El aceite de oliva representa una herencia cultural que une distintas generaciones. Hoy, sin embargo, esa herencia vive un punto de inflexión, y su futuro depende de un factor importante que a menudo pasa desapercibido: el relevo generacional.

El campo envejece y el traspaso de las manos que lo trabajan avanza con más lentitud de la que nos gustaría.

Hoy en día, el mundo rural libra una batalla silenciosa, la de la despoblación. Donde antes había una herencia natural de padres a hijos, hoy afloran las dudas sobre la viabilidad de mantener esa tradición.

Teniendo en cuenta que más allá de la pérdida de agricultores, esa falta de relevo implica una pérdida de conocimiento, memoria cultural y arraigo comunitario.

La gravedad del desafío es tangible y se traduce en cifras que no podemos ignorar: la edad media de los agricultores en un país de gran tradición agraria como España es de 62 años, y casi un 70% de los que hoy está en activo estará jubilado o en edad de hacerlo en apenas una década, según los últimos datos de plataformas como SOS Rural.

El reto más importante al que nos enfrentamos en sectores como el oleícola está en atraer a una juventud que, más allá de manos rejuvenecidas, aporta una mirada distinta, capaz de integrar innovación y prácticas agrícolas avanzadas para la preservación del olivar, el cuidado del suelo y el medio ambiente.

Pero, ¿cómo logramos que un jóven vea el campo como una oportunidad real y no como un callejón sin salida? La solución, sin duda, exige inversión, cercanía, fomento de la calidad, cuidado del medioambiente, valorización del producto y, sobre todo, la capacidad de trasladar el orgullo que significa trabajar la tierra.

Aceite de oliva.

Aceite de oliva.

En este contexto, los Objetivos de Desarrollo Sostenible pueden considerarse catalizadores de este propósito de cara a la próxima década.

Objetivos como el octavo, que pretende promover el trabajo decente y el crecimiento económico, o el decimoquinto, que busca proteger la vida de los ecosistemas terrestres, son los principales aliados en la batalla silenciosa contra la despoblación.

Estas metas nos instan a valorar y dignificar la labor agrícola, a modernizar el campo y a preservar el olivar junto a toda su cadena, al ser un motor de desarrollo para muchas comunidades.

En Deoleo llevamos años tratando de aportar nuestra aportación a esta necesaria transición. Hoy podemos decir orgullosos que nuestro Protocolo de Sostenibilidad cuenta con 88 almazaras certificadas en seis países, lo que se traduce en un área de influencia positiva de más de 330.000 hectáreas y una colaboración efectiva con casi 60.000 agricultores, muchos de ellos, jóvenes, a los que acompañamos con formación y apoyo en la aplicación de prácticas sostenibles.

Además, iniciativas como Cubiwood, Olivitech o el proyecto europeo Soil O-Live nos ayudan a poner la ciencia al servicio del olivar, ayudando a mejorar el cuidado del suelo y la gestión del agua.

Esta afortunada cercanía con los agricultores nos hace plenamente conscientes del impacto que la batalla del relevo generacional tiene en el sector oleícola. Sin jóvenes, los pueblos se vacían, la tradición se diluye y la despoblación avanza.

Por ello, incorporarlos es la única forma de garantizar que las comunidades rurales sigan vivas, de que el olivar mantenga su tejido social y que la tierra se siga trabajando con respeto y cuidado, con vistas al futuro.

Definitivamente, invertir en jóvenes agricultores es invertir en la continuidad de nuestro legado. Desde el campo hasta la mesa, el aceite de oliva seguirá siendo un motor económico y social relevante si somos capaces de conectar a los jóvenes con la tierra.

En Deoleo asumimos esta responsabilidad, convencidos de que cada acción y cada iniciativa están orientadas a generar un impacto positivo en las personas, en sus comunidades y en el futuro del aceite de oliva.

**Rafael Pérez de Toro es director de Calidad de Deoleo.