Imagen de archivo de Luz Gabás presentando su novela en Alicante.

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Cultura

Luz Gabás, ganadora del Premio Planeta: "El dinero es lo último porque se va; queda el prestigio"

La escritora, reconocida por su obra Lejos de Luisiana, reflexiona sobre la cultura de la cancelación: "Si nos ponemos a juzgar, no se va a salvar nada del pasado".

17 febrero, 2023 05:00

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Luz Gabás (Monzón, 1968) dejó atrás los Estados Unidos, pero se trajo de vuelta un trocito de las orillas del río Misisipi. Sus pasos por aquella América de descubridores y colonizadores ha vuelto a encender la llama de un pueblo que vio con sus propios ojos cómo se escribía la historia poco a poco. La supervivencia de las comunidades nativas, la guerra por la independencia con los ingleses... y el amor.

En los últimos días, ha recorrido el camino contrario al que hizo en su época Bernardo de Gálvez. Ella ha llegado a Málaga, pero con el Premio Planeta 2022 debajo del brazo. Trae una libreta Moleskine gris y la ilusión despierta por haber ganado uno de los reconocimientos literarios más importante de España: "Me acuerdo de ello cuando me levanto y me hace mucha ilusión", confiensa.

En esta conversación con EL ESPAÑOL de Málaga, Gabás reflexiona sobre cómo los movimientos revisionistas y de la cancelación están intentando influir en la novela histórica, la relación del cine con sus obras y un pasado que "siempre fue peor" que el ahora.

Cuando uno busca su perfil en Wikipedia, aparece que usted es novelista, filóloga y política. ¿Cuál sería el orden correcto?

No sé quién escribió eso. Durante un tiempo, aparecía “oscura política”, así que lo cambié; me di cuenta de que cualquiera podía poner lo que quisiera. Pero he de decir que yo nunca me he sentido política, simplemente fui alcaldesa de mi pueblo durante cuatro años. Un regidor público lo que hace es gestionar el presupuesto municipal y hacer encaje de bolillos para que le llegue el dinero a todo. 

Quitemos entonces lo de política de la ecuación. Entre novelista y filóloga, ¿qué va antes?

Lo de filóloga también es algo de título, porque hice letras inglesas. ¿Eso me convierte en filóloga? No soy especialista, solo tengo la carrera. He hecho muchas cosas en mi vida. Primero fui profesora, algo con lo que sí me siento identificada. Me gustaba dar clases y el proceso de preparar todo para enfrentarte a unos alumnos. Algo ha quedado en mi forma de escribir, pero ahora, por fin, me siento escritora. Eso sí, no empecé a utilizar la etiqueta hasta la tercera novela, todo sea dicho. Cuando me invitaban a algunas jornadas a raíz de publicar Palmeras en la nieve, siempre decía que pusieran únicamente mi nombre. A la tercera vi que ya era el momento de añadirlo.

Constata aquello que dicen que lo difícil no es publicar un libro, sino que lo lean.

Lo difícil es tener una carrera literaria. Es verdad que hoy se escribe mucho y nadie se queda sin tener su libro publicado. Desde Grupo Planeta hasta la autoedición, o editoriales pactadas, tienes muchas opciones. Lo complicado y lo que cuesta es mantenerlo en el tiempo. Como dice Javier Sierra, eso se consigue a pico y pala. 

¿La definición de escritor es igual para alguien que publica todos los años que para el que autoedita sus obras?

Pero si uno se siente escritor… Hay gente que se siente así sin haber publicado. 

¿Es una cuestión identitaria?

Yo me hago una pregunta. ¿Qué te convierte en escritor, haber publicado mucho o sentirte como tal? El sentimiento es el mismo, pero la dimensión es distinta. 

Es un debate de prevalencias, ver si sobresale tu visión o la que los demás tienen sobre ti. 

Un poco de ambos. También te lo tienes que creer. Yo no juzgaría que alguien joven, que está escribiendo, tenga esa alma, por mucho que no haya sacado ningún libro: ya llegará. Se lo digo a la gente de 16, 17 o 18 años que viene a escucharme y me dice: “Leo mucho y quiero escribir”.

Han pasado cuatro meses desde que le dieron el Premio Planeta 2022. ¿Ha dado tiempo a asimilarlo?

Me acuerdo de ello cuando me levanto y me hace mucha ilusión. Es un año de mucho trabajo que pasará, pero toda la vida seré la ganadora del Premio Planeta 2022. Es un gran honor. 

Es un gran honor… Y un gran pellizco para el bolsillo.

Sí, pero la mitad se lo lleva Hacienda, así que es para todos. 

Compartimos entonces una parte del trofeo.

Sí (bromea). Nadie me ha respondido todavía si esa mitad se la queda Huesca, que me alegraría mucho, o va a las arcas nacionales. Me ha costado cuatro años escribir una novela y no sé cuándo volveré a hacer otra, así que ahí está mi sueldo de todo este tiempo. 

¿Qué pesa más? 

El dinero es lo último. Me lo dijo mi madre el mismo día: el dinero se va, pero el prestigio queda. 

Sus novelas buscan convertir el pasado en un gran epicentro de la historia: el siglo XIX, la Guinea Española o las orillas del Misisipi en el XVIII. ¿Ese mundo de ayer es un personaje más, una oportunidad, un lugar éxito…?

Es una mina para un escritor. Desde siempre ha habido un interés por aprender y, sobre todo, por descubrir el pasado. Esa es la clave: descubrir, como un tesoro. Estás encontrando cosas que nadie más conocía. En el caso de Lejos de Luisiana, nadie más había escrito una novela sobre esos 40 años. Habían hablado de Bernardo de Gálvez u otras figuras de la época, pero no una obra integral sobre la presencia de los españoles allí. 

Buscar en el pasado es un rasgo típico del romanticismo. Los primeros románticos, pensemos en Walter Scott, indagaban en el ayer porque era una forma de evasión de su presente y una conexión para entender su propio tiempo. Esto sigue estando vigente con la novela histórica, que permite al lector zambullirse, salir del contexto conocido, aprender, y a la vez establecer un diálogo con tu ahora. 

Tengo la sensación de que una parte de la literatura española se ha centrado en un pasado muy concreto: la Guerra Civil. Es como aquello que decían en Hollywood, que para triunfar necesitabas hacer una película de la Guerra Mundial o el Holocausto. 

A mí no me ha motivado escribir una novela de la Guerra Civil. Quizá es porque me falta más perspectiva, no lo sé. Me he ido al siglo XVI, XVIII, XIX, años 50 del siglo XX… Creo que me interesan más otros temas sobre los que quiero trabajar o me llamen la atención. Ya se ha escrito mucho sobre ese tema. A mí me costaría hacer algo sobre las dos grandes guerras porque he leído y visto mucho cine relacionado con ello. ¿Qué podría contar que fuera nuevo? No lo sé. 

Aportar algo nuevo ¿Ese es uno de los objetivos que se propone cuando va a arrancar un libro?

Dedico tanto a la documentación que quiero aprender algo. Ya que voy a estar dos, tres, cuatro o incluso cinco años, como pasó con Palmeras en la nieve, escribiendo una novela, por lo menos que me sirva. Llego a mis libros gracias a los temas sobre los que siempre he querido saber más. 

¿Son los movimientos colonialistas uno de ellos?

He coincidido con Palmeras en la nieve y Lejos de Luisiana, pero no es mi especialidad. En el primer caso se debe a que mi familia formó parte de esa aventura; en el segundo, había vivido en Estados Unidos, aprendido de su literatura y me siento identificada. Igual era inevitable que esa experiencia vital acabara apareciendo, pero es que en todas las obras hay algo mío. 

Sergio del Molino recurre a la novela para escribir sobre Felipe González y su llegada al poder, evitando así la precisión que se le exige a la crónica periodística o al ensayo. En el caso de la novela histórica, ¿qué nivel de pulcritud se les exige? 

No sé en términos generales, pero sí le puedo decir lo que creo que debe ser. He participado en muchos encuentros de novela histórica con pesos pesados de este género, como José Luis Corral o Pepe Calvo Poyato. Estamos de acuerdo en una cosa: el rigor de los hechos históricos. En la nota de la autora, si he modificado algo como la fecha en la que se produjo una epidemia, lo indico. Pero el año en el que sucedió una batalla o cómo se produjo es inalterable. Si lo cambiamos, estamos hablando de ucronías; sería posible hacerlo, y hay quien las acepta dentro de la novela histórica. Por ejemplo, los textos sobre qué hubiera pasado si Hitler hubiese ganado la Segunda Guerra Mundial, pero eso es otra cosa. Nosotros tenemos que aplicar rigor histórico sobre lo conocido y a partir de ahí rellenar huecos con otras situaciones. La segunda condición es que la parte histórica no se apodere de la parte novelística. Es decir, que el lector, además de aprender, se enganche por la relación entre los personajes. 

La historia es el personaje secundario…

Para mí es el telón de fondo. Ahí sí que hay diferenciar entre esas novelas en las que pesa muchísimo la parte histórica y se descuida la relación porque prima la historia novelada. A mí me gusta más el viaje físico y emocional de los personajes en un contexto histórico muy concreto. 

Son temas que parecen hechos para el revisionismo y la cancelación.

Sí, pero eso es otra cosa. Se trata de un fenómeno de nuestro tiempo, igual que lo fue en el romanticismo. El problema del revisionismo es que mirar al pasado con los ojos del presente puede provocar un presentismo, es decir, historias muy desubicadas; o cancelar otras porque no nos gusta lo que sucedió. Para mí, eso es un error porque lo que sucedió, sucedió. No podemos cambiarlo. Si nos ponemos a juzgar, no se va a salvar nada del pasado. Muy bien, lo cancelamos. ¿Qué hacemos? ¿No hablamos sobre ello? ¿Vamos a criticar a Bernardo de Gálvez por haber liderado ejércitos en la guerra?

Incluso hacernos responsables. 

Eslava Galán, que es un maestro de la novela histórica, lo repite. Ya sabemos que hubo esclavitud y la detestamos. ¿Cuál es la novedad en la nueva mirada al pasado? Esto lo dice muy bien Svetlana Boym cuando habla de la nostalgia reflexiva y nostalgia restaurativa. Yo creo que la sana es la primera, aunque habría que preguntarse si la nostalgia es sana per se. Lo que quiero decir es que hacer un uso del pasado para continuar adelante está bien, pero restaurar el pasado es una cosa que no sé cómo se hace. Yo puedo arreglar una relación de la que yo he sido responsable, pero no es el caso de lo que hicieron mis padres, mis abuelos o mis tatarabuelos. Lo siento, pero no lo puedo evitar. 

Cuando una obra suya, como es el caso de Palmeras en la nieve, se lleva a la gran pantalla, ¿deja de ser suya o se sigue viendo reflejada en ella? 

La película es propiedad del director. Se lo decía a Fernando Fernández Molina: yo ya he escrito la novela. Lo importante es cómo se retroalimenta la relación; mucha gente fue a ver Palmeras en la nieve por ciertos motivos. No creo que fuera porque habían leído mi novela ni por la historia, sino porque salían Mario Casas y Berta Vázquez. Gente mayor fue por el relato. Hay de todo. Esta relación literatura-cine me parece fascinante, siendo conscientes de que son lenguajes diferentes y que la película es una reinterpretación que hace alguien sobre un libro. Cuando vi Palmeras en la nieve, encontré la esencia y la disfruté mucho.

¿No tiene sensación de que se están aprovechando de su creación? Algo así como el coleccionista de coches que vende un vehículo y ahora ve como lo disfruta otro.

Pues que no lo hubiera vendido (bromea). 

No es celosa con sus creaciones.

No, porque siempre puedo negarme a hacerlo. No me preocupa porque me ha gustado mucho el cine y mi concepto de la cultura es muy amplio. Este diálogo entre géneros y lenguajes me parece muy enriquecedor. Hay libros que han inspirado musicales e incluso canciones. Yo no tengo miedo, y si quieren hacer Lejos de Luisiana, estaré encantada. Es muy interesante porque acerca esas historias a más público. 

¿Visualizaba así Palmeras en la nieve?

Hay escenas mejores (que el libro); de hecho, se llevó el Goya a dirección de arte. Yo no veía al personaje principal con facciones humanas, como puedo estar viendo mientras hablamos. De hecho, si lo tuviera, lo imaginaba como alguien más de mi edad. 

¿Y cómo visualiza Lejos de Luisiana?

No me atrevo. Eso se lo dejo a los directores de castin, que tienen una gran habilidad. Me sentiría incapaz de hacerlo y, si fuera la encargada, fracasaría. 

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Creo que cualquier tiempo pasado fue peor. Lo he tenido clarísimo. Solo tiene que ver las fotos de nuestras abuelas. ¿Qué cara tenían a mi edad? La mía, con 50 años, parecía una anciana. La vida ha sido muy dura en el pasado. Un noble aristócrata rural del XIX, que vivía en Inglaterra, quizá no…

Pero eso forma parte de la romantización del pasado.

Efectivamente. Cuando lees sobre el pasado ves muchas tragedias. Yo no digo que ahora no las haya, pero el nivel de bienestar es mayor. 

¿Pero había más tragedia porque da más pie a crear obras literarias? 

No, no. Hablo de la vida diaria. De la dureza del día a día. Sin calefacción, con enfermedades… Te dolía una muela y te la sacaban sin anestesia. Ahora somos blandengues, comparado con lo que han  vivido. En términos históricos, podemos ensalzar un pasado glorioso, pero eso me resulta muy ajeno. Yo hablo de la vida cotidiana. Hombres y mujeres que nacen, crecen, se reproducen y mueren. No es lo mismo vivir de una manera que de otra. El bienestar social alcanzado ahora, con todo lo mejorable que haya y con todas las protestas que hay, no ha existido antes. Lo decimos desde una posición privilegiada desde puntos de vista como la salud. Nos vamos a morir todos, pero no hay ahora el sufrimiento que había hace 50 años.