Un montaje con el equipo.
Francisco, el salvadoreño que ha devuelto la vida a la tetería Kinyeti de Málaga: “No podía permitir que se perdiera"
El empresario subraya que aunque ha sido una semana de locura para ponerla en marcha de nuevo tras su cierre, todo ha sido más sencillo con la colaboración del equipo, pues ha mantenido a los mismos trabajadores. "El sabor es el mismo", dice.
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Durante once días, la tetería Kinyeti, uno de esos rincones en extinción en Málaga que aún huelen a barrio y transmiten tranquilidad, ha permanecido totalmente cerrada a cal y canto. Tras 25 años de historia, su cierre el 1 de noviembre dejó a muchos con la sensación de haber perdido algo "de siempre", donde tuvieron sus primeras citas y reuniones con amigos. Pero un empresario ha querido que el punto y final de Jaime Jiménez, el anterior dueño, se convirtiera en un punto y seguido. Y todo para que Málaga no se quedara sin una de sus teterías.
Se llama Francisco Torres, es salvadoreño y llegó a Málaga hace 22 años de vacaciones. Se enamoró tanto de la ciudad, que nunca volvió. Se quedó con lo puesto para hacer aquí una nueva vida. "Llevo aquí media vida, sí", dice, aunque su acento al otro lado del teléfono derrocha corazón latino.
“En Latinoamérica no tenemos la seguridad que hay aquí. Me sorprendió ver a los jóvenes por la calle, tranquilos, con sus móviles, sin miedo. Pensé: aquí mi hijo puede tener un futuro mejor. Y me quedé. No volví más”, expresa, consciente de que no cualquiera podría haber dado un salto en su vida de esas características.
Pasó 14 años como encargado de 16 tiendas de una cadena de souvenirs en Málaga. Un trabajo estable que le ayudó a asentarse en España, pero que define como agotador: “Muchísimas horas, muchísimas personas a cargo... Y llega un momento en el que te quemas”, expresa.
Al terminar esa etapa, se tomó un año sabático. Después, abrió Artesanía de la India, una tienda esotérica en la calle La Unión que hoy es su otro pequeño proyecto de barrio. Y ahora, casi sin buscarlo, ha sumado un segundo, Kinyeti, una tetería a la que solía acudir a menudo y que era uno de sus rincones favoritos de la ciudad.
Iba “prácticamente todos los días”, dice entre risas. Allí conoció a Yuli, que lideraba a la plantilla, y a ese ambiente tranquilo que convertía el local de Mauricio Moro en una pequeña burbuja de relax en mitad de la ciudad. “Cuando mi compañera, que fue a por un té, me dijo que habían puesto el cartel de cierre definitivo, sentí algo raro. Era como una pena. Pensé: voy a llamar a Jaime, a ver qué podemos hacer”, recuerda.
Logró ponerse en contacto con él y aquello fue el comienzo de una nueva 'locura' de emprendimiento. Al principio, la idea era mudarse a otro local, pero con el proyecto de Kinyeti tal y como se conocía. “No teníamos opción de quedarnos donde siempre había estado Kinyeti”, explica. Pero Jaime movió hilos, habló con la propietaria y surgió la oportunidad: conservar el espacio original. El corazón del proyecto.
A partir de ahí, llegó una semana de mucho trabajo, trámites y decisiones que desembocaron en una reapertura que nadie esperaba. Una de las condiciones que Francisco puso desde el primer minuto fue clara: el equipo, sobre todo el de la cocina, debía permanecer intacto. “Si cambias el sabor, cambias la esencia”, explica con rotundidad.
Por ello, la carta es la misma; las recetas también. Todo sigue intacto, salvo algunos detalles de decoración, y los clientes que han ido a apoyarles en sus primeros días ya han comprobado que el olor a té y sus favoritos “de siempre” siguen ahí, como si nada hubiera ocurrido. “Lo importante es mantener la tranquilidad y el buen trato que la gente venía a buscar aquí”, añade.
El cierre de negocios históricos es una herida abierta en Málaga. Lo sabe Francisco y lo siente. Por eso cree que su gesto va más allá de un simple traspaso. “Cuando tienes un alquiler, te mata, y muchos negocios de barrio están cayendo por eso”, lamenta. Cita a Ultramarinos Zoilo, como ejemplo de resistencia familiar en Málaga, y le entristece la inminente despedida de la tetería de San Agustín, el próximo 31 de diciembre.
"Zoilo ha podido sobrevivir como negocio porque es un negocio pequeñito, pero familiar. Tienen sus locales con una identidad instaurada. Pero cuando tienes un alquiler que te ahoga, es imposible. Yo no quería que Kinyeti se cerrara porque es que se iba a perder una de las pocas teterías que queda en Málaga. En el centro apenas quedan un par árabes y para de contar", zanja.