Ana Palacios en su exposición 'Armonía'.

Ana Palacios en su exposición 'Armonía'. Javier Cebollada

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Ana Palacios, la zaragozana que dejó el cine con Ridley Scott para fotografiar animales: "Los santuarios cambiaron mi vida"

Empezó su carrera en el mundo del cine, pero durante un viaje a la India su mirada captó imágenes de las realidades vulnerables y los animales invisibles.

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"Ya verás como cuando salgas de aquí no vas a volver a comer carne", le dijo la coordinadora del santuario Hogar Animal a Ana Palacios cuando llegó allí por primera vez. "Yo pensé: ya, sí, claro, con lo que me gusta el lomo, los nuggets. Pues no he vuelto a comer carne".

La fotógrafa nunca había tenido contacto con el mundo animal. "Ahora mismo tengo 52 años, y tomé conciencia del mundo animal a los 47. O sea, hace 5 minutos", cuenta, sentada en el sofá de su pequeño estudio en Malasaña, recordando su vida antes de que todo cambiara.

Su padre es veterinario, pero se dedicó a la nutrición animal en empresas, y su madre nunca quiso tener animales. Ana creció en Zaragoza y no tenía idea "ni de lo que era una vaca".

"Siempre me han intimidado mucho", confiesa. "No soy de esas personas que, para relajarse, se van al campo. Yo prefiero un chai late en un cibercafé".

Incluso se consideraba la antítesis del universo de los animales. Hasta aquel día en que cruzó las puertas de un santuario y su mirada cambió radicalmente de un instante a otro.

Películas con Ridley Scott y Roman Polanski

Estudió periodismo porque sus padres no le dejaron hacer cine. Pretendían que cursara una carrera universitaria antes de dedicarse a la producción audiovisual. Pero su profunda pasión la llevó a estudiar dos años en Los Ángeles, y regresó para trabajar con Elías Querejeta.

Durante 17 años trabajó en producciones de cine internacional. "Hacía películas con Ridley Scott, Roman Polanski y Jim Jarmusch. Me encargaba de la logística y la gestión".

Siempre que lo cuenta, lo resume de la misma forma: traía tanques de Latvia, jaulas de Egipto para un mercado medieval, telas de India y armaduras de Praga. Organizaba aviones y hoteles para Natalie Portman y Bill Murray.

Una cabra con una pata rota. Fotografía que hace parte del proyecto 'Sanctuaria'.

Una cabra con una pata rota. Fotografía que hace parte del proyecto 'Sanctuaria'. Ana Palacios

"No era un trabajo solo muy alejado de los animales, sino también del periodismo y de lo humanitario, que es donde luego centré mi fotografía". En 2010 se dio cuenta de que el cine ya no le llenaba tanto.

Su segundo amor

La fotografía siempre había sido su segundo amor, y así, con solo una cámara réflex, se fue a India con unas monjas. "Allí descubrí el contexto de pobreza de los países en vías de desarrollo".

Volvió a España con fotos conmovedoras, y todo el mundo quiso ayudar. Ana empezó a conseguir dinero para las misioneras contando historias. "Eso fue lo que me reenganchó al periodismo". Así abrió su pasión hacia la fotografía documental.

Viajó a Tierra Santa para acompañar enfermos; a Burundi, con los pigmeos; a Etiopía, con niñas en riesgo de exclusión; y a África Occidental —Togo, Benín y Gabón— para documentar la esclavitud infantil. Todos sus trabajos estaban siempre vinculados con ONG y fundaciones dedicadas a la cooperación.

Ana Palacios tomando la foto de un caballo en la naturaleza.

Ana Palacios tomando la foto de un caballo en la naturaleza. Ana Palacios

"Me interesa el periodismo de soluciones, donde se busca transformar la vida de una comunidad vulnerada y mejorar sus condiciones". Se enganchó a esa manera de contar las vulneraciones de los derechos humanos, y cambió su vida.

Cuando la vida se detiene

En 2015 dejó definitivamente el cine y se dedicó al cien por cien a la fotografía. Publicó en The Guardian, National Geographic y Al Jazeera. Encontró su espacio y se especializó en las realidades africanas.

Sin embargo, en 2020 llegó el coronavirus. "A nadie le interesaba todo lo que no era covid". Sus exposiciones se detuvieron y ella se quedó con las manos vacías. De repente, surgió la oportunidad de colaborar con la Asociación de Pequeñas y Medianas Fundaciones para ir a un santuario de animales.

"Yo ni siquiera sabía qué era un santuario de animales. Me mandaron a GAIA y al Hogar Animal, los más grandes de Cataluña". Sintió pánico. No sabía qué hacer ni cómo manejar la situación. Tenía miedo de las pulgas de los animales y del campo, ese vasto terreno salvaje donde todo lo "no higiénico" ocurre. Ese era su panorama antes de ir a su primer santuario en septiembre de 2020.

No tenía más opciones profesionales, así que decidió intentarlo. El primer día le preguntaron si era vegetariana, dándolo por hecho. Ante su respuesta negativa, todos la miraron espantados. Cuando salió de allí, sin darse cuenta, su vida había cambiado.

"Ahora los veo como seres sintientes en un plato. Todavía me sorprende haber sido capaz de dar un giro tan radical a mi vida, cuando antes no tenía ningún tipo de conciencia", asegura.

Descomponerse

El santuario tenía animales de granja, perros, gatos y naves enteras con caballos y ponis, todos rescatados del maltrato o el abandono. Ana se dejó sorprender por la actitud de los voluntarios y su capacidad de entregarse en cuerpo y alma para cuidarlos. Todos tenían nombre, apellido y una personalidad definida.

Fotografía parte del proyecto 'Sanctuaria'.

Fotografía parte del proyecto 'Sanctuaria'. Ana Palacios

"Son seres sintientes. Me ponía a acariciar a la cabra, y cuando me iba, ella me llamaba desde el box para que volviera. Aquello me descompuso totalmente". Esas semanas pasadas en GAIA cimentaron sus creencias sobre el mundo animal.

Aunque Ana sufre de anemia, declara que no puede volver a comer carne, no solo porque no quiera, sino porque no puede. "Me da náusea, es como si me estuviera comiendo un trozo de tu brazo".

'Sanctuaria'

Lo que al principio fue un encargo profesional se transformó en un proyecto personal. "Me cambió la vida. Y eso fue solo el principio". Empezó a buscar financiación para poder visitar más santuarios de animales.

Estuvo en Scooby, en Valladolid, y en Edén, en Mallorca, una protectora dirigida por una chica inglesa. Ana hizo fotos antes de que tuviera que cerrar hace unos meses. No contaba con suficientes subvenciones para cuidar a los cincuenta animales que albergaba.

"Hay muchas personas que dejan en su testamento toda su fortuna a los santuarios. Cada vez hay más sensibilidad hacia el universo animal". Así continuó hasta su último trabajo, en febrero de 2025, con Salvando Peludos, gracias a una colaboración con Xiaomi que le permitió pasar un mes con ellos.

Documentó la realidad de una protectora, las condiciones de los animales y las familias adoptantes. Esta semana parte hacia Todos los Caballos del Mundo, un santuario de Málaga, para completar su proyecto fotográfico documental.

Presentó el proyecto en la exposición Armonía, en el Círculo de Bellas Artes (Madrid), y ganó varios premios. "El fin último de mi trabajo es siempre la visibilidad y el impacto social. Para mí es fundamental que no se quede en un cajón, porque si solo quisiera rentabilizarme, volvería al cine".

Ana Palacios encontró su manera de sobrevivir en un mundo hostil haciendo lo que realmente le gusta y que, además, tiene repercusión: ser altavoz de proyectos invisibles y ofrecer una mirada distinta sobre ese lado del mundo que no conocemos.