Andrea e Ibi posan en la calle Larios de Málaga.

Andrea e Ibi posan en la calle Larios de Málaga. Alba Rosado

Salud

Ibi, la perrita que protege en sus crisis a Andrea, una malagueña diabética: "Me avisa 20 minutos antes de una subida o bajón"

Ibi no es solo una Jack Russell Terrier de cuatro años: es la única perra de asistencia médica adiestrada por la Fundación CANEM en Andalucía y la razón por la que esta joven de 20 años vive con tranquilidad pese a ser asintomática.

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Es suave como un peluche, tiene cuatro añitos y saluda con una alegría contagiosa a todo el que se cruza por las calles del Centro de Málaga, incluida a quien escribe estas líneas. Se llama Ibi y es una Jack Russell Terrier tan divertida como inteligente. No en vano, es la única perrita de la Fundación CANEM en toda Andalucía certificada como “dulce detectora”. ¿Qué significa eso? Que está adiestrada para anticiparse a una hipo o hiperglucemia entre quince y veinte minutos antes de que ocurra, haciendo la vida un poco más segura a una persona diabética.

Esa persona es Andrea Mesa, malagueña de 20 años, a quien Ibi le ha dado una vida nueva. “No entendería mi día a día sin ella. Es mi ángel de la guarda desde la pandemia y me ayuda lo que no está escrito”, confiesa con una sonrisa enorme y unos ojos azules que brillan cuando habla de su mejor amiga.

Andrea estaba a punto de cumplir 14 años cuando la diabetes irrumpió sin avisar. Aquel día de verano iba a disfrutar de la piscina de una amiga, ajena a que unas simples analíticas pendientes iban a poner su mundo del revés. Sus padres aprovecharon que iban de camino al C.C. Plaza Mayor para parar en el Hospital Quirónsalud de Málaga a recoger los resultados en el hospital; unos papeles que, cuando no eres médico, parecen un idioma desconocido.

"Mi padre no solía mirar nunca los resultados antes que el médico, pero ese día le dio por mirarlos. Había una cosa que no cuadraba, la glucosa tenía valores altísimos. Bajamos a la farmacia de mi barrio, la de toda la vida, y allí nos dijeron que tenían que llevarme al hospital", relata Andrea.

Por el camino, Andrea, que era una cría, tenía un pensamiento recurrente: "Soy diabética". Una amiga de la infancia lo era y empezaron a pasarle por la cabeza miles de momentos compartidos con ella, recordando todo lo que tenía que hacer para medirse el azúcar, en qué le influía la diabetes...

En el centro sanitario apenas tardaron unos minutos en confirmarlo: diabetes tipo 1. “Y así, de un día para otro me cambió la vida”, dice. Mientras sus amigas, como adolescentes que eran, iban organizando planes improvisados, como meriendas o quedadas para tomar un helado, Andrea se vio obligada a madurar de golpe y a medir su vida al milímetro. “Puede parecer una tontería, pero tenía que ir siempre con el bolso, que no estaba acostumbrada, para meter la insulina, agujas, algo de azúcar", resume.

Andrea e Ibi se han convertido en mejores amigas.

Andrea e Ibi se han convertido en mejores amigas. A.R.

Con el tiempo, lo que más la inquietó no fue la nueva rutina, a la que se acostumbró; sino la palabra que llegó después: era asintomática. Andrea rara vez nota cuando el azúcar se le desploma o se dispara. “A veces me pongo muy tonta, me río por nada, me pesa el cuerpo… pero la mayoría de veces no noto nada. Y eso es muy peligroso”, cuenta.

Los sensores tampoco ayudaban. “Fallaban muchísimo”, admite. Ahora lleva una bomba de insulina conectada a un Dexcom, que le administra pequeñas dosis automáticamente. “Es mejor, pero sigue habiendo fallos. Es lo que tiene la tecnología, nada es totalmente preciso”, asevera.

Para alguien que no percibe sus propias bajadas, cualquier error puede convertirse en riesgo. Y ahí aparece Ibi. Si para Andrea fue dura la llegada de la diabetes, más lo fue para sus padres, que no dormían prácticamente haciendo guardia para ver si Andrea estaba bien mientras descansaba. "Por mucho que la máquina me avisara de un desnivel, yo tengo el problema de que no me entero de nada. Así que ellos, pese a que trabajaban al día siguiente, ahí estaban pendientes de mí", recuerda.

Entendían que un diagnóstico así no era fácil para una niña de su edad, así que se pusieron a buscar posibles iniciativas que pudieran hacerle la vida un poquito más sencilla. Buceando por las redes sociales encontraron la Fundación CANEM.

Tras ella, un equipo especializado en la selección, educación y adiestramiento de perros detectores para personas con diabetes tipo 1 o epilepsia. Su objetivo es anticiparse a las crisis provocadas por estas patologías. Con mucho mimo adiestran a perros para que sean capaces de identificar la sustancia específica que una persona emite minutos antes de una hipo e hiperglucemia (diabetes) o de una crisis de desconexión sensorial (epilepsia). Han adiestrado más de 250 perros en una década.

Además, forman a los usuarios que acceden a sus servicios para que sepan manejar e interpretar los marcajes del perro, pudiendo tomar medidas que minimicen el riesgo desencadenado por estas crisis. Todos los perros con los que trabajan son de la raza Jack Russell Terrier por tres razones: suelen ser perros muy sanos, tienen un tamaño muy práctico y, además, son muy activos.

Los padres de Andrea lo tuvieron claro. La chica siempre les había pedido un perro, era la ilusión de su vida, y parece que tuvo que llegar la diabetes para que un peludo de cuatro patas llegara a casa. Llamaron a la fundación e hicieron una primera videollamada.

A través de ella, la fundación examina a la familia con la que estará el perro, para asegurar que él también estará bien, y les aportan toda la información sobre el proceso. Aceptaron. Todo lo que fuera mejorar la calidad de vida de su hija no generaba duda en ellos.

La pandemia retrasó la entrega de la perrita casi dos años. Tras tomarle unas muestras a Andrea, la pequeña Ibi estuvo yendo, en palabras de Andrea, "al colegio" durante sus primeros seis meses de vida para entrenar su sensibilidad olfativa y conocer el olor que desprende Andrea veinte minutos antes de cada subida o bajada de azúcar. "Durante ese tiempo estaba con una familia de acogida", sostiene.

El día que ambas se conocieron.

El día que ambas se conocieron. Cedida

"Viven en casas de familias voluntarias de Zaragoza que no tienen casos de epilepsia ni de diabetes. Traen a los perros por la mañana, como si fueran al colegio, y trabajamos en su olfato enseñándoles las sustancias que segregan las personas con diabetes: el isopreno y los cuerpos cetónicos", explicaba en 2023 en EL ESPAÑOL Lidia Nicuesa, psicopedagoga responsable del proyecto Perros de Alerta en la Fundación CANEM.

"Paco y Lidia, los responsables de CANEM, son un encanto. Después de pasar tantos años, siguen haciéndonos seguimientos por si necesitamos algo y para preguntar por Ibi; creo que ha sido la mejor decisión de nuestras vidas", dice. Desde que llegó a casa, Ibi ladra mirando a Andrea cuando detecta que algo va mal en su nivel de glucosa. "Recuerdo el día que la recogimos como si fuera ayer, fue precioso. Al principio, la pobre fallaba un poquito porque estaba en proceso de adaptación en la casa, es muy nerviosa. Ahora no se le pasa una. O me ladra, o a veces también llora; nosotras nos entendemos como nadie", añade.

Su premio es siempre su comida. Le encanta comer, y más cuando la recompensa es un pedacito de jamón o de queso, su pasión. "Si trabaja bien, le damos un regalo en forma de pienso o de la comida que sea. Igual que nosotros trabajamos por un sueldo", dice entre risas Andrea, que añade que su perrita es totalmente normal que el resto: duerme, juega y se pasea como cualquier otro can. "No tiene ningún cuidado diferente, aunque es cierto que suelo cuidar mucho la limpieza de su hocico y patas a la vuelta de cada paseo", indica.

Sí que es cierto que es un perro que 'trabaja' de día. Por la noche le toca descansar, pero no es la primera vez que su madre ha detectado que Ibi empieza a hacer ruidos incluso dormida, de madrugada, cuando detecta que a Andrea le está subiendo o bajando el azúcar. Pero lo hace de manera totalmente inconsciente.

Una imagen de Andrea e Ibi por calle Larios.

Una imagen de Andrea e Ibi por calle Larios. Alba Rosado

Una de las intervenciones de Ibi que más recuerda Andrea ocurrió en su cuarto. Andrea estaba sentada, tranquila. “Cuando tengo la azúcar muy baja me pongo muy pavita, me río por nada, me pesa mucho el cuerpo… pero como estaba sentada, ni lo notaba”, explica. Ibi se plantó delante. Y empezó a ladrar. Andrea miró el sensor: marcaba 80. “Le dije: ‘Ibi, que está en 80’. Pero ella no paraba”. Dos o tres minutos después, decidió hacerse una nueva medición de manera manual. Tenía 32.

“El mínimo es 80, y 80 ya es bajito. Con 32 te puedes desmayar. Si no llego a tenerla, me quedo ahí”, reconoce. Desde entonces, no necesita pensarlo demasiado cuando alguien le pregunta qué significa Ibi para ella. “Creo que prefiero a mi perro antes que a muchas personas. Ibi me da lealtad, cariño… y me salva la vida. ¿Qué más quiero?”, dice.

La vida con un perro de alerta no siempre es agradable. A veces es frustrante y provoca enfados. Y no por culpa del animal, sino del mundo que le rodea. Aunque las normativas de determinados espacios suelen reconocer a los perros de alerta médica y permiten su acceso (dependen de las autonomías), Andrea ha sufrido episodios que califica de humillantes.

Uno de ellos se hizo viral en TikTok: en 2023, un vigilante del metro de Málaga le exigió que bajara del vagón por ir con Ibi. “Le dije que Ibi era un perro de asistencia, que llevaba la documentación. De hecho, siempre la llevo en el bolso. Pues no quiso ni mirarla”. Andrea se bajó en la siguiente parada y se volvió a casa andando, muy indignada. "Tengo que decir que siempre monto en metro y no me he vuelto a topar con esta persona. No he tenido más problema y a él no lo he vuelto a ver más, por algo será, yo creo que el hombre tenía un muy mal día", confiesa entre risas.

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Pero si hay algo que le da coraje es escuchar a gente decir qué pinta Ibi en determinados espacios cuando ven que no es ciega, por ejemplo. "Ibi siempre lleva un peto donde dice claro que es una perra de alerta médica, no entiendo qué es lo difícil de entender”, asevera.

Pese a lo responsable que es en su trabajo con Andrea, Ibi es una "fiestera". Cuando Andrea la lleva con sus amigos, todos le dan juego y es una más del grupo. "Con mis amigos tengo que reconocer que he tenido muchísima suerte. Siempre se han preocupado por mí desde el principio y si me encuentro algo débil no dudan en proponerme otro plan que me apetezca más", expresa.

Andrea terminó este mismo año un grado superior de Laboratorio Clínico y Biomédico y ahora está haciendo Higiene Bucodental. Le encantaría ser enfermera para "ayudar a los demás", aunque reconoce que la nota está complicada. Quizá más adelante. "Todo lo relativo a la Biología me vuelve loca. Se me ha dado siempre bien", expresa.

Durante la entrevista, Andrea no para de dar mimos a Ibi, a la que acaricia y llena de palabras bonitas a cada rato. “Lloro, literalmente lloro, cuando veo que han abandonado un perro. No entiendo cómo pueden hacerlo. Con todo lo que hacen para ayudar… es que no lo entiendo”, zanja, al borde del llanto y con la mirada vidriosa.