José Barea, en una imagen reciente y otra cuando trabajaba como músico, junto a una foto de Hitler.

José Barea, en una imagen reciente y otra cuando trabajaba como músico, junto a una foto de Hitler. Diseño: Arte EE

Política EL LIBRO DE LA SELVA

Un día con el último español vivo que conoció a Hitler: tocó el himno alemán para él a cambio de un bocata de sardinas

José Barea cumplirá 103 años el mes que viene. Ser clarinetista cuando hacía la mili en San Sebastián le convirtió en músico ocasional de Hitler y Franco.

Se cumplen 85 años de la reunión Franco-Hitler en la estación de Hendaya, que fue ambientada musicalmente por José Barea y sus compañeros de banda.

Publicada
Actualizada

Las claves

José Barea, a sus casi 103 años, es el último español vivo que conoció a Hitler, tocando para él el himno alemán en Hendaya en 1940.

Barea fue músico en el cuartel de Loyola y aprendió a tocar el clarinete, lo que le permitió formar parte de la banda militar que tocó para Hitler.

El encuentro de Franco y Hitler en Hendaya fue crucial, discutiéndose la posible entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, que finalmente no se concretó.

La memoria prodigiosa de Barea le permite recordar con detalle los eventos y personajes históricos que vivió, incluidos los recados que hacía para soldados alemanes durante la Guerra Civil.

Conviene estar preparado. Y si no, que se lo digan al Barea. Un día, la Historia, la de la hache mayúscula, se despierta alborotada y te lleva a conocer a Adolf Hitler.

Has nacido en Fitero, un pueblecito navarro de 2.000 habitantes, y estás haciendo la mili en el cuartel de Loyola, en San Sebastián. Tocas el clarinete, te encanta tocar el clarinete. Y de pronto, estás tocando el clarinete para el führer.

Esta peripecia pide a gritos una novela, pero la biología nos obliga a escribir un reportaje: porque el Barea, José Barea, a sus casi 103 años, está vivo. Está, de hecho, sentado enfrente de nosotros, en su casa.

Ofrece algo de dulce, pero él ya ha cumplido con su tradición: tres copas diarias de clarete. Se las toma en el bar al lado del cine, que ya no es un cine, pero para qué quieren cine en el pueblo teniendo al Barea.

Este hombre de boina oscura, nariz aguileña y cejas pobladas, no sólo ha despistado a la muerte. También se ha escabullido de la inteligencia artificial.

Si le preguntas al Gran Hermano digital cuántos españoles quedan con vida de los que conocieron a Hitler o de los que compartieron ubicación con él, la respuesta es taxativa: ninguno.

Pues aquí está el Barea. “¡Aquí hay un testigo! ¡Aquí hay uno!”, proclama a carcajadas.

Hemos venido a verlo, además, a lomos de la efeméride. Porque este 23 de octubre se cumplen 85 años de la reunión de Franco y Hitler en Hendaya.

En aquel andén estuvo el Barea, junto al resto de la banda militar, tocando el clarinete. El Barea, pegado al vagón donde se decidía la (no) entrada de España en la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo se toca delante de Hitler? ¿Tiemblan las manos? ¿Y si se desafina?

Para Hitler, la música no era cualquier cosa. Igual que la pintura, le fascinaba. ¿Cómo se responde a un saludo de Hitler?

Empecemos por el principio. Detengámonos en los días previos de Hitler y el Barea. Los sucesos anteriores que los llevaron a estar juntos, con una distancia de apenas dos metros, en el andén de Hendaya.

José Barea va a cumplir 103 años. Aquí, en una imagen reciente, en su pueblo, Fitero.

José Barea va a cumplir 103 años. Aquí, en una imagen reciente, en su pueblo, Fitero. Cedida por la familia

El Barea, como decíamos, nació en Fitero el 29 de noviembre de 1922. Tenía catorce cuando estalló la Guerra Civil. No le tocó ir al frente de milagro.

Creció en aquella retaguardia sangrienta donde le tocó ver –o mejor dicho, oír– los fusilamientos de muchos chavales que "nada sabían de política".

Fue uno de esos niños que, entre 1936 y 1939, hacía recados para los italianos y los alemanes, porque eran días de hambre y los italianos y los alemanes les daban dinero y comida. Pero eso lo dejamos para luego.

El Barea fue a hacer la mili a San Sebastián y le preguntaron por su oficio. Dijo: "Músico". Era sobrino de Lorenzo Luis.

–Le enseñó a tocar su tío.

–Sí. Mi tío Lorenzo era compositor. Tenía cierto nombre. Exportaba sus bailables al resto de España y al extranjero. Empecé con el requinto cuando tenía seis años.

–¿Qué es el requinto?

–Una especie de clarinete, pero más pequeño. El requinto se afina en mi bemol y el clarinete en si bemol. Luego también aprendí a tocar el saxofón.

El Barea, que anduvo en bicicleta camino de la huerta hasta los 93 años, acabaría siendo un músico hortelano. O un hortelano músico.

Ha dirigido la banda de música de Fitero durante más de cuarenta años. Como antes no había charangas, el Barea y su batuta recorrían los pueblos de España.

Nos sigue contando.

–Entonces, usted, al entrar en la mili, dijo que era músico y entró en la banda.

–Sí, pero no fue tan fácil. El director de la banda, de Tarragona, José María Arbona, me dijo que, para entrar, debía tocar el clarinete, y no el requinto, porque ya había otro chaval que tocaba el requinto. Y yo no sabía todavía tocar el clarinete.

–¿Cómo lo consiguió?

–"¡Barea, usted tiene que tocar el clarinete! Le doy un mes", me dijo el director. Se me iban los dedos. Tuve suerte. Un compañero de Alicante que tocaba el clarinete me estuvo dando clases. Me llevaron a Burgos, la capital de la región militar, para hacerme las pruebas. Y las pasé.

La memoria del Barea es tan prodigiosa como su sentido del humor.

¿Cómo es posible que se acuerde, 85 años después, de que aquel director se llamaba "Arbona" y de que era de Tarragona? ¿Y de que el chaval que le dio las clases era de Alicante?

Hasta que llegó aquel 23 de octubre de 1940, cuando los levantaron de la cama, los pusieron a ensayar el himno alemán y…

Berlín, septiembre de 1940

El 13 de septiembre de 1940, con la guerra ya empezada, Hitler estaba en Berlín. Y apareció por allí Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo, ministro de Exteriores de Franco, muy influyente en ese momento en España porque la dictadura quería ser amiga del fascismo y del nacionalsocialismo. Quien mejores contactos –y doctrina– tenía para eso era Serrano Suñer.

Hitler y los suyos lo llamaban un poco despectivamente "el jesuita". Tenían razón. A los españoles que querían ser fachas les pasaba un poco eso, que tenían más bien pinta de curillas.

Se debatía la posible implicación de España en la Segunda Guerra Mundial. Parecía lógico. Hitler había financiado a Franco y enviado un montón de efectivos para la guerra.

De hecho, el golpe empezó con los aviones de Hitler transportando a los soldados españoles de África a la Península. ¿Cómo no iba a devolverle Franco a Hitler el favor?

Así llegó Serrano Suñer a Berlín. Todo esto que contamos ahora nosotros aparece en las memorias de don Ramón y en una entrevista que dio a Radio Nacional mediados los años ochenta. Serrano Suñer, como el Barea, superó los cien años. Murió con 101.

Visita de Ramón Serrano Suñer a Berlín, donde se reunió con Hitler, Heinrich Himmler, Wilhelm Frick o Joachim von Ribbentrop.

Visita de Ramón Serrano Suñer a Berlín, donde se reunió con Hitler, Heinrich Himmler, Wilhelm Frick o Joachim von Ribbentrop. Bundesarchiv

Habló Serrano con Hitler, Ribbentrop –su homólogo en Exteriores– y otros ministros del Reich. Serrano, en sintonía con Franco, intentaba desplegar una táctica de "amistad y resistencia" –la expresión es suya–.

Es decir: mostrar filosóficamente todo el amor posible a Hitler, pero evitar en la práctica conceder cualquier cosa que pusiera en peligro la relación de Franco con Churchill y los aliados.

España estaba destrozada después de la Guerra Civil y Franco necesitaba, por ejemplo, del comercio con ambos lados: el Eje y los aliados.

Franco quería que ganaran Hitler y Mussolini, pero sin renunciar a las ventajas económicas de mantener la relación diplomática con Churchill.

El Reich, para más inri, sospechaba que el embajador británico en España, sir Samuel Hoare, tenía acceso a información privilegiada y que Franco no hacía nada para evitarlo.

Hitler –contó Serrano– se puso muy nervioso. Y, viendo que el jesuita no concedía nada, pidió hablar con Franco. Esto sucedió el 13 de septiembre de 1940 y así se programó la reunión de Hendaya para un mes después, el 23 de octubre.

Serrano Suñer y Himmler, junto a otros oficiales en la sede de la división 'Adolf Hitler' (1940).

Serrano Suñer y Himmler, junto a otros oficiales en la sede de la división 'Adolf Hitler' (1940).

San Sebastián-Hendaya, octubre de 1940

Antes de dormir, desde los cuarteles de Loyola, había días en que el Barea y sus compañeros veían el cielo iluminarse. Eran los truenos de la Segunda Guerra Mundial.

Había una señora que, con la autorización permanente, entraba en el cuartel y les vendía "los diarios de la tarde". Así se enteraban de lo que iba sucediendo.

¿Y qué sucedía?

Nos cuenta el Barea, al borde de su taza de café, que en ese momento parecía que Hitler iba a ganar la guerra. Con la táctica del "relámpago", ya había ocupado Noruega, Dinamarca, Polonia, Países Bajos y Francia.

La prensa española de entonces –explica– era muy germanófila. También buena parte de la sociedad del régimen, que veía a los alemanes como los amigos que habían ayudado a ganar la guerra.

A Barea no le impresionaba ver nazis en la frontera porque ya había visto muchos de chaval.

–¿Cómo fue eso?

–Durante la Guerra Civil, varios soldados de la Legión Cóndor se instalaron en el balneario de Fitero. Los veíamos desfilar por la carretera. Una vez, hicieron una cruz gamada en el cielo con fuegos artificiales. Y había un economato que sólo era para ellos.

–Les encargaban recados a ustedes, a los chavales del pueblo.

–Sí. Eran días de muchísima hambre. Nos mandaban a por cigarretes y nos dejaban quedarnos con las vueltas. Había propinas. Nos daban chocolate… –cuando lo cuenta, la hija del Barea, Mari Carmen, nos enseña una caja que todavía conservan. Una caja donde los soldados alemanes guardaban el chocolate.

–¿Eran simpáticos?

–¡Uf! Eran muy serios. ¡Muy estrictos! Cuando el mando los castigaba, les ponían un saco de piedras al cuello y les obligaban a remontar así el río. Si nos asomábamos al puente a mirar cómo cumplían con el castigo, nos echaban. Nos impresionaban mucho sus coches, sus uniformes… y lo que comían.

–¿Comían mucho?

–¡Una barbaridad! Iban a la taberna que tenía una tía mía. Tomaban una docena de huevos fritos.

–No está mal.

–¡Una docena cada uno! Con mucho pan y queso de postre.

–Venga, hombre.

–Se lo juro.

–Señor Barea, entonces, los nazis perdieron la guerra por el colesterol.

–¡No le quepa duda!

El Barea, como ahora, era un chaval "espabiladillo". Se aprendió las palabras básicas en alemán para hacer el mayor número posible de recados. Eso era señal de recompensa: de propina y de chocolate.

También aprendió el significado de "verboten" –prohibido–, una palabra que aparecía junto a los camiones de combustible, que solían aparcar los alemanes a la entrada de la plaza del pueblo.

Cuenta el Barea que también aparecieron por Fitero soldados italianos.

–¿Había más relación con ellos?

–Sí. Sobre todo, por la cultura y el idioma. Mi tío Lorenzo, el músico, compuso dos pasodobles para que dos soldados italianos cortejaran a dos chicas del pueblo. Uno se llamaba Aldo y el otro Roberto.

"Nos vamos a Hendaya"

Con ese bagaje a la espalda llegó el Barea al 23 de octubre de 1940.

–¿Qué pasó?

–No nos dijeron nada. Nos pusieron a ensayar el himno alemán una y otra vez. Me lo sé de memoria –y lo canta para nosotros.

–Lo ensayaron mucho, se nota.

–De repente, nos dijeron: "Nos vamos a Hendaya". Eso nos sonó muy raro porque Francia estaba en guerra. ¿Qué íbamos a hacer nosotros a la guerra?

El himno alemán es de Haydn, una melodía de finales del siglo XVIII, pero que no se convirtió en himno hasta 1922. Fue himno antes, con y después de Hitler. El Tercer Reich sólo usaba la primera estrofa y luego empleaba el himno del Partido. Ahora, se usa la tercera estrofa.

El Barea, de joven, tocando el clarinete.

El Barea, de joven, tocando el clarinete. Cedida por la familia

–Llegaron ustedes a Hendaya, ¿y qué pasó?

–Nos hicieron formar en el andén de la estación. Ahí estábamos esperando. De vez en cuando, nos daban un bocadillo de sardinas. Esto es muy importante.

–¿Por qué?

–¡No sabe usted lo que era un bocadillo de sardinas para un español de 1940! ¡Con el apetito que teníamos!

Hasta que llegó un vagón engalanado.

La llegada de Hitler

Del vagón engalanado se bajó Hitler a eso de las tres y media de la tarde "con una escolta maravillosa".

"¡Qué zapatazos pegaba por el andén!", dice el Barea.

–Lo reconoció al momento, claro.

–Gracias a esos periódicos de la tarde que leíamos en el cuartel. Todos los días había fotos de Hitler. Lo vi bajarse y lo distinguí al instante. Ese bigotillo… Eso sí, me sorprendió que era un hombre más bien pequeño –medía 1,73. Quizá no fuera tan pequeño, pero las fotos propagandísticas que de él se publicaban hacían imaginar a un hombre enorme.

–Franco no aparecía.

–A Hitler le tocamos el himno alemán y alguna marcha militar. Él iba desfilando y, a cada rato, daba un zapatazo y media vuelta. Franco no aparecía. Ya sabrá usted que Franco llegó tarde.

Ha quedado para la Historia que Franco llegó muy tarde a Hendaya. En realidad, fueron sólo diez minutos, pero Hitler, según recuerda el Barea, se enfadó mucho.

El régimen procuró afianzar una versión según la cual Franco llegó tarde intencionadamente para poner nervioso a Hitler, pero no fue así. El problema estuvo en las vías e infraestructuras españolas, que dejaban mucho que desear. Y eso que no había nacido Óscar Puente.

Franco medía 1,63. Por tanto, no siendo Hitler muy alto, la diferencia sí era ostensible. La agencia Efe, controlada por él, manipuló las fotografías de aquel encuentro en tres direcciones, algo que no se supo hasta entrado el siglo XXI.

Se le quitó de la solapa la cruz alemana y se le colocó una medalla española. Se hizo a Franco más alto para que casara mejor con Hitler. Y se le abrieron los ojos porque salía con los ojos cerrados.

Franco y Hitler en Hendaya.

Franco y Hitler en Hendaya.

–¿Franco le impactó o ya lo había visto antes?

–¡Lo había visto muchísimo! En la banda lo teníamos muy visto.

–¿Y eso?

–Porque Franco veraneaba en el Palacio de Ayete y nosotros estábamos en el cuartel de Loyola. Íbamos a tocar para él casi todas las mañanas. Tocábamos desde la carretera y él se asomaba. El edificio estaba vigilado por la guardia mora. Luego nos bajaban en un autobús.

–¿Adónde?

–A la playa, al puerto de San Sebastián, donde tenía atracado el Azor. Ahí volvíamos a tocar, donde el club náutico. Pasaban unas bandejas de comida para la familia Franco y sus amigos. A nosotros se nos hacía la boca agua del hambre que teníamos.

–¿Les daban a probar?

–Nada, se nos quedaba la boca abierta.

–Mucho mejor tocar para Hitler, que había bocata de sardinas.

–¡Varios bocatas de sardinas! –se parte de risa el Barea.

Franco y Hitler en la estación francesa de Hendaya.

Franco y Hitler en la estación francesa de Hendaya.

"Los dos juntos volvieron a pasar revista a las tropas. Y nosotros volvimos a tocar los himnos y las marchas militares. Hasta que se metieron en el tren de Hitler. En total, desde el principio hasta el final, debimos de tocar unas tres horas", dice el Barea.

En el tren de Hitler

A pesar de lo amplio de las comitivas, sólo entraron a la reunión seis personas: Hitler, Franco, Serrano Suñer, Ribbentrop y dos intérpretes.

Para narrar lo que sucedió ahí dentro volvemos a agarrarnos al testimonio de Serrano Suñer.

¿Qué quería Hitler? La intervención de España en la guerra cuando Alemania deseara para tomar Gibraltar y restringir a los ingleses el acceso al Mediterráneo.

¿Qué quería Franco a cambio de entrar en la guerra? Había sido el jefe de las tropas de África. "Su mayor ilusión era que Hitler le cediera el Marruecos francés, el Orán francés y todos los territorios que separaban a España de Ifni".

Esto, a Hitler, le pareció una ida de olla total. ¿Cómo podía pedir Franco todo eso? Además, Hitler no quería concederlo porque al día siguiente tenía reunión con el mariscal Pétain, líder de la Francia ocupada, y no quería cabrearlo.

Diría Serrano Suñer: "Tuvimos la enorme suerte de que Hitler no aceptó. De lo contrario, habríamos entrado en la guerra, la habríamos perdido y España se habría convertido en una verdadera ruina".

Otro tópico del régimen desmontado: la reunión de Hendaya no fue una maniobra diplomática genial con la que Franco logró evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial. Es más: Franco firmó la adhesión de España al Eje, a la alianza de la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y el imperio japonés.

El protocolo secreto

¿Qué pasó?

Hitler se enervó mucho con las exigencias de Franco y sus largas intervenciones. "Con estos tipos, no hay nada que hacer", le dijo a Ribbentrop dentro del tren.

"Antes que reunirme otra vez con Franco, prefiero sacarme tres o cuatro muelas", se cuenta que le diría después a Mussolini.

Teniendo en cuenta la preponderancia del todopoderoso Tercer Reich sobre España, ¿por qué Hitler aceptó la posición de Franco? Gracias a ese protocolo secreto.

Se llegó a un acuerdo para que España entrara en la guerra al lado de Alemania cuando a ambas naciones les interesara y a cambio de unas condiciones imprecisas relacionadas con las ayudas, África y Gibraltar.

Hitler tenía prisa y frentes mucho más importantes abiertos.

Pidió el führer "un juramento de silencio" sobre la firma de ese protocolo que comprometía la entrada de España en la guerra. Porque no se fiaba de "los latinos".

Hitler quería preservar el valor político y militar de la sorpresa que supondría la entrada de España.

Ahí intervino Serrano Suñer para tranquilizarlo: "Nosotros éramos los principales interesados en que nadie supiera de esa firma. Porque gracias a los británicos venían muchas materias primas a España. Si eso hubiera trascendido, nos habrían cerrado el mar".

Hitler lo entendió. Hicieron el juramento de silencio todos los integrantes de la reunión… y funcionó. Nadie supo de la adhesión de España al Eje hasta que, muchos años después, apareció en unos documentos americanos.

Otro clarete

El Barea, en Fitero.

El Barea, en Fitero. Cedida por la familia

Repasados los recovecos de la Historia, nos despedimos del Barea cuando se ha hecho de noche. Ya no hay bombas que iluminen el cielo ni cruces gamadas de fuegos artificiales.

Ahí está el Barea. Aquí está el Barea. Con sus 103 años, su boina, sus tres claretes diarios, el cariño de sus hijas y la complicidad de sus nietos.

En el Barea, el de la nariz aguileña y las cejas pobladas, caben el final de Alfonso XIII, la llegada de la República, la Guerra Civil, el franquismo, la Transición y la Democracia.

Hay barra libre. Quien quiera colgarse de los recuerdos de este hombre simpático que no deja de recibir homenajes de la gente que le quiere puede encontrarlo de lunes a sábado, al mediodía, en el bar al lado del cine. Y los domingos, "en el Julio".

Clarete… y bocadillo de sardinas.