Kim Jong-un en la inauguración de la zona turística costera de Wonsan.

Kim Jong-un en la inauguración de la zona turística costera de Wonsan. Reuters

Asia COREA DEL NORTE

Una turista rusa muestra cómo es por dentro el parque de atracciones acuático más enigmático de Corea del Norte

Todo ello forma parte del escaparate que el régimen de Kim Jong-un ha construido para suavizar el impacto de las sanciones y captar divisas.

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Pyongyang quiere mostrar al mundo una cara moderna: la zona turística Wonsan.

Cafeterías que imitan a Starbucks, pagos con móvil en mercados callejeros, centros comerciales que parecen sacados de IKEA y un nuevo complejo turístico de playa que busca atraer visitantes extranjeros.

Todo ello forma parte del escaparate que el régimen de Kim Jong-un ha construido para suavizar el impacto de las sanciones y captar divisas.

Imágenes recientes obtenidas por The New York Times a partir de tres visitantes -una turista rusa, un corredor sueco y un estudiante chino- revelan cómo el régimen está promoviendo una cultura de consumo dirigida a las élites locales y al turismo internacional.

Pero el acceso a estos productos sigue siendo imposible para la mayoría de norcoreanos, cuyo ingreso medio apenas supera los 1.000 dólares anuales.

Consumo de élite

En la capital, un centro comercial bautizado por los estudiantes chinos como el “IKEA norcoreano” vende muebles, electrodomésticos y comida en un entorno que imita a la multinacional sueca.

Incluso existe una cafetería que copia la marca “Starbucks Reserve”, rebautizada como Mirai Reserve, donde un café puede costar 25 dólares.

Empresas como Starbucks e IKEA ya han advertido que no tienen presencia oficial en el país.

Kim Jong-un fomenta este tipo de consumo porque sus élites, expuestas al extranjero por misiones diplomáticas o trabajos en el exterior, tienen dinero y apetito por los productos occidentales.

El régimen busca que parte de esa riqueza privada regrese a sus arcas. Según testigos, incluso vendedores callejeros aceptan pagos mediante códigos QR, en una digitalización inusual para un país sometido a un férreo control estatal.

El “Waikiki norcoreano”

En agosto, Kim inauguró el complejo turístico de Wonsan Kalma, promocionado por la prensa surcoreana como el “Waikiki norcoreano”.

El resort ofrece hoteles frente a una playa de 2,5 kilómetros, parques acuáticos y bares con cervezas importadas de EEUU, Japón y China.

La rusa Daria Zubkova, una de las primeras turistas extranjeras en visitarlo, describió la experiencia como “una postal hecha a medida”, con instalaciones recién estrenadas, mariscos frescos y compras de marcas internacionales como Ugg.

Su paquete vacacional costó unos 1.400 dólares por una semana.

Expertos señalan que el turismo, no alcanzado por las sanciones de la ONU, es un sector clave para generar ingresos.

Sin embargo, también abre una ventana peligrosa: visitantes extranjeros pueden filtrar noticias y percepciones que escapan al férreo control informativo de Pyongyang.

En los últimos meses, turistas preguntaron a guías sobre la presencia de tropas norcoreanas en la guerra de Ucrania, algo que el régimen no había reconocido hasta abril.

¿Apertura o control?

Para los analistas, el desafío de Kim reside en equilibrar el deseo de atraer divisas con el riesgo de debilitar su control totalitario.

La llegada de visitantes y la exposición a bienes y servicios globales suponen un flujo de información difícil de contener.

No en vano, este año Corea del Norte llegó a suspender temporalmente la entrada de turistas después de que algunos influencers compartieran vídeos críticos en redes sociales.

En 2019, antes del cierre de fronteras por la pandemia, el país recibió 300.000 turistas, la mayoría chinos.

Hoy, con la reapertura parcial, Pyongyang vuelve a apostar por un modelo de prosperidad aparente, hecho de imitaciones y símbolos de consumo global, diseñado más para impresionar al visitante extranjero que para transformar la vida de la población.