Ángel Alcázar de Velasco con la vestimenta de Falange y en la posguerra viendo una corrida de toros con su familia.

Ángel Alcázar de Velasco con la vestimenta de Falange y en la posguerra viendo una corrida de toros con su familia. Archivo General de la Administración/Archivo Martín Santos Yubero

Historia

El torero falangista que Franco condenó a muerte: espió para japoneses y nazis y sufrió un atentado

En la Segunda Guerra Mundial, la información era vital para conseguir la victoria. Todos los bandos reclutaron a cientos de espías, algunos de forma acertada, otros no tanto.  

6 octubre, 2023 01:54

Un extraño grito de guerra, "¡Tora, tora, tora!", resonó como un aullido en los altavoces del acorazado Nagano la mañana del 7 de diciembre de 1941. Aquel "día de la infamia", más de 350 aviones de combate del Imperio japonés se lanzaron en picado sobre Hawái, aniquilando en un vendaval de fuego y explosiones a la sorprendida guarnición estadounidense de Pearl Harbor. El ataque fue un éxito, aunque Tokio no sospechaba la habilidad americana para reponerse del mismo y contraatacar con velocidad. La Segunda Guerra Mundial entraba en una nueva y decisiva fase. 

En un Madrid todavía indeciso sobre su papel en la contienda, la ofensiva nipona echó gasolina al fuego de las conjuras palaciegas de las élites franquistas. Los miembros más conservadores pedían paciencia y hacían campaña por la neutralidad. Los falangistas, con Serrano Suñer a la cabeza, intentaron utilizar la estela de éxitos japoneses para aliarse de forma definitiva con el Eje y conseguir un jugoso botín en el Nuevo Orden Mundial que se esperaba tras la posible victoria nazi.

Serrano Suñer, en su papel de ministro de Exteriores, pasó información de sus embajadas a los espías alemanes, italianos y, más tarde, a los japoneses. Su colaboración desde 1939 fue a más con el tiempo. En la embajada de Londres se creó una red dirigida por un indiscreto charlatán, extorero y mujeriego falangista.

Patto Tripartito. Poster propagandístico italiano sobre el Eje. 1941

"Patto Tripartito". Poster propagandístico italiano sobre el Eje. 1941 Gino Boccasile Wikimedia Commons

Ángel Alcázar de Velasco nació en una familia humilde y desempeñó numerosos oficios para pagar sus estudios, entre ellos el de periodista, limpiabotas y torero. Conocido en los ruedos como "el gitanito", falangista de primera hora, en 1937 fue condenado a muerte por Franco junto a Manuel Hedilla tras los disturbios de Salamanca. Recibió el indulto tras evitar una fuga de presos republicanos en un penal de Pamplona y a su salida de prisión parece que fue contactado por la Abwehr, los servicios de información de la Alemania nazi según informa el historiador Florentino Rodao en su obra Franco y el imperio japonés (Plaza & Janés) en la que dedica varios capítulos al espionaje japonés durante el conflicto.

En enero de 1942 fue enviado como "delegado de prensa" a la embajada española en Londres, cosa que sorprendió en la propia delegación ya que no sabía inglés ni francés. A su llega a la city cometió numerosas indiscreciones: alguna vez apareció con la camisa azul mahón y no ocultó su simpatía por la causa nazi. Sus medidas de seguridad eran escasas y una gran parte de la información transmitida pudo ser interceptada por el MI5.

Excesivamente fanfarrón y escasamente profesional, fue llamado a Madrid en febrero de 1942 tras serle negado un nuevo visado diplomático a EEUU. Pese a sus desmanes, Serrano Suñer no contaba con demasiada gente de suma confianza y le ofreció una nueva y ambiciosa tarea. 

La Red Tõ

El ataque nipón a Pearl Harbor no fue tan decisivo y letal como esperaba Tokio. El Imperio del Sol Naciente peleaba, además, como un tigre en mil frentes: amenazaba a la India británica desde las junglas de Birmania, combatía de manera fanática a los australianos en Nueva Guinea y vigilaba el inmenso frente chino. Así que necesitaban espías de manera urgente, sobre todo en EEUU.

El embajador de Japón en Madrid quería saberlo todo: el estado de la reparación de los buques atacados en Pearl Harbor, movimientos de tropas y de barcos e incluso los problemas raciales del país. Alcázar de Velasco contactó desde Madrid con la embajada española de Washington y con la Falange Exterior, que contaba con una serie de núcleos clandestinos en Nueva York, San Francisco, Houston, Filadelfia y Baltimore entre otras. 

La red pronto comenzó a suministrar la más variopinta información que llegaba hasta Alcázar, quien la vendió al mismo tiempo a los alemanes y a los japoneses. La veracidad de sus informes es dudosa, en ocasiones directamente se la inventaba, como comprobó la inteligencia británica después de robarle el diario. Antonio Marquina denominó a la red española como "espías de Verbena" cuando la Agencia de Seguridad Nacional de Washington desclasificó y publicó sus informes sobre la misma en 1978.

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La guerra avanzaba y el ejército alemán se desangraba en Rusia, Japón recibió un durísimo castigo en Midway y se incrementaba la presión en África. La victoria del Eje se veía cada vez más lejana y Franco dudaba, para desesperación de sus extremistas. Serrano Suñer acabó perdiendo el cargo y en su lugar se nombró al anglófilo Francisco Gómez Jordana, que marcó más distancia con el Eje.

No obstante, las redes de información siguieron trabajando. Pese a las excentricidades de su líder, la red establecida en EEUU fue de las que más información remitió a Tokio. Su calidad fue dudosa aunque en ocasiones resultó útil y veraz y llegó a mosquear a los servicios de contrainteligencia aliados. Tokio era consciente de que la información no era del todo fiable pero prefirió seguir pagando sus servicios hasta el final de la guerra. Necesitaban un oído, aunque fuera medio sordo, en EEUU.

El historiador Florentino Rodao es más clemente con la red: "Aunque la mayoría de la información veraz recibida por los japoneses era tomada de la prensa aliada (...) algunos de estos mensajes sobre transporte de tropas o de material no procedían de estas fuentes". El rocambolesco Alcázar de Velasco padeció un atentado junto a Serrano Suñer en el madrileño parque del Retiro en 1943. Este intento, para el investigador, "sugiere que estaban haciendo daño a unos adversarios que habían de temer sus futuras actividades".