Mientras España sigue debatiéndose entre exhumaciones simbólicas y aniversarios de la Transición, la verdadera revolución —la que ha cambiado la vida de todos, sin distinción de ideología ni generación— cumple cuarenta años. Hablo, claro, de Internet.

Cuatro décadas desde aquel día en que el Departamento de Defensa de EE. UU. apagó el viejo NCP y encendió el TCP/IP en ARPANET. El “flag day” que transformó un experimento militar en la columna vertebral de la sociedad digital.

Yo tenía nueve años. Iba a un cole público, la EGB, y en Málaga, Fujitsu ya fabricaba módems y conmutadores de paquetes. Telefónica I+D era referencia europea en digitalización con el proyecto colaborativo Tesis B. España, aunque no lo parezca, estaba en la foto.

IBM era el NVIDIA de entonces, y Madrid, Barcelona, Málaga o Valencia recibían a gigantes como Fujitsu, IBM, Alcatel, Ericsson, Siemens, Philips, Sony, Sanyo, Sharp o Lucent, atraídos por una industria local que hoy apenas recordamos: Fagor, Televés, Amper, Indra, Premo, Teltronic, Teldat, Eliop, Cerler, Arteixo Telecom…

El milagro no fue solo técnico: ganó lo abierto frente a lo propietario. TCP/IP triunfó porque permitió que máquinas y redes distintas hablaran el mismo idioma, gratis y sin peajes. El DoD impuso el estándar y, de paso, redujo la “torre de Babel” de protocolos incompatibles que reinaba en los setenta y ochenta.

La conclusión es sencilla: cuando el estándar es abierto y barato, gana. IBM no lo supo ver. Cisco, la reina de los routers TCP/IP, llegó a ser la empresa más valiosa del mundo en 2000, antes de que la burbuja punto com la devolviera a la realidad. Internet sería mucho más que hardware: era una disrupción que aún no hemos terminado de medir.

La fibra: el esqueleto invisible

Internet no vive en “la nube”, sino en hilos de vidrio que cruzan océanos y países. Más del 95% del tráfico internacional viaja por cables submarinos. En 2024 había más de 600 sistemas activos o planificados, con capacidades que superan los centenares de terabits por segundo.

España, aunque nos cueste reconocerlo, es líder europeo en fibra: el 83% de las líneas de banda ancha fija son FTTH, con 15 millones de accesos activos y cobertura en municipios de menos de 100.000 habitantes. Apagamos el cobre y normalizamos velocidades de 100 Mb/s. Nos quejamos mucho, pero lideramos la conectividad en la UE.

La evidencia es clara: donde llega la fibra y el 5G, florecen sensores, plataformas y productividad. Donde no, la logística y la ineficiencia penalizan márgenes y tiempos. Durante la pandemia, la calidad del acceso en el hogar se tradujo en productividad y bienestar. En países en desarrollo, el acceso a Internet ha supuesto saltos en empleo, comercio y competitividad.

Internet ha desmaterializado la banca. España presume de una de las experiencias digitales más maduras del mundo. Recuerdo cuando se intervino Rumasa, dueña del Banco Atlántico o cuando Conde entró en Banesto. La banca era un ámbito cerrado a unos pocos.

Hoy el CEO de Santander España, que creo ha sido un acierto, viene de ING, de la banca digital, de los nuevos modelos. El caso de ING en España, que revolucionó el sector con su modelo 100% digital, es paradigmático. PSD2, APIs y pagos instantáneos han convertido los datos en el nuevo combustible financiero.

Hoy Revolut viene empujando fuerte. Y hasta los sectores más conservadores se reinventan a gran velocidad. Las tecnológicas compiten por el pastel, empujando a los bancos a integrarse con plataformas y a construir capacidades de tiempo real. El que no se digitaliza, se queda atrás.

En la industria, la digitalización es ya cuestión de supervivencia. Empresas como Gestamp, líder mundial en componentes para automoción, han apostado por la fabricación inteligente, el IoT y la robotización.

Premo, desde Málaga, ha sido pionera en sensores y componentes electrónicos para la industria global, con plantas robotizadas en Asia y Marruecos. Indra, gigante tecnológico español, ha desarrollado soluciones de ciberseguridad, defensa y transformación digital para gobiernos y empresas de todo el mundo. GMV, desde Madrid, es referente en software espacial y sistemas de navegación, colaborando con la Agencia Espacial Europea y la NASA.

Hace cinco años, en mi empresa, propusimos instalar cientos de robots colaborativos y migrar hacia una dark factory. Hoy, quien no digitaliza su fábrica, simplemente desaparece. El ejemplo de Cosentino, desde Almería, que ha convertido la piedra en un producto inteligente y conectado, exportando a más de 100 países, es otro caso de éxito. Técnicas Reunidas, en ingeniería y energía, ha digitalizado sus procesos para competir en proyectos internacionales de gran escala.

En ciencia, la colaboración en tiempo real, los repositorios abiertos y la publicación acelerada han reducido la latencia del conocimiento. Durante la pandemia, equipos distribuidos compartieron datos y publicaron hallazgos casi a la velocidad del virus. La telemedicina, los wearables y la IA médica han salvado la continuidad asistencial y mejorado la calidad de vida. El Hospital Clínic de Barcelona y el Vall d’Hebron han sido pioneros en telemedicina y big data sanitario, mientras startups como Mediktor y Savana exportan inteligencia artificial médica desde España al mundo.

Cinco mil millones de personas conectadas. Facebook, YouTube, TikTok, X… La economía de creadores es un mercado propio. Las movilizaciones sociales —Primavera Árabe, #MeToo, BLM— demuestran que la red es también plaza pública. Pero el reverso existe: burbujas informativas, polarización, salud mental, acceso de menores a contenidos inadecuados, industrialización de la desinformación.

La IA generativa, popularizada por ChatGPT en 2022, ha convertido texto, imagen, código y audio en commodities cognitivos. El potencial económico es brutal, pero el debate ético —desinformación, propiedad intelectual, sesgo, desplazamiento laboral— apenas ha comenzado.

Empresas como Sherpa.ai, desde Bilbao, compiten en el desarrollo de asistentes inteligentes y algoritmos de IA. Carto, nacida en Madrid, es líder mundial en análisis geoespacial y big data, con clientes en los cinco continentes. Wallbox (AC) y Floox (DC), desde Barcelona, han revolucionado la movilidad eléctrica con cargadores inteligentes conectados a la nube.

Nada de esto existiría sin chips. La Ley de Moore, aunque ralentizada, sigue viva gracias al packaging 3D, chiplets y arquitecturas especializadas. Entre 2012 y 2022, las ventas globales de semiconductores se duplicaron hasta 602.000 millones de dólares. La política industrial de las grandes economías se ha reorientado para asegurar suministro y capacidad.

En España, hemos dado pasos, pero necesitamos acción conjunta entre universidades e industria. El ejemplo de BQ, que llegó a fabricar smartphones y componentes en España, y de empresas como Ficosa, líder en electrónica para automoción, muestran que el talento y la capacidad existen, pero requieren visión y apoyo estratégico.

Los desafíos que vienen

  1. Dominio geopolítico de China: China avanza en datos, 5G, IA y ecosistemas completos. Su estrategia full stack busca autonomía y resiliencia. Occidente responde con CHIPS Act, restricciones y alianzas. El riesgo: la fragmentación de Internet en bloques incompatibles.

  2. Escasez crítica de talento: La demanda supera a la oferta en semiconductores, ciberseguridad, datos e IA. Inflación salarial, deslocalización y automatización. La política industrial y educativa debe coordinarse para no convertir la escasez en freno estructural. La fuga de cerebros y la falta de vocaciones STEM siguen siendo un reto.

  3. Abandono de los principios fundacionales: Apertura, descentralización, neutralidad, interoperabilidad… están bajo presión. Concentración oligopolista, APIs propietarias, patentes agresivas, jardines vallados. Defender Linux, RISCV y los modelos abiertos no es nostalgia: es ventaja competitiva.

  4. Sostenibilidad ambiental: Datacenters e infraestructura de red consumen del 1% al 2% de la electricidad global y grandes volúmenes de agua. La hoja de ruta: renovables, chips de baja potencia, economía circular y algoritmos eficientes. Acciona y Iberdrola lideran la transición energética y la digitalización de las redes eléctricas, integrando inteligencia artificial y big data para optimizar el consumo y la producción.

  5. Ciberseguridad y resiliencia: Amenazas crecientes en frecuencia y sofisticación. La receta: backups robustos, detección basada en técnicas ATT\&CK, ejercicios continuos y compartición de inteligencia. La seguridad ya no es un gasto: es la puerta que mantiene la casa en pie. Innovasur, Hispasec, SIRT, S21sec, Ravenloop, Entelgy Innotec Security, son referentes en ciberseguridad y protección de infraestructuras críticas.

Internet es un milagro de acuerdos que la avaricia y la geopolítica puede fracturar. Protocolos abiertos, cables compartidos, chips cada vez más finos y software que cualquiera puede mejorar. Si queremos otros 40 años igual de buenos, cuidemos el código abierto, invirtamos en semiconductores y formemos talento.

Y tengamos claro que la seguridad ya no es opcional: es la condición para que todo lo demás funcione. El sueño de una humanidad interconectada puede acabar en pesadilla. Cuidado con el utilitarismo, el materialismo y el individualismo. Progreso compartido y bien común, ahí están las claves.

España tiene empresas que han demostrado que se puede competir y liderar en la economía digital. El reto es no perder el tren, apostar por la colaboración, la innovación y el talento, y no conformarnos con ser usuarios: debemos ser creadores y protagonistas del futuro digital.