Marta Rivera de la Cruz, en su despacho del Ayuntamiento de Madrid.

Marta Rivera de la Cruz, en su despacho del Ayuntamiento de Madrid. Javier Carbajal

Política HABLANDO SOBRE ESPAÑA

Marta Rivera de la Cruz: "El PSOE no es creíble en la lucha contra la prostitución, cuando Sánchez miraba para otro lado"

"Feijóo ha dicho 'hasta aquí', un fiscal imputado es todo lo que no puede ser una democracia".

"Sánchez no quiere consensos porque sería incapaz de sobrevivir sin polarización".

"España es un destino preferente por su seguridad, pero protestas como las de la Vuelta son negativas para la marca de país".

"Madrid se mide hoy con otras grandes urbes europeas, mientras que Barcelona está estancada en lo que era hace 20 años".

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En todos los despachos por los que ha pasado Marta Rivera de la Cruz (Lugo, 1970) hay un póster que siempre la ha acompañado. Es esa imagen de Vacaciones en Roma, con Gregory Peck y Audrey Hepburn recorriendo en Vespa las calles de la Ciudad Eterna.

Pocas postales turísticas se han rodado mejor que ésta. Y a ella, a la escritora que dejó los libros por la política, le sirve de inspiración.

Ahora ocupa la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid. Y, aunque han sido muchas las oficinas que ha pisado en esta última década desde que ingresó en Ciudadanos, probablemente ninguna tan bonita como ésta con vistas a la Cibeles y al Banco de España donde nos recibe.

Hace ya cuatro años que dejó el partido de Albert Rivera. Un tiempo en el que pasó por la Comunidad de Madrid como independiente en el equipo de Isabel Díaz Ayuso, por el Congreso como número dos por Madrid por detrás de Alberto Núñez Feijóo y, ya afiliada al PP, por el Ayuntamiento como tercera teniente de alcalde.

Es primera hora de la mañana y cunden las prisas en el Ayuntamiento y en el partido. El PP acoge al mediodía un acto con el que inaugura el curso político y al que ella está citada, mientras en el Tribunal Supremo se celebra la solemne apertura del año judicial.

Marta Rivera de la Cruz: ''Lo que estamos viviendo en la justicia española no tiene parangón y es muy duro de entender''

El tiempo apremia para abordar la actualidad y dejar una reflexión sobre su idea de ciudad, de la cultura como elemento transformador y de la centralidad en tiempos de agitación máxima.

No hablo de partidos sino de ideas. En el contexto en el que vivimos, ¿dónde está en estos momentos el centro político?

Pues me temo que está en las oficinas, en las casas o en las charlas entre amigos que se espantan al ser testigos de una polarización a la que nos ha llevado un Gobierno que solamente podría sobrevivir como lo está haciendo, gracias a este clima que ha provocado. Pero el centro existe.

Y ahora sí, a nivel partidista, este verano se especuló con la posibilidad de que los liberales europeos relanzaran un proyecto de este tipo en España, bajo el liderazgo de Miriam González. ¿Cree que todavía hay espacio para un partido que represente esos valores o ese tiempo pasó?

En política el tiempo no pasa para siempre ni de una manera absoluta, pero creo que ahora mismo no es tiempo de experimentos. Estamos en un momento crucial para el país y creo que todo el voto que no va para la izquierda -o lo que se cree que es la izquierda- sólo tiene un lugar en el que apoyarse, que es el Partido Popular.

Antes de entrar en política, Marta Rivera de la Cruz publicó varios libros con gran éxito editorial.

Antes de entrar en política, Marta Rivera de la Cruz publicó varios libros con gran éxito editorial. Javier Carbajal

¿Estamos tan polarizados como parece o todo es fruto de esta burbuja madrileña en la que vivimos?

Desgraciadamente, se ha conseguido extrapolar al ámbito privado. Me recuerda a la situación de hace unos años en Cataluña, donde había familias que pedían no hablar de política antes de comer. Tengo grupos de amigos que ahora han vuelto a eso. Pero en esta situación, es imposible abstraerse porque la polarización es más palpable que antes de que Sánchez llegara al Gobierno.

¿Y cree que es sólo responsabilidad de Sánchez?

El problema es que cuando siembras polarización, recoges polarización. Se han creado unas reglas del juego y es difícil seguir jugando fuera de ese paraguas, así que hay momentos en los que tú respondes al mismo nivel. La polarización existe en todos los márgenes de la política, pero ha sido un invento nefasto del Gobierno de Sánchez.

Le doy la oportunidad de salir de esa trampa. Dígame algo que haya hecho bien este Gobierno o, al menos, en lo que estarían dispuestos a llegar a un acuerdo.

Creo que es bueno que el ciudadano sienta que los que están arriba se pueden poner de acuerdo, pero es que ahora no encuentro un asidero para trabajar de la mano con el Gobierno. Ojalá lo encontrara.

¿No hay políticas transversales en las que fijar una posición común?

Hay muchísimos temas en los que habría que buscar un consenso, pero del otro lado no encuentro a los actores políticos que lo faciliten. Es más, creo que Sánchez no lo quiere, porque no sería capaz de sobrevivir políticamente sin este escenario.

Vayamos ahora a los temas en los que son más evidentes las discrepancias. El año judicial se ha inaugurado con el fiscal general del Estado imputado, el presidente atacando el trabajo de algunos jueces y el Rey. ¿Qué le parece?

Dentro de 100 años se estudiará esta etapa y no podrán creer que sucedió. Que el fiscal general del Estado esté imputado, que el presidente del Gobierno haya insinuado en la televisión pública que hay jueces que prevarican, es insólito. Lo que estamos viviendo con respecto a la Justicia no tiene parangón y es muy duro de entender.

Si lo que se busca es la institucionalidad y la centralidad, ¿no sería bueno que el líder de la oposición hubiera estado presente con el Rey?

Yo creo que hay momentos en los que hay que decir “hasta aquí hemos llegado”, aunque sea de una forma simbólica. La apertura del año judicial es la representación de todo lo que no tiene que ser la vida política de un país democrático y una puesta en escena de la que no queremos ser testigos. El discurso lo pronuncia un fiscal imputado por delitos muy graves y me parece perfecto que Feijóo haya dicho “yo no voy a estar aquí”.

La delegada de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid en un momento de la entrevista.

La delegada de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid en un momento de la entrevista. Javier Carbajal

Dentro de esos aspectos en los que se podría buscar un consenso, ¿cabe la posibilidad de ponerse de acuerdo en una ley para prohibir la prostitución, como plantea el Gobierno?

Que el partido de Koldo, Ábalos y Cerdán nos quiera convencer ahora de que es el adalid de la lucha contra la prostitución es una auténtica tomadura de pelo. Llevan años mirando hacia otro lado mientras en su entorno más próximo había casos más que evidentes de connivencia con este tipo de negocios.

No pueden dar lecciones de moralidad quienes han convivido con estas prácticas y han hecho de la hipocresía su seña de identidad. El propio Sánchez, por el historial de su entorno, no es creíble cuando habla de perseguir la prostitución.

Feijóo fue muy duro hace un par de meses cuando le recordó a Sánchez los negocios que había regentado su suegro. ¿Sería factible pactar con el PSOE para castigar a los puteros y a quienes se lucran de esta actividad?

Si de verdad quieren castigar a los puteros, tendrán que empezar por limpiar sus propias filas y asumir responsabilidades. Porque no se puede exigir ejemplaridad a los demás cuando uno mismo se beneficia del silencio cómplice.

Sólo desde la coherencia y la transparencia se puede plantear un debate serio sobre una ley de este calibre que trata un asunto que supone una verdadera lacra, un drama para miles de personas explotadas y un problema que habría que abordar. Pero, sinceramente, el PSOE está muy lejos de poder presentarse como referente.

Esta semana también hemos visto a Carles Puigdemont reunido con el presidente de la Generalitat, Salvador Illa. ¿Cree que Puigdemont mantendrá con vida a Sánchez o esa relación también está rota?

Yo creo que a veces Puigdemont se puede hacer el duro, pero se necesitan mutuamente. A mí esa foto del presidente de la Generalitat yéndose a sentar con un prófugo de la justicia en un lugar que parecía la sala de espera de un dentista, sin una bandera, sin un sello institucional, me dio mucha pena. Me pregunto hacia dónde camina mi país cuando se intenta vender a los ciudadanos que forma parte de un proceso de normalidad democrática.

Dentro de ese proceso, aunque esto forma parte de un acuerdo con ERC, el Gobierno ha presentado una quita de la deuda para todas las comunidades. ¿Por qué el PP la rechaza?

Porque es una trampa y es profundamente injusto. Es como si en una comunidad de vecinos hay alguien que ha pagado todas las cuotas, haciendo un esfuerzo, y a otro que no paga nada le dicen que vamos a poner todas las cuentas a cero. Esa deuda no se mete en un cajón mágico y desaparece, se la van a repartir entre todos los vecinos. No vamos a participar en esto.

Algo parecido ocurre con la reubicación de los menores migrantes no acompañados, en la que el Gobierno central choca con las comunidades. Según los datos, Madrid tendría que acoger a algo más de 600. ¿Tiene capacidad para ello?

Creo que esto es solamente la punta del iceberg de algo mucho más complicado, de un Gobierno que no tiene política migratoria. La política migratoria ha sido la apertura de puertas, y que sea lo que Dios quiera. Estamos hablando de seres humanos y hemos aceptado el término “reparto” como si fueran piezas de ajedrez.

Pero de repente hay dos comunidades autónomas [Cataluña y País Vasco] que se quedan fuera, porque evidentemente la llegada de menores no acompañados requiere la movilización de recursos públicos. Los criterios no son transparentes, no son lógicos. La política migratoria requiere un debate muy duro y espinoso que los Estados modernos deben abordar.

Ese sería un tema en el que buscar el consenso, pero el Gobierno tampoco lo ha querido. Para Sánchez esto ha sido un trágala, yo te voy a decir a cuántos acoges, quiénes están dentro o fuera del reparto, y si tú lo rechazas es que no quieres consensuar nada.

Estábamos hablando de la polarización y precisamente aquí, en Madrid, Vox está agitando manifestaciones contra un centro de menores en Hortaleza. También hemos visto algo similar en Alcalá de Henares. ¿Cree que Vox también busca la confrontación con este tema?

Es evidente. Y por mucho que se piense que la política de este Gobierno es un disparate, no se puede convocar una manifestación delante de un centro donde viven menores de edad. Me da igual lo que haya pasado o quién la convoque. No es ético, no es humano, no es cívico y no se debería hacer. Un partido responsable no debería convocar ese tipo de movilizaciones que sólo sirven para echar gasolina al fuego.

¿Ustedes podrían pactar políticas migratorias con Vox, que convoca esas manifestaciones, habla de deportar a inmigrantes de segunda generación o agita cacerías como este verano en un pueblo de Murcia?

Las políticas migratorias deberían ser una cuestión de Estado y deberían pactarse con todos bajo unas reglas básicas, dejando sobre la mesa una serie de asuntos que son irrenunciables. Si ellos renuncian a todo eso, se puede hablar con quien haga falta.

Vistas a la Cibeles desde el despacho.

Vistas a la Cibeles desde el despacho. Javier Carbajal

En todo lo que llevamos no nos hemos despegado ni un segundo de la actualidad. ¿A usted le apasionan tanto estos debates como el mundo de los libros, de donde proviene?

A mí siempre me ha interesado la actualidad. Yo soy periodista, siempre me interesó la política nacional, la internacional… Pero es que además de dedicarme ahora a la política, soy ciudadana y cuando lo deje voy a vivir en un país que se va a ver afectado por lo que ocurre en estos momentos.

Decía usted en una entrevista de hace algún tiempo que hay que potenciar la cultura, aunque entiende que a algún político no le interese. Y cuando lo leía, yo estaba pensando en lo contrario, en cómo algunos intelectuales desprecian el desempeño actual de la política. ¿Qué se está haciendo mal para que exista ese rechazo a la acción política por parte de élites intelectuales?

En primer lugar, hay un tipo de intelectual que está encerrado en esa torre de marfil que piensa que su reino no es de este mundo. Yo llevo suficiente tiempo en política como para saber que un país tiene que tener una política cultural y que hay que intentar implicar a los políticos para que la cultura tenga un andamiaje sobre el que apoyarse.

A lo mejor nos estamos empeñando en que los políticos deberían leer más, deberían ir más al cine o al teatro. Eso no es asunto mío. En lo que yo estoy empeñada es en conseguir que los políticos entiendan que lo único que trasciende a un país es su legado cultural.

La relación entre política y cultura ha variado mucho a lo largo de los años dependiendo del contexto histórico. ¿Cree ahora mismo que la cultura debería ser militante?

Creo que es una cuestión muy personal. Creadores que conozco y respeto me han expresado su rechazo a las políticas del Gobierno socialista, pero me han dicho que no lo podían decir en público. ¿Y quién soy yo para decirles que se tienen que pronunciar?

La militancia no es exigible ni al creador, ni al ingeniero, ni al sexador de pollos. Pero sí que creo que en momentos delicados como estos, se agradece que una persona dé un paso adelante y diga “esto no va conmigo”.

¿Y cómo le suena ese concepto de las guerras culturales? ¿Cree que es un terreno donde hay que dar la batalla?

A mí me parece bien que no se permita que ciertos dogmas arraiguen y al final se den por buenos. Supongo que todos tenemos en la cabeza esa idea de la leyenda negra española. La guerra cultural es un concepto que, en sí, no me gusta. Pero sí que hay que desmontar mitos que son falsos. Y, por supuesto, eso también es obligación de los políticos.

Marta Rivera de la Cruz reflexiona sobre la centralidad política.

Marta Rivera de la Cruz reflexiona sobre la centralidad política. Javier Carbajal

Volvamos a otro tema que polariza: las protestas contra el equipo Israel en la Vuelta Ciclista. El Gobierno ha pedido incluso que este equipo se retire de la competición.

Escuché al ministro Albares hablando de esta historia y me chocó, me preocupó. Yo creo que cualquier protesta es respetable y legítima; entra dentro del derecho de libertad de expresión, que es sagrado en una democracia. Ahora, cuando una protesta se convierte en una agresión, estamos hablando de otra cosa.

Pensar que todos los ciudadanos de Israel tienen que hacerse responsables de lo que haga el Gobierno de Netanyahu es una locura, es como si me responsabilizan a mí de los desmanes de Pedro Sánchez. Y que un ministro diga que la solución es que se expulse de la Vuelta al equipo ciclista... Ojo, que estamos entrando en una deriva muy delicada.

El debate se ha desviado de la cuestión de fondo. Lo que se plantea es si este equipo, que no está directamente vinculado al Gobierno de Israel pero sí tiene relaciones evidentes con él, debería competir. Sobre todo, teniendo en cuenta la exclusión de Rusia de eventos deportivos.

Por eso digo que la protesta es legítima. Pero el asunto es si se puede invadir un pelotón porque no te guste que un equipo participe en la Vuelta. España es un lugar de celebración de grandes eventos deportivos, tiene fama de país seguro para grandes citas. Y lo que ocurra en la Vuelta puede tener consecuencias.

Usted se ocupa de la consejería de Turismo de esta ciudad. ¿Cree que eso puede tener repercusiones a nivel de imagen o de prestigio?

Todo lo que implique falta de seguridad tiene repercusiones. España y Madrid, en concreto, es un destino preferente precisamente por su seguridad. Es malo desde el punto de vista de marca del país.

Otra vez hemos vuelto hacia la actualidad... Hábleme de Madrid, de esa ciudad que usted conoció en los años ochenta, cuando vino aquí a estudiar, y de la que ya nunca se fue. ¿Cómo ha cambiado desde entonces?

Cuando llegué aquí en el 88, Madrid era maravillosa. Yo venía de Lugo, de una ciudad pequeña, y entonces las diferencias eran más grandes. Madrid vivía los rescoldos de la Movida y encaraba una nueva etapa. Sólo hacía 12 años que teníamos Constitución. El tiempo pasa muy rápido, pero era una ciudad que se estaba abriendo al mundo. Y ahora, que se ha desarrollado bien, es la ciudad que se soñaba entonces.

Usted fue evolucionando en paralelo, ¿no? Con todo el respeto, de una chica que venía de provincias, a ocupar un lugar en la vida cultural y política de esta ciudad. ¿Se siente ahora una madrileña más?

Sí, me siento una madrileña de Lugo. Lo bueno que tiene esta ciudad es que te permite ser de aquí sin renunciar a tus orígenes.

Como en el Imperio Romano…

[Ríe]. Pues parecido.

Rivera de la Cruz, sobre su idea de Madrid.

Rivera de la Cruz, sobre su idea de Madrid. Javier Carbajal

Hay una cosa que llama mucho la atención de los últimos años: la recuperación de ciertas tradiciones. Se percibe en los toros, la fiesta de San Isidro, la exaltación de los chulapos, de la cultura castiza… ¿A qué obedece, es una vuelta a las raíces, tiene un punto de folclore, de marketing o se trata de una vuelta atrás hacia un concepto más tradicionalista de la sociedad?

Creo que es una bonita vuelta atrás. Precisamente porque ésta es una ciudad de aluvión y por esa ausencia de identidad, le faltaba una especie de paraguas en el que nos pudiéramos meter todos. Y yo creo que fue a raíz de la pandemia cuando Madrid tomó conciencia de sí misma.

Empezó a nacer esa idea de ciudad, de lugar compartido en el que la gente luchaba para que se abrieran los teatros, los cines, para que la gente saliera. Se creó una imagen internacional parecida a la de Barcelona cuando organizó las Olimpiadas. De repente, la ciudad tenía un carácter único.

Detrás de eso hubo decisiones políticas. ¿Cree que esa reacción se canalizó desde la sociedad o fue a través de la política? Es decir, ¿vino de abajo o de arriba?

Creo que fue una reacción política que enseguida asimiló la sociedad. La política puso los mimbres y la sociedad rápidamente empezó a hacer el cesto.

Existe una visión más crítica que habla de Madrid como una ciudad moderna diseñada para el turista, especialmente para el que tiene un alto poder adquisitivo. ¿Usted cree que la apertura de la ciudad ha podido traer estas consecuencias? Porque es cierto que existe un mundo en el que estamos ahora y otro muy distinto más allá de la M-30.

En cualquier ciudad existen diferencias entre el centro y el extrarradio, y mucho más acusadas. En París, Londres, Berlín, Viena… Es un fenómeno global. Ahora bien, Madrid tiene unos desarrollos en distritos alejados del centro que son dignos de estudio. La transformación cultural de Carabanchel, Usera, de todo lo que sucede en Arganzuela en torno a Matadero… O sea, la ciudad apuesta también por la descentralización.

Yo vivo en Chueca, un barrio caro, y puedo llevar a cualquiera a tomar una caña y una tapa por un precio casi de provincias. Las grandes cadenas llegan, existe una homogeneización de muchos locales, pero Madrid sigue manteniendo su esencia.

¿Y no cree que esos desarrollos culturales de los que me habla traen aparejado el riesgo de la gentrificación y que la gente que vivía en esos barrios de repente ve cómo suben los precios, todo se llena de turistas y es más difícil mantenerse allí?

¿Y dónde está el límite? Hay unas leyes de mercado naturales por las que si antes en un barrio no quería vivir nadie y ahora empieza a llegar gente, suben los precios. Pero eso no beneficia solamente al turista. El propio vecino que vive allí también ve que en su barrio hay más seguridad y más servicios, y que la casa que compró con mucho esfuerzo ahora vale más.

¿Usted comparte esa visión de Madrid como gran polo centralizador a nivel de recursos y de población? Es la tesis del libro Madrid DF, que defiende que para hacer frente a otras urbes a nivel europeo o global, los países deben articularse en torno a grandes metrópolis.

Creo que Madrid es una ciudad que, efectivamente, tiene que competir a nivel europeo. Pero no olvidemos una cosa muy importante: en la Comunidad hay 179 municipios bien comunicados alrededor de esta metrópoli que se supone que podría acabar siendo Madrid capital y que son los que van a mantener el equilibrio. Es un fenómeno mucho más difícil de reproducir en París o Londres.

Antes me hablaba de la Barcelona de los Juegos Olímpicos. ¿Cree que Madrid le ha ganado la partida a Barcelona en esa carrera por convertirse en una ciudad abierta y referente para el turismo?

Hay un efecto capitalidad. Pero es cierto que en los años noventa ese efecto también existía y Madrid le iba a la zaga a Barcelona. Ahora Madrid se mide con otras grandes urbes europeas y Barcelona sigue siendo una gran ciudad, pero la veo más estancada y parecida a lo que era hace 20 o 30 años.

¿Y eso es mérito de Madrid o demérito de Barcelona?

Yo creo que Barcelona se ha aislado voluntariamente. Los ocho años de Ada Colau han sido un desastre, por ejemplo con la moratoria en la apertura de nuevos hoteles.

Marta Rivera de la Cruz, tercera teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid.

Marta Rivera de la Cruz, tercera teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid. Javier Carbajal

Un par de cosas más. Hace unos meses, usted firmó un manifiesto junto a personalidades del mundo de la cultura y compañeros del PP en el que condenaban cómo el Gobierno había afrontado la conmemoración de los 50 años de la muerte de Franco. Da la sensación de que poca gente se acuerda ya de esos actos.

La sociedad ha dejado claro que todo esto le parece delirante. Primero, ningún país europeo conmemora la muerte de un dictador. Además, la democracia no llegó con la muerte de Franco, llegó después. Y luego, este Gobierno prometió 100 actos e hizo uno, que era una cosa de muy poca monta, con todos los ministros. El comodín de Franco ya no sirve.

Por último, ya que me lo ha mencionado. Realmente, ¿es cierto eso de que en Madrid se tiran las mejores cañas o se ha convertido ya en un eslogan?

Claro que es cierto [ríe], y es algo que todo el mundo repite porque es así. En Madrid se tiran estupendamente las cañas, no se puede discutir. Y luego es que en Madrid hay una bonita cultura de bar que me parece que es parte de su identidad.

Es decir, al final es parte de un sentimiento identitario.

Es que hay una cultura de bajar al bar a tomar el café, de esa ceremonia de ponerte en una barra, escuchar el ruido de los platos y las cucharillas y que el camarero ni te pregunte porque ya sabe lo que vas a tomar.