Jerónimo Saavedra, durante su última entrevista con este periódico.

Jerónimo Saavedra, durante su última entrevista con este periódico. Andrés Gutiérrez

Política OBITUARIO

Los secretos que quiso que publicáramos Jerónimo Saavedra, primer ministro gay y masón en España

Ha muerto en su Canarias natal a los 87 años. Fue presidente autonómico de las islas y dos veces ministro con Felipe González.

22 noviembre, 2023 03:28

Hablamos con Jerónimo el lunes por la tarde. Lo acabábamos de entrevistar por la Ley de Amnistía. Dijo un par de cosas. Votó la ley de 1977 “retorcido por el dolor que le producía” conceder la medida de gracia a los agentes del régimen que torturaron y mataron. Lo hizo porque había un compromiso entre las partes por la convivencia. Luego lamentó que hoy no sea así. Después señaló que, a su juicio, la nueva norma elimina “la división de poderes”.

Goteaban en el televisor los nombres de los nuevos ministros, sus predecesores. Antes de colgar, le lanzamos un protocolario “¿todo bien?” pensando que sí, que todo estaría bien, pero respondió: “Me ha subido la fiebre”. “Pues cuídate mucho, Jerónimo”. Pero Jerónimo se ha muerto en sus islas a los 87 años.

Jerónimo fue el primer ministro gay de la Democracia, que se sepa. También el primer ministro masón, que se sepa. Nos lo contó un día cercano al Orgullo. Él no se manifestaba. Sólo lo hacía contra el terrorismo. Siempre militó por la tolerancia, pero tenía miedo de que la “pureza ideológica” últimamente exigida por el colectivo organizador de las marchas acabara empujando la causa al “fanatismo”.

Dicho de otra manera, una manera que él utilizaba: no se defiende mejor la libertad sexual siendo de izquierdas que de derechas. “Tiene que ver con el humanismo y la cultura”, nos dijo aquella tarde de junio.

Contar, ahora que no está, la peripecia de Jerónimo es dar un paseo, a modo de thriller, por la historia reciente de la tolerancia. Todo lo que aquí sigue, por si hubiera dudas, nos lo dijo para que fuera escrito. Jerónimo Saavedra, que nació en Las Palmas de Gran Canaria dos semanas antes del golpe del 36, fue muchas cosas. Alcalde de su ciudad, ministro de Educación y Ciencia, ministro de Administraciones Públicas, presidente autonómico de Canarias, diputado constituyente…

Su legado político es muy amplio, no más que el cariño que profesaba por sus sobrinos. O el que nos regalaba cuando lo llamábamos para preguntarle un tema peliagudo. Si no quería hablar, nos mandaba un acróstico por WhatsApp: "NPI". Ni puta idea.

Nos centramos en sus recuerdos personales porque la mejor manera de recordar a un hombre es hacerlo apuntando a su pequeña patria, al territorio que palpita debajo del pecho.

Decíamos thriller porque Jerónimo salió del armario el día que murió su novio. Era el año 2000. Estaban los dos solos en su casa de Mazo (Canarias). Jerónimo se fue a acostar y su chico le dijo que se iba a tomar una copa a Santa Cruz. Al amanecer, tocó el timbre la Guardia Civil: muerto en accidente de tráfico. Dudó mucho, pero quiso aparecer en la esquela y se lo pidió a la familia del fallecido.

Poco después, Jerónimo escribió el prólogo a un libro dando cuenta de su orientación sexual. Fue un acontecimiento periodístico, portada de Interviú. Pero ya había llovido mucho desde su protagonismo en los gobiernos de González.

–¿Lo supieron sus compañeros?

–Bueno, es que en realidad yo no estaba “en el armario”. Mis amigos y la gente que me quería ya conocían mi orientación sexual. Como cargo público, no me lo habían preguntado nunca.

Bueno, una vez le preguntaron si estaba casado. Dijo que no. Cuando le recordaron sus cuarenta y tantos, rebatió: “¡Mi abuelo se casó a los 68!”. Y era verdad.

Había un dato, no obstante, que le hacía pensar a Jerónimo que su identidad sexual era conocida en Moncloa. Un alto cargo, siendo él presidente de Canarias en los ochenta, le dijo: “Tienes que estar tranquilo porque hemos revisado los archivos policiales y no aparece que hayas estado en ninguna orgía. Se lo he dicho al ministro”.

Jerónimo Saavedra fue también alcalde de su ciudad natal.

Jerónimo Saavedra fue también alcalde de su ciudad natal. Andrés Gutiérrez

Jerónimo era todo bonhomía. Se partía de risa cuando nos contaba estas cosas, pero al fondo de su carcajada estaba el dolor. Tuvo que aguantar los viajes de algunos periodistas, incluso corresponsales, que iban al parque de Santa Catalina “a preguntar a los gays a ver si sabían de alguien que hubiera estado conmigo”.

Una de sus mayores desilusiones políticas le llegó al poco de empezar en el oficio, en los setenta. Jerónimo creyó que las izquierdas que clamaban por la libertad política también lo harían por la libertad sexual, pero no fue así. Un comunista le recriminó haber permitido en un colegio mayor la lectura de poemas eróticos. Y en el PSOE se topó con la homofobia encarnada en muchos compañeros.

“Para ellos, una cosa era recuperar la Democracia; y otra, la tolerancia. Muchos de esos que proclamaban la libertad estaban todo el día con el chismorreo. Tuvieron que pasar casi veinte años para que despertaran”, nos dijo.

Fue a principios de los 2000, según Jerónimo, cuando comenzó la mejora de la tolerancia social en España. Con la salida a la calle del movimiento LGTBI y “con el compromiso de algunos compañeros como Pedro Zerolo”. “Fueron muchos años de consolarnos en los viajes por encima de los Pirineos… Si no recuerdo mal, la ley de peligrosidad social se derogó en los ochenta”, remachó.

Su segundo armario fue el de la masonería. Esto sí tenía claro Jerónimo que Felipe González no lo sabía. Se inició en una logia de Lisboa en 1989, habiendo sido ya presidente de Canarias y a punto de convertirse en ministro. “Lo hice así por seguridad y para evitar efectos negativos de imagen”, nos contó.

Lo tenía todo Jerónimo. Se partía de risa. Gay y masón en aquellos años. También nos aclaró que, aunque muchos de sus hermanos lo mantuvieran en secreto, no conoció a otros masones en el Consejo de Ministros.

Jerónimo Saavedra era un apasionado de la defensa de los derechos civiles, pero nunca creyó que la orientación sexual fuera el rasgo definitorio o definitivo de una persona. Deja una España mejor de la que conoció. Le gustaba decirlo muchas veces. Todas las que podía. El lunes mismo nos lo repitió por teléfono, cuando acababa de subirle la fiebre.