Cuando la auto-percepción desafía a la razón
La cafetería estaba tranquila aquella mañana de otoño. En la mesa del fondo, un hombre de unos cincuenta años hojeaba un periódico mientras tomaba tranquilamente su café. Vestía camisa blanca y gafas de pasta gruesa. A su lado, un joven de rostro afable y pálido, sostenía una conversación con la camarera: “No entiendo por qué no me aceptan”, decía. “Me siento afroamericano desde que era niño. Amo su cultura, su historia, su música. No veo por qué no puedo serlo”.
La camarera, desconcertada, no respondió. El hombre del periódico, que había escuchado la conversación, cerró su diario con calma y pensó: Qué complejo se ha vuelto todo…
Vivimos en una época en la que la percepción personal ha ganado terreno frente a la evidencia objetiva. Lo que antes se resolvía con una verificación empírica o documental, hoy parece que puede ser rebatido con una frase: “yo me percibo así”. ¿Qué ocurre si un hombre blanco asegura auto-percibirse afroamericano? ¿O si alguien de 60 años afirma auto-percibirse de 11? La sociedad, en general, no lo valida. Ni jurídica ni científicamente. Y, sin embargo, cuando se trata del sexo biológico, muchos países han abierto la puerta a que la auto-percepción prevalezca sobre la biología.
La auto-percepción como frontera difusa
Imaginemos el caso de una joven que, pesando 45 kilos, se percibe como obesa. Al mirarse al espejo, no ve su realidad, sino una imagen distorsionada que le impide comer, que la empuja a hábitos destructivos. ¿Qué haríamos como sociedad? ¿Afirmaríamos su percepción? ¿La apoyaríamos en su deseo de adelgazar aún más? No. Porque sabemos que su percepción es el síntoma, no la verdad. Lo que necesita ayuda, no afirmación.
Y, sin embargo, cuando alguien se percibe como miembro de otro sexo, parte de la sociedad ha decidido que esa percepción debe ser tratada como una realidad inapelable. Esta doble vara de medir nos plantea preguntas esenciales: ¿Por qué validamos unas percepciones y rechazamos otras? ¿Dónde trazamos la línea entre el respeto a la identidad personal y el riesgo de construir una realidad paralela?
La ciencia, por su parte, es clara: el sexo biológico es binario en la mayoría de los casos. Existen excepciones raras por condiciones genéticas específicas, pero afirmar que el sexo puede elegirse libremente por percepción no encuentra sustento científico. En términos prácticos, la medicina sigue dividiendo sus especialidades: uno acude al urólogo o al ginecólogo, pero no hay una tercera opción basada únicamente en cómo uno se auto-percibe.
Política, identidad y confusión
El debate, por tanto, no es científico, es profundamente político. Algunos movimientos ideológicos han encontrado en la auto-percepción una poderosa herramienta para redefinir conceptos básicos de identidad, derechos y legislación. Y, en consecuencia, han generado un nuevo campo de batalla cultural, donde cuestionar ciertas premisas puede ser tachado de intolerancia o de odio. Un nuevo tema para dividir a la sociedad en lugar de unirla… ¿A qué corriente política le interesa esto?
Pero la democracia y el pensamiento crítico exigen espacio para el debate, sin miedo. Proteger los derechos de todas las personas no implica abandonar el sentido común. Es perfectamente posible respetar la dignidad y la libertad de quienes experimentan inconformidad con su identidad de género sin que eso nos obligue a aceptar afirmaciones que contradicen la evidencia objetiva o que podrían tener efectos perjudiciales en ámbitos como el deporte, la seguridad, el trabajo o la medicina.
El derecho a pensar sin miedo
Quizá el problema no sea la auto-percepción, sino lo que hacemos con ella. Todos tenemos derecho a sentirnos únicos, distintos, incluso incomprendidos. Pero el Estado, las leyes y la sociedad no pueden funcionar solo en base a percepciones. Necesitan anclas: datos, evidencias, límites que permitan convivir con justicia y racionalidad.
El anciano de la cafetería volvió a abrir su periódico. En la página de opinión alguien hablaba de realidades alternativas, de identidades fluidas y de nuevos derechos. Él suspiró y pensó: “Está bien soñar, pero no construyamos las leyes del mañana sobre nubes. Las nubes no sostienen edificios”.
Afortunadamente, la ciencia, incluso en sus debates más complejos, exige siempre una base de evidencia científica para validar cualquier hipótesis. ¿Por qué, entonces, los políticos no exigen esa misma evidencia cuando promueven ideas que afectan al conjunto de la sociedad? ¿Será que, para algunos, la percepción vale más que la verdad… si a cambio llegan más votos?
Y tú, ¿qué opinas? ¿Crees que la percepción personal debe tener más peso que la realidad objetiva? ¿Estás dispuesto a renunciar al sentido común a cambio de discursos que solo buscan simpatías electorales?