El primer ministro de Canadá, Mark Carney, coge un libro de un simpatizante para autografiarlo fuera del Victoria Edelweiss Club, durante su gira de campaña electoral del Partido Liberal en Victoria, Columbia Británica, Canadá 6 de abril de 2025.

El primer ministro de Canadá, Mark Carney, coge un libro de un simpatizante para autografiarlo fuera del Victoria Edelweiss Club, durante su gira de campaña electoral del Partido Liberal en Victoria, Columbia Británica, Canadá 6 de abril de 2025. Kevin Light Reuters

América

Canadá agota la vía de la paz con Trump y toma el camino contrario a la UE: "Vamos a maximizar el daño a EEUU"

El primer ministro canadiense, Mark Carney, se crece frente a la guerra arancelaria declarada por la Casa Blanca en la antesala de unas elecciones decisivas: "Debemos responder con determinación y fuerza. Somos los amos de nuestra casa".

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Las declaraciones de Mark Carney cayeron a plomo. “La economía global es radicalmente diferente hoy de lo que era ayer. El sistema de comercio global anclado en Estados Unidos en el que Canadá ha confiado desde el final de la Segunda Guerra Mundial —un sistema que, aunque no es perfecto, ha ayudado a proporcionar prosperidad a nuestro país durante décadas— ha terminado”. “La antigua relación que teníamos con Estados Unidos, basada en la profundización de la integración de nuestras economías y en una estrecha cooperación militar y de seguridad, ha terminado. El periodo de 80 años en el que Estados Unidos abrazó el manto del liderazgo económico ha terminado”.

It’s over, vino a decir el primer ministro de Canadá. But we will be back. “Si bien esto es una tragedia, también es la nueva realidad. Debemos responder con determinación y fuerza. Somos un país libre, soberano y ambicioso. Somos los amos de nuestra casa”.

El nuevo líder del Partido Liberal quiso hablar a los ciudadanos como adultos, decir las cosas claras —algo poco habitual en política, y menos aún en plena campaña electoral—, después de encajar, como encajó el resto, el revés arancelario de Donald Trump sobre los automóviles. Un gravamen del 25% a las importaciones de vehículos que golpea especialmente a México y Canadá.

El sucesor del amortizado Justin Trudeau, que se juega en tres semanas su continuidad en un cargo para el que, paradójicamente, no fue elegido, reconoce que su país tendrá que afrontar en adelante “momentos difíciles” como consecuencia de la guerra comercial con Estados Unidos.

Carney no piensa quedarse quieto recibiendo los golpes. Piensa devolverlos. Después del anuncio de Trump, el premier canadiense confirmó que igualaría el arancel del 25% a los vehículos importados de Estados Unidos. “Tomamos estas medidas a regañadientes”, explicó en rueda de prensa. “Y las tomamos con la intención de causar el máximo daño en Estados Unidos y el mínimo en Canadá”. Su Gobierno calcula que, con esta contramedida, recaudará unos 8.000 millones de dólares, una cuantía que irá destinada “directamente” a los trabajadores afectados por la política arancelaria de la Casa Blanca.

Carney es uno de los pocos mandatarios internacionales que parece tener clara la estrategia para confrontar con Trump y salir relativamente airoso. Tanto el premier canadiense como la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum —quizá tenga algo que ver en todo esto la proximidad geográfica, o que ambos coordinan sus respuestas— saben mejor que nadie cómo lidiar con las amenazas del mandatario republicano.

No es necesario estudiar en profundidad la psicología de Trump. Basta con comprender que el inquilino de la Casa Blanca entiende las relaciones —políticas, económicas y personales— como un juego de poder. Un juego en el que pierde el primero en achantarse. Y no planea Carney achantarse a estas alturas. Una postura férrea que, de paso, le sirve para apuntalar su liderazgo interno de cara a las elecciones federales anticipadas del próximo lunes 28 de abril.

“La estrategia de Carney ha contrastado bastante con la respuesta de casi todos los demás países hasta ahora: una postura sin vacilaciones, sin disculpas y muy pública de 'plantar cara al matón'. Ha sido responder de inmediato con acciones recíprocas, aunque medidas más adaptadas y dirigidas específicamente a golpear posibles puntos de presión sobre la Administración Trump, sus aliados en el Congreso y su base de votantes”, explica Kevin McMillan, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Ottawa, en conversación con EL ESPAÑOL.

“La estrategia tiene el beneficio añadido de proyectar el tipo de confianza en uno mismo que surge de saber que no sólo es la forma moralmente correcta, sino a menudo la más pragmáticamente eficaz de responder a un actor depredador”, añade McMillan. “En términos de cálculo político, Carney tiene la seguridad añadida de saber que la gran mayoría de los canadienses están de su parte en este asunto”.

“Los canadienses están muy enfadados. Dicen sentirse traicionados por Trump y preocupados por el impacto de los aranceles”, traslada a este periódico Shachi Kurl, analista de políticas públicas en el think tank Angus Reid Institute. “Así que los políticos que plantan cara a las medidas de Estados Unidos están ganando respaldo. Vimos lo mismo con el primer ministro de Ontario, Doug Ford, que ganó en febrero unas elecciones con el eslogan de que Canadá no está en venta”.

Estilo confrontativo

Carney muestra el camino confrontativo con Trump a la Unión Europea, aunque los Veintisiete priorizan, de momento, la opción del diálogo con la Administración estadounidense. En este sentido, como trasladó el propio Carney al canciller alemán saliente Olaf Scholz, es importante “que los socios fiables trabajen juntos para proteger la seguridad transatlántica y la profundización de los lazos económicos”. Y Estados Unidos no es ya un socio fiable.

El premier canadiense declaró el pasado sábado en un acto de campaña cerca de Toronto que, con la decisión de imponer aranceles, Estados Unidos estaba cavando su propia tumba. “Llevará algo de tiempo para que se vea, de la misma forma que llevó tiempo para que los impactos del Brexit se viesen en la economía del Reino Unido. Pero he visto esto antes y sé exactamente lo que va a pasar. Estados Unidos se va a debilitar”, anticipó Carney, voz autorizada en la materia. Era nada menos que el gobernador del Banco de Inglaterra cuando Reino Unido tomó la decisión de abandonar la Unión Europea, y antes lo fue del Banco de Canadá.

“Carney es un economista con mucha experiencia, extremadamente inteligente y bien formado. Dirigió dos instituciones que atravesaron periodos extremadamente difíciles”, explica Nomi Claire Lazar, profesora de la Escuela de Posgrado de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Ottawa, en diálogo con EL ESPAÑOL. “Si a esto le añadimos el hecho de que tiene un temperamento relajado, de carácter frío, podemos llegar a la conclusión de que es alguien difícil de alterar, especialmente cuando se enfrenta a una persona, en apariencia, tan poco seria como Trump”.

“Pero además de su capacidad para mantenerse frío bajo presión, Carney está utilizando una estrategia retórica que es particularmente interesante”, prosigue Lazar. “En la teoría de la negociación, se enseña a las personas a tener clara cuál es su mejor alternativa en un acuerdo negociado. Una vez que lo sabe, se siente menos presionada para llegar a un acuerdo que no le beneficia. Carney ha estado utilizando una estrategia interesante que vale la pena. Repite una y otra vez que la relación de Canadá con Estados Unidos, tal y como era antes, se ha acabado. Lo dice repetidamente, y es un mensaje que, creo, no va dirigido a los canadienses, sino a Trump”.

“Carney quiere comunicar que Canadá ya está mirando a otra parte, construyendo, nuevas relaciones comerciales, de defensa y políticas”, subraya Lazar en alusión a los países europeos. “El candidato sabe cuál es su mejor alternativa, y eso hará que sea mucho más difícil para Trump obligar a Canadá a un acuerdo que no sea de nuestro interés. Al subrayar nuestra voluntad de retirarnos de la mesa de negociaciones, Carney afirma nuestra fortaleza”.

De momento, la estrategia parece estar surtiendo efecto, "pero por supuesto es demasiado pronto para decirlo", matiza McMillan. "Y lo que es más importante, creo que a largo plazo es probablemente la única opción realmente clara que se puede tomar".

En línea con sus ambiciones expansionistas, Trump le cogió el gusto a referirse a Trudeau en sus publicaciones en Truth Social como “el gobernador de Canadá”, como si Canadá fuera el estado número 51. Trudeau quiso entablar un diálogo con Trump, y llegó a reunirse con él en su mansión de Mar-a-Lago. No tuvo éxito.

Con Carney, sin embargo, el mandatario republicano no se ha permitido las mismas licencias. En el primer mensaje publicado en su plataforma de redes sociales después conversar por primera vez con él, Trump le nombró como “primer ministro de Canadá”. El nuevo líder del Partido Liberal recuperaba así parte del respeto que Trump había perdido a la soberanía canadiense, aunque no llegaba a convencerle de deshacerse de los aranceles.

“Tenemos que ser honestos con nosotros mismos: no se puede negar que se corre el riesgo de una grave escalada. Pero lo que está en juego es tan importante para los canadienses —así como para los estadounidenses, los europeos y el resto del mundo democrático— que probablemente merezca la pena correr esos riesgos”, subraya McMillan. “La cobardía que uno puede racionalizar como 'hacer tratos' o 'sacar lo mejor de una mala situación' no es realmente una opción en este momento y, en cualquier caso, en mi opinión es muy poco probable que evite al final los riesgos de una escalada”.

Una resurrección electoral

No es pronto para decir que Carney ha resucitado a los liberales en las encuestas. Cuando heredó el cargo a principios de marzo de manos del desgastado Trudeau —tras unas primarias en las que concentró más del 85% de los votos—, el líder de la oposición, el conservador Pierre Poilievre, sacaba a los liberales una ventaja de treinta puntos en intención de voto. Treinta puntos que respondían al hartazgo casi generalizado hacia la figura de Trudeau. La distancia parecía insalvable, claro. El propio Poilievre, abanderado del trumpismo a la canadiense —cuyo lema de campaña era Canada First, calcado del America First del movimiento MAGA—, ya se veía a sí mismo como primer ministro.

Las tornas han cambiado en tiempo récord. Ahora, Carney lidera la carrera con holgura. Según la encuestadora Nanos Research, el Partido Liberal tiene el respaldo del 46% de los votantes. Once puntos más que el Partido Conservador de Poilievre. “La resurrección de los liberales responde a tres factores: el primero es la dimisión de Trudeau, que se llevó consigo gran parte del enfado con los liberales. El segundo, por supuesto, es Trump y la reacción que ha generado en la sociedad canadiense, que se ha unido en torno a la bandera. Y el tercero es el propio Carney, percibido como un líder competente”, subraya Kurl.

A diferencia de sus competidores, Carney demuestra tener un plan para contrarrestar los efectos de los aranceles de Estados Unidos. Entre otras propuestas que reman en la misma dirección, los liberales recogen en su programa electoral una para levantar las barreras comerciales que existen entre los distintos territorios que vertebran Canadá. En este escenario, la campaña de Poilievre ha tenido que echar mano a la desesperada del predecesor de Trudeau, Stephen Harper, el último primer ministro conservador, y renegar casi a última hora de las políticas de Trump. No pinta bien.