Maro, el perrito que he rescatado de la calle en Granada.

Maro, el perrito que he rescatado de la calle en Granada. Angelica Rimini

Mascotario

Soy periodista de animales y rescaté a un perro de la calle: esta es la historia que cambió mi mirada para siempre

Era una noche tranquila en Granada cuando al borde de una rotonda apareció un hocico con patas. Mi vida cambió desde aquel día.

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El 26 de julio estaba volviendo de la playa de Maro en Málaga. Miraba la carretera sin poder parar de pensar en uno de los últimos artículos que había escrito, sobre el abandono animal. En 2024, las protectoras recogieron más de 292.000 perros y gatos.

Los números se incrementan fácilmente en los meses de verano, sobre todo en autovías. Tenía los ojos fijos en los bordes de la carretera, preguntándome "¿qué haría si me encontrase a un perro en la calle?", con miedo a que este pensamiento se materializase.

Se lo pregunté a Martín, que estaba a mi lado conduciendo, y estuvimos hablando sobre el tema durante un rato. "Llamaría a una protectora", me dijo él. "Yo también", le respondí. Aunque no lo teníamos del todo claro.

Allí hay algo

Cuando llegamos a Granada pasamos por el polígono industrial de Pulianas para devolver un paddle surf que habíamos alquilado. Ese sitio siempre me ha transmitido malas energías. Muchos coches, una rotonda enorme, complicada, y al lado un descampado bastante descuidado.

Estábamos dentro del coche, íbamos directos a casa, cansados y con sueño, saliendo de esa gran glorieta, cuando lo vi. Apareció de la nada, salió de las hierbas altas del descampado para asomarse a la carretera.

No dudé ni un segundo. Me bajé rápidamente del coche y fui a por él. Era un perro pequeño, pero no me dio tiempo ni a verle la cara porque, en cuanto me acerqué, se dio la vuelta y desapareció de nuevo entre los pastos.

El rescate

Intenté correr detrás de él, pero un barranco me paró el camino. Intenté llamarlo, así como se le llama a un perro sin nombre. Pensaba que lo había perdido, hasta que empecé a escuchar ladridos y aullidos.

La oreja de Maro llena de garrapatas.

La oreja de Maro llena de garrapatas. Angelica Rimini

Me asusté, inmediatamente pensé que algo crítico estaba pasando. Nunca había escuchado gritos tan fuertes. Entré en pánico y sentí que mi cuerpo empezaba a temblar.

Me di la vuelta y rodeé el descampado hacia el otro lado para poder observar desde el frente qué es lo que estaba pasando. Quizás había más perros o alguien le estaba haciendo daño.

Martín aparcó el coche y volvió con los restos de un donut que había sobrado de nuestra merienda para intentar atraer al pequeño. Mientras tanto, desde el otro lado, solo podía ver a algo moverse rápidamente en medio de las hierbas altas.

Lo escuchaba aullar, pero no podía distinguir su figura. Volví al lugar en que había desaparecido e intenté abrirme camino. Martín fue más valiente y sin pensarlo bordeó el barranco y se diluyó, él también, en las hierbas.

Unos minutos después volvió hacia mí con un pequeño peludo en sus brazos. "Es una hembra", me dijo.

Los primeros pasos

La perrita miraba desorientada a su alrededor, pero tranquila. Me la pasó en brazos e inmediatamente notamos su pelo: estaba cubierta de pequeñas cosas redondas que parecían gotas, pero que no se movían, eran duras y estaban agarradas a su piel.

Garrapatas. Tenía bichos por todos lados, el pelo sucio y la cara perdida. Pero en ningún momento opuso resistencia, ni parecía asustada. Nosotros lo estábamos más que ella.

Pensé que lo mejor que debíamos hacer era ir a la tienda de mascotas que estaba allí al lado, a punto de cerrar y preguntar a ellos, que seguramente sabían más que nosotros. Nos dirigimos hacia la puerta y en cuanto la comercial la vio se quedó con los ojos abiertos.

Maro en casa con un juguete.

Maro en casa con un juguete. Angelica Rimini

"¿Y este?", exclamó. Le contamos que lo acabábamos de encontrar y no sabíamos qué hacer. "No hay mucho que podáis hacer ahora. Es sábado por la noche", nos recordó.

Eran ya las 22:00 y todos los comercios estaban a punto de cerrar, si es que no lo habían hecho ya. El domingo ningún veterinario estaría abierto, solo los de urgencia, pero no podíamos abordarlos económicamente.

El polígono de Pulianas

En cuanto entramos en el coche, supimos que el rumbo de nuestra noche había cambiado por completo.

En menos de cinco minutos, la perrita se había quedado dormida en mis brazos. "Probablemente, lleva días, si no semanas, viviendo en la calle. Estará agotada", me explicó Martín. En ese momento no estábamos seguros de nada, solo de una cosa: la habían abandonado.

El polígono industrial de Pulianas, junto al lado del famoso barrio de Almanjáyar, es un típico lugar donde se abandonan perros: al borde de la ciudad, donde todos pasan, pero nadie se queda si no es para ir al cine o al Decathlon.

Y un descampado así de grande, con hierbas tan altas, no deja dudas. La comercial de la tienda de mascotas nos facilitó el número de un hospital veterinario de Granada. "¡Llamadlo! Quizás pueda ayudaros".

Así que cogí el móvil y empecé a teclear los números. Me respondieron en unos segundos y expliqué la situación. Sin embargo, no pudieron hacer nada.

Nos dijeron que no tenían coberturas para casos de abandonos y que la consulta de urgencia nos costaría más de 100 euros. Una cifra que, en ese momento, no estábamos dispuestos a abordar sin saber qué íbamos a hacer con el pequeño animal.

La policía local

Decidimos dirigirnos hacia casa mientras reflexionamos sobre otras opciones. Llamamos a unos amigos de Málaga que fundaron una protectora y les pedimos consejo. "Tenéis que intentar contactar con las protectoras de Granada. Ponedlo en redes sociales".

Maro, la primera noche en casa.

Maro, la primera noche en casa. Angelica Rimini

Y añadieron: "Pero si está lleno de bichos, necesita que lo visiten pronto". Mientras miraba clínicas veterinarias en internet, Martín llamó a su hermano, guardia forestal de la provincia de Málaga.

"La única cosa que hay que hacer ahora es llamar a la policía local de Granada. Ellos tienen el deber de ocuparse de estos casos". Así nos pusimos en contacto con ellos. Les contamos dónde habíamos rescatado a la perra, en qué estado estaba y dónde nos encontrábamos en ese momento.

La responsabilidad del rescate

Sin embargo, solo pudieron informarnos que llamarían al centro de acogida oficial del Ayuntamiento de Granada y ellos nos contactarían de vuelta. La Ley de Bienestar Animal establece que los ayuntamientos son responsables de gestionar la recogida de animales abandonados. La policía únicamente puede comunicar el caso a las autoridades correspondientes.

Aun así, ni Martín ni yo estábamos seguros de cuál era el procedimiento correcto. Los casos de abandono y maltrato son suficientemente graves como para no dejarlos en manos de cualquiera.

Para mí, rescatar a un perro de la calle implica asumir la responsabilidad de asegurar que el animal será llevado a un lugar seguro, no simplemente recogerlo y abandonarlo después.

Sentíamos una mezcla de inseguridad y miedo. La falta de protocolos claros y la mala gestión por parte de las instituciones generan una situación de riesgo constante, que no solo está presente en la calle, sino también en los organismos que, supuestamente, deberían encargarse de estos casos.

Maro

Mientras esperábamos la llamada del centro de recogida, la perrita seguía dormida en mis brazos. Intentamos localizar a varias protectoras de Granada y escribirles por Instagram, pero sin ningún resultado.

Una hora después, nos volvió a llamr la policía: "No podemos hacer nada chicos. No hay nadie ahora que pueda venir a recogerlo. Volverán a llamaros mañana por la mañana". En ese momento nos miramos y supimos qué hacer.

La llevé en brazos hasta la casa. Le preparamos una habitación para que pueda quedarse tranquila, con agua y un poco de comida. En cuanto vio el pienso, lo devoró como si llevara mucho tiempo sin probar bocado, pero lo vomitó de inmediato.

Su estómago estaba hinchado, seguramente por alguna infección, y no podía soportar esa cantidad de comida así de golpe. La pequeña estaba tan cansada que casi no podía moverse.

Se rascaba el cuerpo de manera impulsiva y le dolían las orejas por las cantidades de garrapatas que tenía agarradas a su piel. Le pusimos una toalla en el suelo y se tumbó derrotada.

Fue entonces cuando lo notamos. No era una pequeña, sino un cachorro macho. "Maro", dijimos. Por ahora ese iba a ser su nombre.