puedan conservar apellidos distintos.

Esta postura refleja su visión de la sociedad y del papel de la mujer, vinculada a los valores tradicionales que considera pilares de la estabilidad social.

No obstante, estas posiciones han despertado preocupación en diversos sectores, desde organizaciones de derechos humanos hasta empresas internacionales, que advierten sobre posibles repercusiones en la imagen global de Japón y en la capacidad del país para atraer talento en un contexto de envejecimiento poblacional acelerado.

Curiosamente, en medio de su firme defensa de estos valores, Takaichi ha mostrado un lado más personal y pragmático al abordar cuestiones de salud femenina, como sus propias experiencias con la menopausia.

Al subrayar la importancia de educar a los hombres en este ámbito, introduce un matiz más moderno y sensible que, aunque no modifica su línea ideológica central, sugiere cierta apertura hacia discusiones sobre igualdad y bienestar dentro de la sociedad japonesa.

Redefinición exterior

En el plano internacional, la gestión de Takaichi se desarrollará en un contexto de incertidumbre sobre la postura de Estados Unidos en Asia, con un Washington cuya política hacia sus aliados sigue siendo imprevisible.

Aunque la líder japonesa ha reiterado su compromiso con la alianza bilateral, ha dejado claro que revisará acuerdos estratégicos, incluido el pacto de inversiones valorado en 550.000 millones de dólares, siempre que perciba un riesgo para los intereses nacionales de Japón.

Esta actitud refleja un enfoque más asertivo, en el que Tokio busca consolidarse no solo como socio confiable, sino como actor con capacidad de decisión propia en la arquitectura de seguridad regional.

Paralelamente, el nacionalismo que caracteriza a Takaichi y su disposición a adoptar posturas firmes frente a Pekín o Pyongyang podrían complicar las relaciones diplomáticas en Asia.

Aunque sigue apoyando la cooperación con EE. UU., Corea del Sur y Filipinas para hacer frente a amenazas regionales, expertos advierten que un exceso de confrontación con China podría dejar a Japón en una posición de aislamiento, especialmente si la implicación estadounidense en la región disminuye.

El desafío, por tanto, será equilibrar la firmeza con la diplomacia, protegiendo los intereses nacionales sin comprometer los márgenes de maniobra que Japón necesita para consolidar su liderazgo en el Indopacífico.

La era Takaichi quiere proyectarse como un periodo más largo que el de sus predecesores —cuatro en los últimos cinco años: Shinzo Abe, Yoshihide Suga, Fumio Kishida y el saliente Shigeru Ishiba— en el que Japón intentará redefinir su papel en el escenario regional y global.

Un liderazgo más decidido y autónomo, pero necesariamente vigilante ante los riesgos de tensiones excesivas que podrían limitar sus opciones estratégicas y su influencia internacional.