Marina Andrade, en una foto durante la pandemia.

Marina Andrade, en una foto durante la pandemia. Cedida por la trabajadora.

Salud

El relato de una enfermera malagueña 5 años después del Covid: "El mundo ha olvidado lo que pasó, pero nosotros no"

Marina Andrade reconoce que 2020 ha sido uno de los años más difíciles de su carrera profesional y que cinco años después "seguimos necesitando más manos, más recursos, mejores condiciones".

Publicada

Hace cinco años, un día como hoy, usted estaba sentado en su salón pensando en qué iba a ser del mundo. El estado de alarma se acababa de decretar, no había existencia de mascarillas, las empresas optaron por el teletrabajo y los niños no iban a clase. Todo era una gran incógnita para los afortunados que no estaban en lo hospitales, donde miles de personas se debatían entre la vida y la muerte intubados en una cama luchando conta un virus que era un gran desconocido, aunque ahora ya casi lo hayamos olvidado.

Parece de película, pero no lo fue. Fue muy real para todos, pero sobre todo para todos aquellos que estuvieron en la primera línea de batalla, trabajadores que tuvieron que dar el callo durante unos meses muy difíciles poniendo por delante su piel profesional ante la personal aunque el miedo les comiera por dentro, como es el caso de todos los que forman el sistema sanitario. 

Marina Andrade, enfermera malagueña de urgencias pediátricas, fue una de esas trabajadoras que durante semanas estuvieron gran parte de su tiempo trabajando, sin casi pisar la casa, en una etapa marcada por "la incertidumbre, el miedo y el cansancio extremo".

"No fuimos conscientes del riesgo real hasta que pasaron varias semanas. Aunque decían que los niños no contagiaban y yo trabajo con ellos, en mi unidad acabamos pasándolo todos", cuenta Marina a EL ESPAÑOL de Málaga

Desde su punto de vista, el sistema sanitario, ya sobrecargado antes de la pandemia, se vio completamente desbordado. "Si ya faltaban manos antes, cuando llegó el virus nos vimos obligados a doblar turnos. Tuvimos que organizar dos circuitos de asistencia, una zona sucia y otra limpia, así que prácticamente pasábamos el día entero allí", relata.

Los primeros meses para ellos fueron un ejercicio constante de improvisación. "Reciclábamos material porque no teníamos apenas mascarillas FFP2 ni EPIs. Al principio, íbamos como podíamos, y fue gracias a los bomberos que conseguimos las primeras pantallas protectoras. A partir de ahí, nos las arreglábamos como podíamos", recuerda.

Mientras gran parte de la población vivía encerrada en casa, Marina y sus compañeros apenas podían pararse a pensar en lo que pasaba fuera. "Recuerdo a mis amigas diciéndome lo mal que lo llevaban encerradas, pero nosotros no teníamos ni tiempo de darnos cuenta de que el mundo estaba confinado. Solo al salir del hospital y ver las calles vacías caías en la cuenta de la magnitud de lo que estábamos viviendo".

También guarda en la memoria momentos que, incluso en mitad de la tormenta, daban algo de aliento. "Cada tarde salíamos a la puerta del hospital a ver cómo la gente nos aplaudía y nos daba ánimos. Unos chicos incluso nos pintaron una pancarta con un arcoíris. Eso nos hacía sentir que no estábamos solos, que todos luchábamos juntos".

Marina Andrade, en una fotografía de la pandemia.

Marina Andrade, en una fotografía de la pandemia.

Sin embargo, la pandemia no terminó con el confinamiento. "Fue largo, muy largo. La gente empezó a recuperar su vida, pero los hospitales seguían saturados. Yo tenía una niña de dos años que me esperaba en casa, y a la que tuve que apartar un poco porque el mundo nos necesitaba. Fue muy duro", confiesa.

Marina también tuvo que vivir un momento tan importante como dar a luz en plena pandemia, con todas las restricciones que aún seguían en pie. "Un año después... me tocó parir con la famosa mascarilla puesta", dice con una sonrisa amarga.

Hoy, al mirar atrás, la sensación que le queda es agridulce. "Después de todo lo que vivimos, tengo la sensación de fracaso. Hemos luchado mucho, pero las cosas no han cambiado tanto como deberían. Seguimos necesitando más manos, más recursos, mejores condiciones. Y a veces parece que el mundo ha olvidado lo que pasó. Pero nosotros, los que estuvimos allí, no lo hemos olvidado", concluye.

Su testimonio, como el de tantos otros sanitarios, es una llamada a la memoria colectiva un lustro después de unos días que han marcado a toda una generación. Porque, aunque la vida siga, hay heridas que tardan en cerrarse.