Pedro Sánchez, a su entrada en el Congreso este miércoles.

Pedro Sánchez, a su entrada en el Congreso este miércoles. Carlos Luján Europa Press

Política SESIÓN DE (DES)CONTROL

Sánchez con las manos entrelazadas a la espalda: ¿qué quiere decirnos?

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La sauna y el vapor nos han enseñado que lo más interesante de la política española hoy es la postura. La manera en que se hace. El kama-sutra del parlamentarismo. Apenas quedan tres o cuatro diputados a los que pueda acompañarse con música de órgano; así que conviene fijarse más en el cómo que en el qué.

Porque el cómo no se corresponde con lo que dice el orador. Eso lo han cocinado en Génova y en Moncloa para que, después, el diputado lo caliente con el microondas de la boca. El cómo, en cambio, es la única verdad que nos queda.

Sánchez ha comparecido en la mañana del regreso con un traje gris y un puñado de folios al revés. No ha leído una sola línea en lo que se presumía un día difícil. El taco de hojas de su escaño, colocado en horizontal, no ha sufrido modificaciones en toda la sesión.

Ha seguido colocando piedras sobre el muro. Cuando le hablaba el padre Feijóo, se reía en charla con María Jesús Montero. No es mala educación; es que el muro resulta tan alto que ya no debe de ver a Feijóo. Hemos anotado así la postura predominante del presidente esta mañana: de pie, con las piernas juntas y las manos entrelazadas a la espalda.

Como si lo hubieran engrilletado.

Es una postura que se ha aparecido adherida a su ser este septiembre. Así ha entrado también en la breve caminata desde el coche oficial hasta la Cámara.

Feijóo había anotado con su equipo en las cuartillas todas esas cosas que hacen de Sánchez un presidente poco ejemplar. Casi en verso, iba recitando: "¿Es ejemplar que un presidente...?". Sánchez no ha contestado a ninguna de las preguntas. En esta ocasión, eran retóricas.

Pero se ha levantado y ha perorado piernas juntas y manos entrelazadas a la espalda.

Bien mirado, el presidente podría haber parecido también un jubilado a pie de obra. Un arquitecto que, a punto de cobrar la pensión, se asoma a su último trabajo. Han sido siete años de plena entrega. Con una reforma de todas y cada una de las instituciones.

El CIS, la Fiscalía General, Correos, el Hipódromo, el Tribunal Constitucional, Renfe, el Banco de España, Paradores... Todo a su imagen y semejanza.

A pocos metros, su gran éxito: la dilución del poder legislativo en el poder ejecutivo. La inexistencia del poder legislativo. Francina Armengol, presidenta del Congreso, recriminaba a Abascal que afeara al presidente del Gobierno "su chulería y sus mentiras de burdel".

Justo después, situado el listón en esa cota, callaba cuando Félix Bolaños llamaba a Cayetana Álvarez de Toledo "difamadora y embustera". Por partida doble o triple. No sabemos. Hemos dejado de apuntar. Parecía un sketch del mejor José Mota. Decía Bolaños: "Usted, señora Álvarez de Toledo, representa la cara del bulo, del embuste y de la difamación (...) Señor Feijóo, apueste por perfiles respetuosos".

La tesis de Feijóo, el hilo argumental –le suelen decir que no se líe, que elija un tema, que no amontone mil datos como hacía Casado– de esta mañana, ha sido: "Si yo, como presidente, hiciera todo eso que usted hace, usted me pediría la dimisión".

Pero es una tesis ineficaz desde la primera palabra. Porque Feijóo no es como Sánchez. Nadie es como Sánchez. Ninguno de los presidentes de la democracia ha tenido la capacidad de resistencia –y de indiferencia ante el escándalo– que tiene Sánchez.

El fiscal general, la mujer, el hermano, Cerdán, Ábalos, Koldo –no alargamos la lista porque nos dicen que los artículos son demasiado largos–... Y Sánchez ha contestado de pie, las piernas juntas, los folios al revés en el escaño: este Gobierno es limpio y hace política limpia.

Feijóo debe asumir que el rasero ni es ni va a ser el mismo para Sánchez que para él. Por eso, lo más importante, más que acertar –dado que no hay estocada que acompleje a Sánchez–, es no cometer errores.

Y ha cometido un buen puñado en el inicio de curso: dar plantón al poder judicial, desvelar una conversación con el Rey para justificarse... Y decir el PP, a través del diputado Carlos Floriano, que el Gobierno "no ha dicho nada" del español asesinado en el atentado de Jerusalén; cuando hubo un comunicado de Exteriores y un mensaje de Sánchez.

El asunto de Gaza se le está haciendo bola al PP, que no exhibe una doctrina clara: Ayuso defendiendo a Netanyahu y María Guardiola, su homóloga en Extremadura, llamándolo bárbaro. Feijóo, en medio.

Con la dialéctica del muro, con el miedo a la ultraderecha, Sánchez ha conseguido inclinar el tablero, recortar la vara de medir por uno de los los lados. De ahí que cuando Feijóo le ha dicho "renueve su carné de moralidad", él se haya partido de risa junto a María Jesús Montero.

Sánchez ha dicho dos veces en apenas media hora... "Estamos en el lado correcto de la Historia". Si no fuéramos liberales, pediríamos que se prohibiera decir esa frase. Porque no hace más que torpedear cualquier posibilidad de diálogo con el distinto.

Si Sánchez debatiera a solas con Feijóo, el muro se desmoronaría. Con la excepción de algunos segundos inexplicables en los que Feijóo entona el "me gusta la fruta" o da plantón al jefe del Estado. Pero eso ha sido muy noticioso por lo poco que figuran gestos así en su currículum.

Si Sánchez debatiera a solas con Feijóo, el muro... Pero ha aparecido Abascal. Se lo notamos al presidente desde la tribuna. Cuando habla el jefe de Vox, se enardece, ve la posibilidad de reeditar la coalición de los progresistas –junto a Puigdemont y el PNV, que son más de derechas que San Dios–.

Abascal ni siquiera debate. Consume todo su tiempo para no entrar en intercambio con el presidente. No admite el debate, lo que interpretamos como señal de debilidad. Abascal crece en votos –a mansalva– cuando no responde preguntas. Basta con estudiar su último pelotazo en las encuestas y compararlo con el número de entrevistas que concede a medios ajenos a su órbita.

Ha enumerado Abascal todos los delitos salvajes cometidos por inmigrantes en los últimos días. Y lo ha enumerado como si hubieran cometido esos delitos debido a su raza, y no a su repugnante individualidad. La mejor manera de desmontar ese argumento tan propenso a las tripas es comparar esos datos con los de los crímenes cometidos por españoles en el mismo periodo.

Según datos oficiales del Ministerio del Interior –Vox no cree en los datos oficiales. Nosotros todavía sí, salvo que provengan del CIS–, dos tercios de los delitos graves son cometidos por españoles, y no por extranjeros.

Abascal ha dicho que por culpa de los inmigrantes no se puede pagar las residencias de los ancianos españoles; también ha deslizado que hay barra libre para inmigrantes cuando la mayoría de españoles tiene que estar pendiente de las subidas del precio de la compra.

El conjuro se hace efectivo cuando Sánchez, como esta mañana, le responde: "O somos prósperos y abiertos, como queremos nosotros. O pobres y cerrados, como quieren ustedes".

Entre Sánchez y Abascal, caben mil maneras mejores de vivir, pero viniendo los miércoles por la mañana al Congreso se antojan imposibles.

Tenemos que dejar de escribir. Nos ha salpicado a los ojos "la sangre de los niños de Gaza", que se han arrojado de una bancada a otra.