Cada vez que leo que la reina Letizia recicla o que ha vuelto a dar un uso diferente a un vestido o un traje que ya lució, siento los efectos contradictorios de la alegría y la extrañeza. En ocasiones, me enfado.

Alegría porque la Reina da ejemplo de ese amor por las prendas que hace que repita su uso. Y recuerdo ese valor del armario emocional, que va más allá del de las joyas de pasar. Por otro lado, lo siento como un acto del común de los mortales, incluso sabiendo que no es tan común su vida.

Extrañeza porque no entiendo que se destaque precisamente esa manera suya de asemejarse al resto con esa forma de reutilizar que a veces pasa por el upcycling. Porque, admitámoslo, ¿en qué momento empezamos a considerar noticia que alguien, incluso una Reina, repita look?

La celebración del "estreno permanente" no es solo un fenómeno mediático. De hecho, responde al síntoma del modelo lineal de consumo que hemos naturalizado socialmente. De ello hay que huir; esos mensajes mediáticos no ayudan a la concienciación requerida para transitar hacia un modelo circular.

Según la fundación Ellen MacArthur, Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional, cada segundo se incinera o se deposita en vertederos el equivalente a un camión de residuos textiles. Se trata, además, de una industria que genera el 10% de las emisiones globales de CO₂, más que todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo combinados, de acuerdo a datos de UNCTAD (Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo).

Y aquí no hay trampa ni cartón. No son opiniones. No admiten polarización los datos. Son evidencias científicas. Por eso, señoras y señores, dejemos de pensar que la reutilización de una prenda es inusual. Aunque se trate de la Reina. No es una excentricidad; es un acto político, cultural y ambiental. Es conciencia.

Y es estrategia. Es el caso de la Unión Europea, cuya Estrategia para los Textiles Sostenibles y Circulares establece que, para 2030, todas las prendas puestas en el mercado de la Unión deberán ser duraderas, reutilizables y reciclables. Hay otras normas, como la que alude a la Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP) que ya obliga a que las marcas se hagan cargo del ciclo de vida completo de lo que producen.

La regulación no basta. Aunque sea fundamental. La realidad es que necesitamos un cambio cultural real. Y pasa por otorgar a las prendas su valor merecido. De alguna manera, se requiere una especie de nueva relación afectiva y sostenible con la ropa. Sin ella, vamos mal por una transición que, en cualquier caso, será incompleta.

Camión descargando tierra en un vertedero.

Camión descargando tierra en un vertedero. Istock

Reutilizar es una de las fórmulas más inmediatas y eficaces de reducir impacto. Por supuesto, que reciclar también. Hoy ya existen poliésteres 100% reciclados a partir de botellas; algodones regenerados desde desperdicios posconsumo; tejidos como el Tencel™ o el lyocel, fruto de la recuperación de fibra de madera.

Pero hay otro hecho esencial: la sostenibilidad también consiste en proteger lo que ya es, por naturaleza, sostenible. Por ejemplo, la lana merina española. Durante siglos, fue un tesoro económico y una pieza de interés geopolítico. Tanto que, durante la Edad Media, la Corona llegó a prohibir la exportación de sus productores, animales vivos.

Que España perdiera ese liderazgo entre los siglos XIX y XX no significa que las raíces no sigan siendo españolas. Hoy sabemos que su potencial también. De hecho, es fundamental la restitución que algunos agentes del sector están realizando en los últimos años. Entre ellos destaca Oteyza —la empresa de sastrería española creada por Paul García de Oteyza y Caterina Pañeda— que, aparte de utilizar lana merina de altísima calidad, la resignifica con su estética contemporánea que no huye de la tradición.

Más allá de alabar sus diseños, es loable su proyecto de devolver a esta lana sus méritos como parte del patrimonio material e inmaterial patrio. Y lo hace, además, uniendo los eslabones de una cadena de valor en la que conecta a ganaderos, artesanos, hilaturas, tejedurías y territorio.

Apuesta por la excelencia de una fibra noble que en su modalidad R-8 definen como la "pata negra" de las lanas, muy diferente a la que habitualmente encontramos en el comercio textil. "Porque lanas hay muchas", dicen.

Y por si fuera pequeña esta recuperación, con ambición estratégica, ha impulsado la creación del Centro de Excelencia de la Lana. El espacio está concebido para situar de nuevo esta materia prima tan nuestra en el mapa internacional.

Ahí se incluye un propósito que pasa por fomentar la investigación y el desarrollo, que incluye cualquier innovación relativa a los procesos que lleven a la lana a un paradero contemporáneo y sostenible. Pero también formación para los profesionales del sector, contribuyendo a garantizar el relevo generacional de oficios en vías de extinción.

El proyecto de recuperación de la lana significa además poner el foco en esa España de las oportunidades que cada vez más profesionales perciben. Desde luego, equivale a trabajo por el territorio, por y con las comunidades rurales locales. ¿Acaso no estamos hablando de modelos de impacto, modelos que apuntalan el valor de la sostenibilidad en toda su profundidad?

Lo que propone Oteyza y este centro es la demostración de que la sostenibilidad no consiste solo en crear nuevos materiales, sino también en recuperar los que siempre definieron la excelencia. Algo así como reescribir la historia, con rigor, culto por la estética y visión de futuro.