Lula y Dilma en el momento de la jura como ministro del expresidente

Lula y Dilma en el momento de la jura como ministro del expresidente Roberto Stuckert Reuters

América

De Lula a Rousseff: luces y sombras del Partido de los Trabajadores de Brasil

14 años de la izquierda en el poder han unido el ascenso y caída de un modelo que deja un mejor reparto de renta y una crisis galopante.

31 agosto, 2016 02:07
Río de Janeiro

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Confirmado el impeachment en el Senado brasileño, el mandato presidencial del Dilma Rousseff llega a su fin y, con él, un ciclo de casi 14 años del Partido de los Trabajadores en el poder.

Impensable al comienzo del siglo, desde 2002 la izquierda ganó cuatro elecciones consecutivas y comandó el período de mayor cambio en la historia del país, pero sus años también estuvieron trufados de problemas.

En su comparecencia en el Senado del lunes, Rousseff hizo alusión a los logros de su partido con datos y gráficos en la mano, pero sus contrincantes se los afearon con otros datos también irrebatibles. Con sus luces y sus sombras, el petismo deja una herencia digna de analizar antes de que se le cierre la puerta de Planalto, al menos como parece, hasta las elecciones de 2018.

Fin del hambre vs inflación

El 1 de enero de 2003, Lula da Silva pronunció un discurso profético, o casi: “Si al final de mi mandato todos los brasileños pueden comer tres veces al día, habré cumplido la misión de mi vida”. En 2014, terminada su etapa pero con su ahijada política Dilma Rousseff en el poder, Brasil salió del mapa del hambre de la ONU, después de que la falta de alimentos disminuyera un 82% en 12 años.

Gran parte de culpa lo tuvo un programa llamado Bolsa Familia, que aún hoy ofrece una renta mensual a familias desfavorecidas a cambio de deberes como la vacunación o la atención escolar de los hijos, y que según la FAO consiguió terminar  con un problema estructural: menos del 2% de los brasileños están hoy subalimentados. Ahora bien, la deriva de los acontecimientos en los últimos meses ha empezado a dar problemas en la base de la compleja pirámide social brasileña.

Volviendo a Lula, a finales de 2015 el expresidente comentó así la crisis brasileña: “En vez de comer carne todos los días, comerán arroz”. Y así está ocurriendo hoy en las regiones más pobres del país, donde la inflación ha limado poder adquisitivo, ya de por sí bajo, y el valor de los beneficios del Bolsa Familia.

Nueva clase media vs paro

Subiendo un peldaño en la escala social, el PT mantiene como uno de los grandes avances de su gestión el advenimiento de la clase C o nueva clase media, un estrato que con el paso del tiempo se ha convertido en el grueso de la población.

En el momento de mayor auge económico, en 2011, un 52% pertenecía a esa clase social, que incluía a casi 30 millones personas salidas de la pobreza, según datos oficiales. La inclusión implicó el acceso de una porción gigantesca de personas al consumo y al crédito: en los años de Lula y los primeros de Dilma se multiplicó la venta de electrodomésticos, de coches y de billetes de avión, todos comprados en cómodos plazos por gente que hasta entonces no había tenido nunca acceso a una tarjeta ni había pisado un aeropuerto. De hecho, la clase C se transformó en motor de la economía, en cuanto a consumo masivo, y también en juez de las elecciones.

En un principio sus miembros lo hicieron votando por la reelección de Lula (2006) y la elección de su pupila, Dilma Rousseff (2010). O sea, votaban por el partido que los sacó de la invisibilidad para darles un nombre, una tarjeta. Pero el doble filo apareció de nuevo cuando la crisis anidó en Brasil.

Según los datos del IBGE de esta misma semana, el desempleo se ubica ya en un 11,6% de la población activa, un 3% más que hace un año. Y quien más lo sufren son los jóvenes y la mano de obra no cualificada, en la que la mayoría pertenece, como se puede adivinar, a la Clase C, que ya ha demostrado no casarse como antes con el PT.

Crecimiento vs gasto público

Los gráficos del crecimiento en los primeros años del siglo XXI hicieron sonar las fanfarrias: el gigante brasileño se había despertado, el país del futuro ya era el del presente.

Entre 2004 y 2013 creció una media del 4%, contando el 2009, en el que se vio frenado por la crisis internacional. Por entonces, Lula, en un arranque de optimismo desmedido dijo que “el tsunami de la recesión mundial llegaría a Brasil convertida en una olita”.  Durante más de la mitad de esa década Brasil creció a tasas chinas, coincidiendo también con el alza prolongada de los precios de las materias primas. Con ello, el PIB casi se quintuplicó hasta que el país cayó en su propia recesión, a partir de 2014, tangible en indicadores como la renta per cápita, que ahora ha retrocedido a niveles de 2009.

Frente a los índices de la bonanza en la era PT está el argumento de los críticos: el aumento del gasto público, que dejó al descubierto las costuras de modelo desequilibrado, y acentuado hoy con un déficit al que el gobierno interino ha prometido ponerle techo.

Presal vs Lava Jato

El anuncio de que Brasil había descubierto una inmensa bolsa de petróleo enterrado bajo una capa de sal en el fondo del mar le dio nuevos argumentos al PT para hablar de un cambio real: el país se vislumbraba ya como una potencia petrolífera mundial y se establecían porcentajes enormes para salud y educación a la hora de distribuir las regalías de las explotaciones.

La encargada de gestionar el nuevo potosí sería Petrobras, empresa dominada por el Estado que no paraba de crecer. Pero hace año y medio la petrolera se reveló como una fuente de corrupción a gran escala.

Un juez de la ciudad de Curitiba empezó a tirar del hilo de una trama de lavado de dinero, inicialmente pequeña, y terminó descubriendo una gigantesca red que implica a los principales partidos políticos y a las mayores constructoras del país. Estas, presuntamente reunidas en un cártel, ofrecían millones de dólares a cambios de suculentos contratos con Petrobras.

El caso le explotó en las manos a Dilma Rousseff, en lo que terminó siendo una de las puntillas a un ciclo que chirriaba desde antes de su reelección, en octubre de 2014.

Limpieza de Rousseff vs ‘herencia maldita’

Cuando Dilma Rousseff, ungida por Lula apenas medio año antes de ir a las urnas y definida por él mismo como la “madre del crecimiento”, ganó las elecciones de 2010, lo primero que hizo fue prometer que haría una “limpieza” en las cañerías del poder en Brasilia, cada vez más atascadas por la corrupción.

Desde 2005 se venía investigando una red corrupta de compra de votos por parte del PT a diputados para poder sacar adelante propuestas legislativas en el Congreso. El llamado Mensalao también deflagró con Rousseff en ejercicio.

La plana mayor del PT de Lula, incluido su mano derecha, José Dirceu, fueron condenados en 2013 a largas penas de cárcel. La llamada “herencia maldita” del lulismo parecía terminar, pero nada más lejos de la realidad: el Lava Jato -la operación policial que investiga el caso Petrobas-, pero también otros esquemas, todavía por cerrar, como la financiación ilegal en las campañas, golpeó con fuerza el segundo ciclo, encarnado en una Rousseff que tuvo que lidiar, por si fuera poco, con la calle.

Grandes eventos vs protestas

Desde la designación como sede del Mundial de fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016 hasta el fin de la cita olímpica, hace diez días, pasó el mismo tiempo que condicionó la vida del país durante la etapa del PT.

La euforia generalizada del fin de la primera década del siglo se transformó, llegados los eventos, en un clamor de la calle como prácticamente nunca se había visto en Brasil contra el despilfarro. Entendía la sociedad –izquierda y derecha, jóvenes y jubilados- que mientras se atisbaba una crisis todavía sin dimensión no se podía permitir que el Estado gastase cientos de millones en estadios y citas deportivas. La chispa la encendió el aumento del transporte y las manifestaciones se multiplicaron.

Aquel germen, apartidista, derivó en nuevas protestas, pero esta vez teñidas de política anti PT por parte de movimientos de la derecha del arco político. Para el gobierno fue ahí donde se empezó a gestar un golpe contra el gobierno de Rousseff. Para la entonces oposición, hoy en el poder (aún interino) fue el disparador necesario para aumentar la presión en el Congreso sobre un proyecto que se resquebrajaba.

Un legado a medias

La deriva de los acontecimientos en el último año ha aumentado la polarización y, con ella, la disparidad de opiniones sobre el ciclo petista. Baste decir que su mayor aliado, el PMDB, le retiró el apoyo parlamentario y con él se cerró el círculo para acelerar el impeachment, basado en una actuación sobre las cuentas públicas. Pero la sociedad no juzga eso. Ni tampoco los datos en frío.

A ojos del ciudadano de a pie, la supuesta bonanza no siempre conlleva su alegría. Según datos de diciembre de 2015 del IGBE, el instituto de estadística brasileño, la renta se distribuyó en el país como nunca durante los años del PT. El aumento real (con la inflación incluida) para el 10% más pobres fue de un 129%. Para el 10% más rico, un 32%. Y sin embargo, según el instituto Datafolha también de fines de 2015, solo un tercio de los brasileños decía que su vida había mejorado en esos años, mientras que una mayoría decía que estaba igual o peor que en 2004. En resumen, una herencia tan agridulce como el propio devenir del ciclo histórico del PT.