Jair Bolsonaro en la noche electoral.

Jair Bolsonaro en la noche electoral. EFE

América

Lula no gana y Bolsonaro no pierde: la derecha conservadora copa el Congreso y el Senado

Los resultados de la primera vuelta, en los que el ultraderechista consiguió un 1,5 millones de votos más que en 2018, señalan que el bolsonarismo ha llegado para quedarse.

4 octubre, 2022 02:54

Pase lo que pase el próximo 30 de octubre en la segunda vuelta de las elecciones de Brasil, una cosa ya es innegable: el bolsonarismo ha llegado para quedarse. Puede que Bolsonaro pierda las elecciones y Lula se alce con la presidencia de Brasil pero la ola ultraderechista que se levantó con Bolsonaro en 2018, y las marcas que ha dejado en la sociedad brasileña, no será fácil de borrar.

Bolsonaro perdió el primer turno, sí, pero lo hizo superando todas las encuestas. Cuando los sondeos no le atribuían más de un 36%, el ultraderechista se hizo con un 43,2% de los votos. Son más de 50 millones, los brasileños que han votado en Bolsonaro, 1,5 millones más que en 2018. No sólo su ideología se ve enraizada en la sociedad, como Bolsonaro ve ampliado su poder en el Congreso, donde ha elegido a 99 de los 153 escaños, y en el Senado, donde logró 14 de los 81 asientos.

El partido de Bolsonaro consigue, de esta forma, las mayores bancadas de la Cámara baja y del Senado y consolida su poder. Además, la derecha también se ha impuesto en las elecciones de los gobernadores de los Estados: de los 27 estados del país, solo tres quedaron en manos del Partido de los Trabajadores, 11 se han ido a la derecha (aunque no todos al partido de Bolsonaro) y los demás quedan en suspenso hasta la segunda vuelta.

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Entre ellos está un estado clave en el ascenso de Bolsonaro respecto a lo que predecían las encuestas: São Paulo, el más poblado del país y en el que el candidato del PT y derrotado en las pasadas presidenciales, Fernando Haddad, se tendrá que ver las caras con el exministro del Gobierno de Bolsonaro, Tarcísio Gomes de Freitas.

Ministros polémicos elegidos

No es el único exmiembro del Gobierno bolsonarista que ha logrado en buen resultado: siete ministros de Ejecutivo, entre ellos algunos de los más polémicos, se han presentado a estas elecciones de manera exitosa. Es el caso de Damares Alves, la que fue ministra de la Mujer y de los Derechos Humanos de Bolsonaro, que a su vez era pastora evangélica y militante antiabortista y que ha sido elegida senadora.

Sus declaraciones, advirtiendo de que eliminaría el "adoctrinamiento de género", destacando que la prioridad de la cartera serían las políticas públicas "que favorezcan la vida desde la concepción" y dejando clara su postura contra el aborto y los derechos reproductivos de la mujer, motivaron las protestas de los sectores feministas.

También consiguió un lugar en el Congreso el exministro de Sanidad, el general Eduardo Pazuello, responsable de la estrategia de combate a la Covid, que subestimó la enfermedad, se negó a confinar a la población y cuya gestión desastrosa tuvo como resultado la muerte de más de 670.000 brasileños.

La tragedia ocurrida en Manaus, en la Amazonia, donde miles de pacientes murieron por la falta de reservas de oxígeno, fue uno de los puntos más negros de su gestión, acusado por los familiares de los fallecidos de abandono.

También el exministro del medo ambiente , Ricardo Salles, que dimitió por una investigación que le involucraba en un caso de tráfico de madera y por obstruir una investigación sobre la tala ilegal en la Amazonia ha logrado un asiento en la Cámara baja.

Bajo el gobierno de Bolsonaro, la Amazonia se enfrenta a la mayor tasa de deforestación de los últimos 15 años y los especialistas señalan que su futuro también se juega en estas elecciones. De salir elegido Bolsonaro, con sus políticas medioambientales nulas y su protección al agronegocio y a los madereros, el pulmón del mundo podría llegar a una situación irreversible.

Y aunque salió del Gobierno por la puerta de atrás y terminó abochornado por la sentencia del Supremo, que anuló los procesos judiciales contra Lula y sus condenas, Sérgio Moro, el superjuez que un día fue el símbolo del azote contra la corrupción brasileña, pero que acabó por demostrar ser uno más en el sistema, también consiguió su lugar en el Senado.

Sergio Moro votando.

Sergio Moro votando. Reuters

Elegido por el estado de Paraná, Moro sacó pecho del caso Lava Jato, diciendo que la operación "vive y sacudirá de nuevo Brasilia". Además de Moro, el fiscal a cargo de la investigación entonces, Deltan Dellagnol, que también fue señalado a posteriori por la Justicia por sus malas prácticas, también ha conseguido un escaño como diputado del mismo estado.

"La Lava Jato ha renacido como el ave fénix, no de las cenizas sino de los corazones de 340.000 brasileños que han demostrado la fuerza de su integridad y honestidad y que no han desistido de un país más justo, más próspero y mejor", ha escrito Dellagnol en su cuenta de Twitter.

Además de estos, que pueden ser los más sonados, también el exministro de Ciencia, Marcos Pontes, la exministra de Agricultura, Tereza Cristina, y el exministro de Desarrollo Regional, Rogério Marinho, aseguraron una silla en el Senado.

Espejo de Trump

También en este punto la trayectoria del líder de la ultraderecha de Brasil se parece a la de Donald Trump: el espejo en el que se mira desde que el magnate ganó las elecciones de Estados Unidos en 2016. Ese año, el candidato republicano consiguió los votos de casi 63 millones de estadounidenses. Pero cuatro años después, pese a haber perdido los comicios para Joe Biden, el apoyo de Trump llegaba a los más de 74 millones de ciudadanos. Once millones más le habían dado su confianza pese a no ser suficiente para impedir la derrota.

Trump y Bolsonaro durante la visita del presidente brasileño a la Casa Blanca.

Trump y Bolsonaro durante la visita del presidente brasileño a la Casa Blanca. Reuters

Allí, como ahora en Brasil, Trump logró construir una sociedad fragmentada, fiel al discurso de "conmigo o contra mí", en el que la polarización fue un arma que ha sabido dominar con maestría. En Brasil temen que pase lo mismo. Que las heridas que Bolsonaro ha abierto no lleguen a cicatrizar, que la sociedad se rompa y la convivencia se vuelva imposible.

Antes de la realización de las elecciones Bolsonaro se adueñó del discurso trumpista que señalaba un supuesto fraude electoral, sin ninguna prueba, y lanzaba sospechas sobre el mecanismo electoral y las instituciones democráticas. Ahora, con los resultados de la primera vuelta, parece que al menos no va a volver a hacer bandera de ese discurso: sus buenos resultados no cuadran con un hipotético fraude electoral que pondría en tela de juicio esos mismos números.

Así que, a la hora de hablar a sus seguidores en la noche electoral, Bolsonaro no tocó el tema de las urnas, ni hizo referencia a las supuestas "vulnerabilidades del sistema" de las que venía alardeando. En vez de eso se centró de nuevo en calificar los comicios como la lucha del bien contra el mal, en la que él, por supuesto, es el espejo de la bondad, y señalar que el único camino es la victoria "por la patria, por la familia, por la vida, por la libertad y por la voluntad de Dios", como si, sobre él, cayera algún tipo de designio divino.

Queda por ver si las semejanzas se acaban aquí o si, en caso de derrota, Bolsonaro adoptaría las tácticas de Trump para provocar un tumulto de la magnitud del que asistimos aquel 6 de enero de 2021, con el asalto al Capitolio.