Recuerdos del presidente ruso Putin y del presidente estadounidense Trump a la venta en Moscú.

Recuerdos del presidente ruso Putin y del presidente estadounidense Trump a la venta en Moscú. Yulia Morozova Reuters

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Putin y Trump acordaron que la cumbre fuera en Alaska como símbolo de "hermandad militar" pero Rusia quiere "recuperarla"

A mediados del siglo XIX, Alaska se convirtió en un lastre para San Petersburgo: cara de mantener, remota y vulnerable tras la derrota en la guerra de Crimea, y amenazada por el avance naval británico en el Pacífico.

Sin embargo, el oro descubierto a finales del XIX y el petróleo hallado décadas después convirtieron a Alaska en una de las regiones más ricas del país, y la operación de compra de EEUU en una ganga histórica.

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Donald Trump volvió a dejar un lapsus geográfico e histórico en televisión al anunciar que su esperado encuentro con Vladímir Putin tendría lugar “en Rusia” este viernes.

El detalle, erróneo hoy, habría sido correcto hace siglo y medio, cuando Alaska formaba parte del imperio de los zares.

Hasta 1867, el territorio -entonces con capital en Novo-Arkhangelsk- pertenecía a Rusia.

Su historia comenzó con mercaderes y aventureros que en el siglo XVIII cruzaron Siberia atraídos por el negocio de las pieles de nutria marina, un bien codiciado en los mercados internacionales.

En 1799, Catalina la Grande autorizó la creación de la Compañía Ruso-Americana, que monopolizó comercio y administración en la región.

El comerciante Aleksandr Baránov consolidó el control ruso, expandió asentamientos y reprimió con dureza la resistencia indígena, ganándose el apodo de “Sin Corazón” entre los tlingit.

Los sacerdotes ortodoxos siguieron la estela de los mercaderes, levantando misiones y templos como la catedral de San Miguel en Sitka, todavía en pie, según cuenta The Guardian.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX, Alaska se convirtió en un lastre para San Petersburgo: cara de mantener, remota y vulnerable tras la derrota en la guerra de Crimea, y amenazada por el avance naval británico en el Pacífico.

El embajador Eduard de Stoeckl admitió en 1867 que había que vender “o ver cómo nos la arrebatan”.

Un trato polémico

La venta a EEUU por 7,2 millones de dólares buscaba evitar un conflicto con Londres y fortalecer vínculos con Washington.

En Rusia, muchos lo vieron como una humillación; el diario liberal Golos tachó la cifra de insultante.

En EEUU, el secretario de Estado William H. Seward fue ridiculizado por gastar millones en lo que se describía como “desiertos de nieve”.

Editoriales como la del New-York Daily Tribune ironizaban: “Podemos firmar un tratado con Rusia, pero no con el Rey de la Nieve”.

Otros sospechaban que Rusia se había deshecho de un territorio inútil. Sin embargo, el oro descubierto a finales del XIX y el petróleo hallado décadas después convirtieron a Alaska en una de las regiones más ricas del país, y la operación en una ganga histórica.

La percepción cambió radicalmente: lo que había sido calificado de “naranja exprimida” pasó a ser un símbolo de visión estratégica estadounidense.

Recuerdos y tensiones

La venta ha dejado huella en la memoria rusa, alimentando ocasionales llamamientos nacionalistas a “recuperar” Alaska.

En 1974, en plena disputa comercial por el precio del trigo, un funcionario soviético ironizó: “Nosotros la vendimos por solo siete millones”.

Figuras como el filósofo nacionalista Aleksandr Duguin han llegado a afirmar públicamente que “claro está que no había que haber vendido Alaska” y aconsejan “no dar nada y tomar todo” en ese territorio. 

Asimismo, en 2022, el diputado ultranacionalista Oleg Matveychev exigió la devolución de Alaska y también de Fort Ross (California), como parte de sus postulados irredentistas.

Estas expresiones revelan que, aunque no forman parte de la agenda oficial del Kremlin, sectores ultranacionalistas utilizan la memoria de la venta de Alaska como símbolo de agravio y posible reivindicación territorial.

Efímera cordialidad

En 1867, la operación abrió un breve periodo de cordialidad ruso-estadounidense, que culminó con la visita del gran duque Alexéi a Nueva York en 1871, recibido con desfiles, banquetes y honores militares.

El Kremlin ha subrayado también la carga simbólica del lugar elegido para la cumbre.

Cerca de la base se encuentra un cementerio donde reposan once militares soviéticos -nueve de ellos pilotos- y dos civiles, fallecidos entre 1942 y 1945 mientras trasladaban los aviones suministrados por EEUU durante la Segunda Guerra Mundial.

Para Moscú, celebrar allí el encuentro evoca la “hermandad militar” entre ambas naciones y reviste un significado especial en el 80º aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi y el Japón imperial.

Este viernes, Trump y Putin se verán en Anchorage, rodeados de vestigios de la presencia rusa. La cita, oficialmente centrada en la guerra de Ucrania, llega con la incógnita de si el acercamiento entre ambas potencias traerá concesiones territoriales ajenas.

En Kiev confían en que la era de intercambiar tierras como moneda de poder haya quedado en el pasado.