Hace 140 millones de años se produjo uno de los hechos evolutivos más importantes en la historia de la vida en el planeta, y en concreto de las plantas. Algo tan aparentemente nimio como envolver la semilla en el interior del fruto, a la vez que diseñar una arquitectura floral en la que diferenciar órganos sirvientes para la protección, la polinización y la dispersión, tuvo un éxito inmediato. A partir del prodigioso prototipo que diseñó Amborella, la Eva de las plantas con flores, surgieron rápidamente toda la diversidad que hoy conocemos, desde la compleja estructura floral de la pasionaria hasta la simple pero efectiva del trigo. Tan espectacular evento de la evolución llevó a Darwin en su descubrimiento a bautizarlo como el Abominable Misterio.

A partir de ahí en todas las líneas evolutivas se repitieron estrategias de supervivencia, de las cuales también podemos obtener extraordinarias lecciones de conductas sociales. Así, la estrategia de la amapola o de los terófitos, consiste en aparecer engalanada en medio del dulce escenario de la primavera, adornando prados y trigales para destacar mayestática en ellos. Pero su belleza es tan efímera como volátil. De forma rápida produce y disemina sus simientes, mientras ella languidece hasta desintegrarse totalmente, cayendo en un sueño eterno de la que es símbolo.

La estrategia del azafrán, o de los geófitos, es bien distinta. Su vida está relegada al subsuelo, en donde unos bulbos acopian de manera codiciosa reservas que se encargan de producir unas imperceptibles hojas. Cuando la marchitez del otoño cubre de cobre los montes y valles, entonces es cuando lucen unas esplendorosas flores cuyo color violáceo nos anuncia el decadente invierno que pronto vendrá.

Mas tímidas y retraídas son las que siguen la conducta del diente de león, o de los hemicriptófitos. Se mantienen casi ocultas, colocando sus yemas a ras de suelo, como un ojo en la mirilla que espera a que las condiciones sean las idóneas para salir a escena. Entonces será cuando emerjan sus flores, en una actuación que no conlleva riesgos.

Pero en nuestra excepcional naturaleza mediterránea, tan diversa como sometida a extremos, la estrategia dominante es la de la genista, la de los caméfitos. Desde las áridas tierras desérticas hasta las altas cumbres de las cordilleras, sólo cabe sobrevivir afrontando la adversidad. Lejos de la temeridad es valentía generar sus flores, cromadas en toda la gama de amarillos que Van Gogh hubiese soñado en sus cuadros, entre el suelo y ese medio metro en el que las condiciones se hacen aun más extremas cuando se superponen cuatro estaciones tan distintas.

Pero el gran logro de la evolución de plantas con flores ha sido la conquista del cielo. La estrategia del alcornoque, fanerofítica o de los árboles en general, se extiende a cerca de 60.000 especies, y su éxito estriba en conseguir colocar sus formas de provisión, las hojas, y sus formas de multiplicación, las flores y los frutos, tan alto como sea posible. Pero para alcanzar la altura lo más importante es tener bien asentados los pies en el suelo, tener unas buenas raíces.

Es fácil identificar a los que nos rodean con algunas de estas estrategias. Seguro que cuando lo logre verá cuan acertada es la Naturaleza.