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Detección facial y geolocalización: cómo la tecnología puede tumbar las protestas en China

Hasta hace dos semanas, nadie había querido volver a desafiar al Partido Comunista Chino ni a sus dirigentes. 

3 diciembre, 2022 03:40

Treinta y tres años después de las protestas de Tiananmén y su violenta represión, todos seguimos recordando las escenas de los tanques por las calles y los tiroteos indiscriminados sobre la población indefensa. Se calcula que murieron, solo en Beijing, unas tres mil personas. El número de heridos superaría los diez mil. Es lógico que, desde entonces, y más allá de las movilizaciones puntuales de la secta Falun Gong, nadie haya querido volver a desafiar al Partido Comunista Chino ni a sus dirigentes.

Eso hasta hace dos semanas. El hartazgo frente a la política de “Covid cero” en la que lleva enrocado tres años el gobierno de Xi Jinping y las tragedias provocadas por los excesos -principalmente, el incendio de un edificio en cuarentena en Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang, que provocó diez muertos por la tardanza de los bomberos en llegar a la zona por cuestiones burocráticas- provocó una oleada de pequeñas protestas por todo el país que, de alguna manera, captaban el sentir de una buena parte de la sociedad civil china y amenazaban con ir más allá.

Durante días, se pudo palpar el miedo entre las autoridades chinas. Un miedo atroz a que lo que empezó siendo una demanda de libertad relacionada con el coronavirus derivara en una exigencia de otro tipo de derechos y libertades que chocan de frente con las políticas de Xi, mucho más cerradas y verticales que las de sus predecesores Jiang Zemin y Hu Jintao. Un miedo razonable, también, a que la reacción estuviera llegando demasiado tarde y ya fuera inevitable apelar a una represión de alto grado que manchara la imagen de China como se manchó en junio de 1989.

Cámaras en vez de tanques

Por entonces, dijimos que la solución tenía que partir de una mezcla de zanahoria (tal vez la relajación de algunas medidas o simplemente una bajada dramática de casos que eliminara el problema) y palo (represión policial, poco llamativa, centrada más en individuos concretos que en multitudes). Todo indica a que así está siendo. Aunque el objetivo del “Covid cero” no se ha cuestionado en ningún momento, las autoridades sanitarias sí han dado vueltas y vueltas dialécticas a la posibilidad de agilizar los trámites para conseguir permisos sanitarios y volver cuanto antes a la normalidad. Probablemente, estuvieran intentando ganar tiempo. 

A eso hay que unirle el citado descenso de los contagios: tras el pico del pasado miércoles con más de 70.000 nuevos casos (probablemente producto de recuentos y acumulaciones), el jueves se contabilizaron menos de 35.000 en todo el día. En algunas zonas del país, las medidas pueden levantarse sin que se pueda considerar una señal de debilidad ni una rectificación política. De esa manera, se calman los ánimos entre la población y se vuelve a algo parecido a la normalidad.

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En cualquier caso, el gobierno de Xi ya tenía en marcha un ambicioso programa de represión que no dependía de tanques ni de metralletas, sino de actuaciones quirúrgicas sobre elementos particularmente peligrosos. En su libro “El enemigo conoce el sistema” (Debate, 2019), la escritora y periodista Marta Peirano ya alertaba sobre lo que ella llamaba una “dictadura digital” en el país asiático. Aunque la pandemia ha retrasado su implantación, el objetivo de Xi y su gobierno era establecer un programa de “crédito social” bajo el nombre de “Sesame Credit”.

Esa tecnología ya estaba preparada para, mediante técnicas de reconocimiento facial y geolocalización de dispositivos móviles, se pudiera multar inmediatamente a cualquiera que cometiera un delito, fuera saltarse un semáforo, aparcar en un lugar indebido… o hablar mal del gobierno en una conversación privada. Como si se tratara de un episodio de “Black Mirror”, la idea era ir quitando o sumando puntos a un supuesto carné cívico-político con el objetivo de que “los buenos ciudadanos caminen libres bajo el sol y los malos no puedan dar un paso”.

Innecesaria la violencia

En su libro, Peirano explica: “El sistema de crédito chino depende de más de cuatrocientos millones de cámaras que vigilan permanentemente a la población, todas conectadas a servidores con sistemas de reconocimiento facial en tiempo real (…) cualquier dispositivo chino en cualquier lugar es parte del sistema de vigilancia del Gobierno, incluidos los teléfonos móviles. La nueva ley de Ciberseguridad, aprobada en 2017, reclama soberanía nacional sobre el ciberespacio y obliga a las tecnológicas a vigilar a los usuarios”.

Como decíamos, la pandemia ha retrasado la implantación de este sistema social de puntos, pero ha aumentado la necesidad de esa tecnología con fines represores. Cualquiera que haya ido con su teléfono móvil o cualquier otro dispositivo que pudiera ser geolocalizado a las manifestaciones contra el gobierno está ya en las listas negras de las autoridades. Si ha sido suficientemente listo como para ir “limpio” a las mismas, tendrá que rezar para que ninguna cámara haya captado imágenes de su rostro. En ese caso, también estará fichado.

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Con un control así sobre la población, como informa este viernes la cadena CNN, es fácil frenar en seco cualquier protesta. No es necesario ir detrás de cada uno de los asistentes y reprenderlos. Ya habrá tiempo para ello. De momento, basta con ver quién ha sido más activo en las revueltas y comprobar si hay algún tipo de red de coordinación con otros individuos en otros barrios y ciudades. En ese caso, con detener a los implicados bastará para asestar un golpe definitivo a la movilización.

En ocasiones, ni siquiera la detención es necesaria. Como informa también el New York Times, citando al menos tres ejemplos, con una llamada de la policía puede bastar. “Si hay una próxima vez, creo que mis amigos no irán”, dice Wang, una joven directora de cine, en referencia a las amenazas que han recibido ella y unos cuantos compañeros de manifestación en Beijing. La intimidación concreta es en ocasiones más persuasiva que la violencia masiva y, desde luego, llama mucho menos la atención internacional. Así lo piensa Xi, y muy probablemente tenga razón.