Los dos triunfadores de la noche electoral, Pedro Sánchez y Albert Rivera, se han pisado en la televisión, porque Sánchez ha empezado a hablar en la sede del PSOE al mismo tiempo que Rivera en la de Ciudadanos. La retransmisión ha tenido que ser por partes. Sánchez aparece en directo, y cuando dice que va a hablar con todos, la militancia responde: "¡Con Rivera no, con Rivera no!". Y luego se ponen victimistas con lo del cordón sanitario...

Rivera celebra los resultados del 28-A con su equipo.

Rivera celebra los resultados del 28-A con su equipo. Efe

Hay expectativa ante lo que pueda decir Rivera, porque lo cierto es que sus números sumarían con los de Sánchez para formar un gobierno con mayoría absoluta. La estrategia electoral de Rivera ha tenido finalmente éxito y casi ha doblado sus escaños: de los 32 obtenidos en 2016 ha pasado a 57. Pero esa estrategia ha consistido en decir explícitamente que no pactaría con Sánchez.

Escucho al fin a Rivera y desaparecen las dudas: empieza atacando al PSOE ("nosotros no vamos a rodear el congreso") y a reivindicarse como liberal. En la sede de Ciudadanos hay alegría. Rivera aparece empequeñecido bajo el cartelón electoral, que lo representa a él solo. Abajo, en carne y hueso, está con muchos, entre quienes destacan Inés Arrimadas y Begoña Villacís: la primera ha sido protagonista de las elecciones que acabamos de vivir; la segunda lo será de las municipales que vienen. 

Solo habla Rivera. Reivindica a su equipo como el mejor preparado del país y dice de Ciudadanos lo que Alfonso Guerra decía del PSOE: que es el partido que más se parece a España. Habla de un modo acelerado, en el estilo en que lo hizo en el segundo debate electoral: como si quisiera seguir la campaña. Da por hecho que el gobierno va a ser del PSOE con Podemos y los independentistas. Descarta, sin mencionarlo, ese posible pacto con el PSOE que, según dicen, quiere el Ibex 35.

Rivera lo tiene ahora claro. Solo habla de hacer oposición, de liderarla, y de gobernar España en unos años. Esto lo formula en forma de promesa. Los militantes, que aplauden y agitan banderas españolas y del partido, lo aclaman: "¡Presidente, presidente!". Rivera piensa en el futuro. Definitivamente, ya concibe el partido no como bisagra sino como uno de poder. Los números aún están lejos, pero él habla de la progresión: del aumento de un 80%, dice, en pocos años. El hundimiento del PP, con el que aspiraba a gobernar ahora, tal vez lo vea como una posibilidad de crecimiento. El "vamos", que era el lema de la campaña, parece mantenerlo en marcha. Es como si siguiera encarnando el cartelón que tiene detrás.