Ingrid Betancourt en la rueda de prensa en la que anunció su precandidatura para liderar la Coalición de la Esperanza.

Ingrid Betancourt en la rueda de prensa en la que anunció su precandidatura para liderar la Coalición de la Esperanza. EFE

América

La vuelta de Ingrid Betancourt a la primera línea despierta más dudas que certezas en Colombia

Betancourt ha anunciado esta semana, contra todo pronóstico, su candidatura a las presidenciales de 2022. 

23 enero, 2022 01:10

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El 23 de junio de 2021, la Comisión de la Verdad creada en Colombia tras el acuerdo entre las FARC y el gobierno para deponer las armas y reintegrar a la guerrilla en la vida civil vivía uno de sus momentos más emotivos. Ingrid Betancourt, junto a otras víctimas y familiares de secuestrados y asesinados, se veía las caras con los distintos cabecillas de la organización narcoterrorista, entre ellos Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”, el último comandante de las FARC y firmante del acuerdo de paz. Solemne y sin perder la compostura, Betancourt pronunció unas palabras de lo más reveladoras: “Me sorprende que nosotros, de este lado del escenario, estemos todos llorando, y que, del otro, no haya habido ni una sola lágrima”.

De los más de 100.000 asesinados y casi 30.000 secuestrados -las cifras varían y son difíciles de verificar-, pocos casos más mediáticos que el de Betancourt. La ex senadora convertida en candidata a las elecciones presidenciales de 2002 por el partido Verde Oxígeno viajaba rumbo a San Vicente del Caguán, territorio de continuas refriegas entre guerrilleros y paramilitares, cuando fue secuestrada por las FARC. No gustaba su carisma ni su oposición a las negociaciones entre Andrés Pastrana y los revolucionarios.

Mucho menos gustaba su enfrentamiento con el narco. Aunque Betancourt no era ni mucho menos una de las favoritas en los sondeos -de hecho, su partido, que la mantuvo de candidata, apenas superó los 50.000 votos- su secuestro marcó por completo la campaña y supuso un importante golpe de efecto. Por un lado, tener a una exsenadora secuestrada era un arma muy poderosa a la hora de negociar cualquier solución. Por el otro, daba la sensación de un estado a la deriva.

Íngrid Betancourt en una imagen de archivo.

Íngrid Betancourt en una imagen de archivo. EP

El problema para las FARC fue que el ganador de esas elecciones fue el conservador Álvaro Uribe y Uribe acabó con todo intento de negociación. La pieza que pretendían jugar quedó, pues, presa en el tablero. Betancourt siguió siendo la gran ausente de la política colombiana durante seis años, ni más ni menos, cuando el ejército consiguió liberarla en la llamada “Operación Jaque” visiblemente desmejorada, junto a otros 14 retenidos en una zona selvática cerca de San José del Guaviare, en el suroeste del país.

Durante esos seis años, la aguerrida y siempre combativa Betancourt había intentado fugarse hasta cinco veces y, desde su primera prueba de vida, se mostró crítica con el gobierno y el abandono al que, según ella, se veía sometida. Betancourt, congresista desde 1994, cuando apenas contaba con 33  años, criada en París y luchadora infatigable contra el narco, lo que la puso varias veces en el punto de mira de distintos cárteles, pasó 2.323 días en cautiverio y, cuando salió del mismo, todo el mundo dio por hecho que Ingrid volvería a ser el mismo animal político de antes, luchando en el Congreso o en el Senado y optando de nuevo por la presidencia.

10 años fuera de la política

Sin embargo, no fue así. Betancourt era una mujer concienzuda pero destrozada. Seis años de privación de libertad acaban con cualquiera. Se alejó de su país, residió largas temporadas en Francia y abandonó por completo la política. En 2010, dos años después de su liberación, denunciaría al gobierno colombiano pidiendo casi siete millones de euros por daños y perjuicios derivados de su secuestro. El escándalo fue monumental: el gobierno de Uribe daba sus últimas bocanadas y no dudó en acusar públicamente a la víctima y culpabilizarla, viniendo a decir que, si la habían secuestrado, era porque no había tomado las medidas necesarias.

Tal fue la reacción política y social contra la decisión de Betancourt, que la excandidata tuvo que retirar la demanda y pedir perdón públicamente. Un perdón que aún recuerda con vergüenza como una segunda condena. Primero, los guerrilleros. Luego, su propio gobierno. Betancourt tenía derecho a esas ayudas y, sobre todo, tenía derecho a dar su versión del cautiverio y denunciar los errores del gobierno, pero no se lo permitieron. Sus días en Colombia se habían acabado. Mejor volver a París y allí recuperarse del todo.

Ingrid Betancourt en el anuncio de su candidatura.

Ingrid Betancourt en el anuncio de su candidatura. EP

Si en el terreno político, la carrera de Betancourt parecía tocar a su fin, no mejoraron las cosas en el terreno personal: en 2011, anunciaba su divorcio de Juan Carlos Lecompte, quien mantenía desde años atrás una relación con otra mujer. Hasta 2018, no volvimos a saber de ella, cuando apoyó a Gustavo Petro, senador y candidato de izquierdas, en las elecciones presidenciales que ganaría el derechista Iván Duque en segunda vuelta. Ese mismo año, un tribunal de Estados Unidos condenaba a las FARC a pagar 36 millones de dólares a Betancourt y su familia. El problema era que las FARC habían dejado de existir dos años antes.

Escasas opciones de la coalición Centro Esperanza

Así hasta ese 23 de junio de 2021 en el que Betancourt, de alguna manera, volvía a mirar a los ojos al verdugo y al pueblo de Colombia. Esta misma semana, ha anunciado contra todo pronóstico su candidatura a las presidenciales de 2022. Según su propio testimonio: “Quiero terminar lo que empecé hace 20 años”. Ingrid Betancourt ya no tiene 41 años sino 61. No está muy claro si es el futuro del país o representa su pasado. Su imagen pública se ha visto demasiado dañada en los últimos años como para pensar en un gran resultado… pero eso no quiere decir que vaya a dejar de intentarlo.

De entrada, ni siquiera sabemos su encaje como candidata. Betancourt, en principio, será la representante de Verde Oxígeno dentro de la coalición Centro Esperanza. Su primer gran reto llegará el próximo mes de marzo, cuando compita en primarias con otros seis precandidatos para ver quién encabeza el cartel electoral. De momento, todo son bienvenidas y parabienes, a ver cuánto tarda en ponerse fea la cosa. El “leit motiv” de su campaña parece que será la corrupción, extendida en Colombia hoy casi tanto como hace 20 años, una presencia constante en el devenir político del país.

Algunos apuntan a Betancourt como una candidata de consenso en medio de la polarización izquierda-derecha que representan Gustavo Petro y Óscar Iván Zuluaga. De momento, las encuestas parecen favorecer claramente al primero, lo que consolidaría el giro a la izquierda que estamos viendo prácticamente en toda América Latina. Esas mismas encuestas colocan a la coalición Centro Esperanza como principal rival de Petro… ahora bien, todas ellas se publicaron con Sergio Fajardo como candidato, el popular ex alcalde de Medellín y ex gobernador de Antioquía.

¿Supondrá la resurrección de Betancourt un empujón para Centro Esperanza o, al contrario, la división provocará una pérdida de apoyos? ¿Podrá convertirse en esa figura moderada pero luchadora que agrupe votos de ambos lados del espectro político o su vuelta a la política quedará en nada ante los apoyos ya consolidados de Fajardo? Petro lleva un par de años dominando los sondeos con tal autoridad que es complicado no verle como nuevo presidente del país a partir del 19 de junio. Tendría que ocurrir un auténtico cataclismo. ¿Será Betancourt ese cataclismo? Imposible saberlo. En cualquier caso, siempre es bueno ver de vuelta a una guerrera política de tamaña envergadura.