Jeffrey Epstein y Donald Trump, en una de las famosas fiestas del traficante sexual.

Jeffrey Epstein y Donald Trump, en una de las famosas fiestas del traficante sexual. Sky News

EEUU

Los votantes de Trump se sorprenden de que un abusador sexual proteja información sensible de su amigo Epstein

Trump se enfrenta a su mayor crisis de credibilidad ante su electorado precisamente por decir la verdad en torno al caso Epstein, utilizado por la alt-right para sus conspiraciones durante años.

Más información: Trump envió a Epstein una carta "obscena" por su 50 cumpleaños con el dibujo de una mujer desnuda

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A principios de octubre de 2016, el Washington Post publicaba unos audios del entonces candidato republicano Donald Trump, extraídos de su visita en 2005 al programa de televisión “Access Hollywood”. En esas conversaciones privadas con el presentador Billy Bush, Trump alardeaba de lanzarse sobre mujeres bellas sin siquiera pedir permiso y afirmaba que, como era famoso, le dejaban hacer lo que quisiera con ellas, que podía incluso llegar y “cogerles por el coño” de buenas a primeras.

La conversación creó un cierto escándalo en Estados Unidos, aunque sus partidarios se encargaron de minimizar todo el asunto calificándolo de “charla de vestuario”, un término habitual en Estados Unidos para justificar el vocabulario que utilizan algunos hombres en el ámbito privado. Eso no impidió que menos de un mes después, Trump ganara las elecciones a la gran favorita, Hillary Clinton. Su electorado, compuesto en buena parte por conservadores religiosos y moralistas, no consideró que mereciera castigo alguno por esa actitud.

Para entonces, habían pasado veinte años desde que Trump violara a E. Jean Carroll, según el veredicto del juez Lewis Kaplan en julio de 2023. Trump insertó sin consentimiento sus dedos en la vagina de Carroll en el vestuario de unos grandes almacenes, algo que el jurado consideró abuso sexual, antes de que Kaplan interpretara que esa conducta era lo que “comúnmente se conoce como violación”. Trump lo negó todo y toda su base le creyó a pies juntillas. Carroll era una aprovechada que solo quería dinero. Punto.

Una peligrosa adicción al sexo

Cuando el Post publicó su información en 2016, Jeffrey Epstein aún seguía vivo y en libertad. El magnate financiero llevaba en el radar del FBI precisamente desde 2005, cuando empezaron las investigaciones por tráfico de mujeres y trata de menores. Después de tres años de juntar pruebas y testimonios, Epstein llegó a un acuerdo con la Fiscalía que le sirvió para limitar su sentencia a dieciocho meses por prostitución de menores. El magnate no llegó a ingresar en una cárcel convencional y a los tres meses ya estaba disfrutando del tercer grado.

Epstein era conocido en el mundo político por su cercanía al Partido Demócrata y, en concreto, al expresidente Bill Clinton, a quien había apoyado económicamente en sus dos campañas electorales. Ahora bien, sus amistades no quedaban ahí. Se movía con toda la élite neoyorquina y de la Costa Este en general. Uno de esos famosos que solían frecuentar sus fiestas era Donald Trump, por entonces un empresario reconvertido a estrella de la televisión gracias al reality “El aprendiz”.

Tal y como ha publicado este viernes el Wall Street Journal, Trump participó en la felicitación común que la pareja de Epstein, Ghislaine Maxwell, organizó con motivo de su cincuenta cumpleaños, es decir, en 2003. La complicidad entre ambos es evidente, así como su obsesión común por las mujeres y el sexo. Una obsesión que llevó al ahora presidente a presidir varias ediciones del concurso Miss Universo y a organizar en 2006 una cita con la actriz porno Stormy Daniels, a la que luego pagó con fondos de su campaña para ganarse su silencio.

Trump también fue condenado por desvío de fondos electorales y sus votantes tampoco consideraron que eso mereciera castigo alguno. Tal y como hiciera en 2016, volvió a ganar las elecciones en 2024 contra Kamala Harris, con más facilidad aún que ocho años antes. El nacionalismo populista llegaba de nuevo a la presidencia con un discurso basado en la lucha contra la inmigración, la vuelta al aislacionismo, la defensa de los valores morales cristianos… y el ataque a los pedófilos, con la “lista Epstein” como principal arma de ataque.

La lista que no existe

Sobre la “lista Epstein” se ha estado hablando en Estados Unidos muchos años. Casi tantos como los que han pasado desde que Jeffrey Epstein volviera a ser detenido en 2019 por delitos similares a los de 2005, pero esta vez a nivel federal y con peor escapatoria legal. A los pocos días de asegurar que estaba dispuesto a colaborar con la justicia, apareció muerto en su celda. Oficialmente, se trató de un suicidio, pero la alt-right estaba demasiado acostumbrada a no creerse nada oficial, así que tiró por la teoría del asesinato.

¿Y quién habría matado a Epstein? Los “poderes fácticos”. Hollywood. Los Clinton. La élite de Washington. Los pedófilos que, repetía QAnon, se habían apoderado de América y se la habían quitado a su verdadero propietario: el pueblo. Hablamos, hay que insistir, del 10 de agosto de 2019, es decir, entrando en el último año de la primera presidencia de Trump. El hombre que le mandaba cartas por su cumpleaños, el que se dejaba ver con él en fiestas y el que podía intentar controlar desde la Casa Blanca qué información confidencial salía a la luz y qué información no. Curiosamente, nadie le pidió explicaciones.

Se las pidieron a Joe Biden. Entre los múltiples pecados que MAGA achacaba al demócrata estaba el de mantener el secreto sobre la “lista Epstein”. Tenía que ser por los Clinton, no había otra explicación. Cada poco tiempo, se iba “filtrando” un nombre y Trump prometía que él se encargaría de reparar el daño y de publicar completa la lista de los clientes que habían viajado a la isla con el empresario a disfrutar de la belleza y la adrenalina en todas sus formas, casino incluido.

El peligro de decir una verdad

Y así, entre tanta promesa y tanto podcaster, youtuber y comentarista insistiendo en que la lista existía y que Trump se encargaría de ajustar cuentas, toda la alt-right se olvidó de que precisamente Trump sería la última persona en revelar el contenido de una lista así. Una lista que, por cierto, no existe, como reveló la fiscal general Pam Bondi hace un par de semanas, para escándalo del electorado MAGA. “El nombre de Trump aparece”, ha dicho hasta un par de veces Elon Musk, y todo el mundo se ha santiguado, como si aquello fuera inconcebible, como si los indicios no hubieran estado delante de sus ojos todo este tiempo.

Solo que, como ha quedado dicho, no hay tal lista, ni evidencia alguna de asesinato, ni de ocultación, ni de poderes fácticos, estado profundo, élites de Washington… Y mucha gente se siente decepcionada y dolida. No ya por la mentira, sino por la verdad. Por el empeño de Trump en decir “venga, ahora miremos hacia adelante” y culpar a los demócratas de azuzar una polémica que, según el presidente, empaña su magnífica actuación de estos seis meses, “mejor que la de casi todos los demás presidentes en sus cuatro años”.

Y así, Trump y el Partido Republicano se enfrentan a la crisis de credibilidad más absurda de la historia: intentar convencer a su electorado de que no mentían cuando prometían una cosa en campaña y, a la vez, de que no mienten cuando prometen ahora que no hay nada que enseñar. Un efecto boomerang en toda regla. El presidente, arrinconado por sus fieles, ha pedido que se publique todo lo “pertinente” sobre el caso como una manera de decir “¿veis? No hay nada”. Se lo ha pedido a Bondi, que, irónicamente, fue una de las grandes propagadoras de la teoría de la conspiración.

Mientras, el GOP no sabe qué hacer. Los congresistas republicanos dudan si pedir formalmente unos archivos cuya existencia han asegurado durante seis años, pero que su líder no reconoce. Tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado se levantan las voces hostiles a Trump, temerosas de que sus volátiles —y en ocasiones, violentos— votantes se vuelvan en su contra. Queda un año, más o menos, para las elecciones legislativas y todo voto perdido puede contar. Más aún si Musk decide sacar al final su America Party y es capaz de “robar” un 3-4% a los republicanos en cada distrito. La campaña, desde luego, ya se la han hecho. Habrá que ver si sabe aprovecharla.